CAPÍTULO IV Lord Damien miró a su alrededor la enorme biblioteca en la que su padre siempre se había sentado. Había sido empezada a construir en el año de mil setecientos y Verrio había pintado el techo, de decorados realzados en yeso, y los paneles circulares. Recordaba cómo, cuando era niño, le encantaba correr por toda la galería que había en la mitad superior de la habitación y bajar después por la escalera de caracol. En aquel tiempo, no había apreciado los exquisitos tallados en madera de las columnas, ni el magnífico mobiliario. Pero ahora tampoco estaba admirando sus proporciones perfectas, ni las diosas que decoraban el techo. Le parecía, en cambio, escuchar de nuevo la voz de su padre cuando le decía: —¡Esto no puede continuar, Richard! ¡Todos hablan de ti y sabes tan bien