Era domingo, no tenía que trabajar. Así que simplemente había salido a caminar con Nicolás y Perla, gracias a que Jolie nos había rechazado una vez más.
El día era caluroso, así que todos vestíamos romas cómodas, lo que consistía en shorts, blusas de tirantes, y en el caso de Nicolás, una camiseta con la figura de la Torre Eiffel estampada al frente, además de unos pantalones cortos y sandalias.
Llegamos hasta un parquecito al centro de la ciudad, nos compramos un helado y terminamos por sentarnos en el césped, dedicándonos a observar a las familias jugar con sus niños o con sus mascotas; Perla estaba excesivamente callada, se dedicaba simplemente a comer de su helado, viendo hacia el césped. Nicolás se encontraba observando a un grupo de niños los cuales jugaban con una pelota. Me dio ternura ver dicha escena, e incluso una sonrisa se dibujó en mi rostro, imaginando en cómo sería llevar en mi vientre un bebé de Nicolás. Cerré los ojos, incluso permitiéndome ver a un pequeño niño correr por el living de nuestro hogar.
Dejé salir lentamente la respiración, jamás había pensado en la posibilidad de tener un bebé, hasta aquel momento. ¿Acaso había algo que me lo impidiera? Era joven, tenía una excelente estabilidad económica, tenía un perfecto esposo…
—¿Col? —abrí los ojos, Perla me veía con las cejas arqueadas—, ¿Estás bien? Te perdimos.
Miré a Nicolás. Él sonreía sin dejar de mirarme.
—¿En qué pensabas, cariño? —preguntó, tomando mi mano entre la suya.
—Pensaba en que… ¿Qué tal si comenzamos a analizar la idea de tener un bebé?
Perla chilló, aplaudiendo a la vez que comenzaba a hablar sobre los planes de un té de canastilla, o lo feliz que haría a Jolie la idea de convertirse en tía. ¿Y Nicolás? Él simplemente había tensado su mandíbula y se había puesto ligeramente pálido, lo que me daba la impresión de que la idea no le emocionaba en lo absoluto.
Sacudí su hombro, tratando de llamar la atención.
—¿No te gustaría, mi amor?
Tragó saliva con fuerza, después dejó salir lentamente el aire que tenía reprimido en los pulmones.
—¿No quieres comenzar por tener un perrito? —preguntó, pasando su mano por su corto cabello castaño.
—¡Nicolás! Un perrito es para las personas que no pensamos en formar una familia —intervino Perla, como si eso fuese lo más obvio—, además, a un perrito no se le puede hacer Té de Canastilla.
Él sonrió, negó con la cabeza y miró en dirección de los niños otra vez.
No lo entendía, cuando lo descubrí observando a los niños jugando, pensé que pensaba en lo que sería tener nuestros propios niños... pero si no era así, ¿Qué pasaba por su mente?
—Nico, ¿Qué sucede? Sabes que puedes decirme cualquier cosa.
Puse mi mano sobre la suya, mostrándole con ese simple gesto que lo entendería, si no estaba listo, pues los bebés no serían un problema en aquel momento. Él me miró y me sonrió, después colocó su mano libre sobre mi mejilla.
—Sería increíble tener un bebé contigo —musitó, logrando que Perla chillara y aplaudiera otra vez.
Me fue inevitable no sonreír, mientras mi corazón comenzaba a latir desenfrenadamente. Nunca había pensado en la idea de tener un bebé, lo que también me ponía un poco nerviosa; pero a quién podría engañar… ahora moría por sentir a un pequeñito crecer en mi vientre.
Me acerqué a él y le di un casto beso en los labios, a la vez que le susurraba un pequeño “te amo”.
—Tanta azúcar comienza a darme diabetes… será mejor que dejen eso para cuando estén solos —dijo Perla, imitando su peculiar sonido de arcada, el mismo que hacía cada vez que Nicolás y yo teníamos muestras de cariño frente a ella.
Me volteé hacia ella y le saqué la lengua.
—Cuando encuentres al indicado, te veré igual de cursi, así que aún no cantes victoria.
La rubia negó con la cabeza a la vez que arrugaba su nariz.
—Eso no va a suceder, Col.
En aquel momento algo había llamado mi atención, miré sobre mi hombro y reconocí a la distancia a Adrien, quien caminaba al lado de una guapa chica morena, la cual reía, probablemente de alguna tontera que él haya dicho. Levanté una ceja y lo saludé con la mano en cuanto él reparó en nuestra presencia, me sonrió y me regresó el saludo, para después continuar caminando de largo.
Perla se había girado y cuando lo vio, su mandíbula se tensó levemente, incluso la observé apretar ligeramente puñados de pasto con sus manos. Elevé una ceja en su dirección y luego pasé una mano frente a su rostro. Ella me miró.
—¿Encontraste al indicado, Perla? —ataqué, a lo que Nicolás se echó a reír a mi lado.
—¡Por supuesto que lo hizo! ¡Yo también noté su reacción! —exclamó él, comenzando a molestarla.
La rubia frunció el ceño, levantó sus dos manos y nos mostró ambos dedos medios.
—Váyanse al infierno, los dos —atinó a decir, para después levantarse y alejarse de nosotros.
***
Adrien
—Así que esa es Perla —masculla mi mejor amiga Megan, cuando entramos a una pequeña cafetería al lado del parque.
Volteé los ojos mientras tomaba asiento cerca de la ventana.
—Si lo dices de ese modo, me hace ver como si solo de esa chica hablo.
La morena se echó a reír, golpeándome con suavidad el brazo.
—Pero es que lo haces, Adrien; estás embobado por esa rubia… y ahora entiendo por qué —comentó, abanicándose con una mano—, está buenísima.
Ahora había sido yo el que se echó a reír. ¿Qué era lo peor de que tu mejor amiga fuese lesbiana? Que quisiese robarse las chicas que llamaban mi atención.
—No es broma, amigo. Si no te la dejas tú, me la dejo yo.
—Lo dices como si fuese un objeto.
—Objeto no… un maravilloso trofeo, sí.
Negué con la cabeza, dedicándome a mirar a la morena que no dejaba de morderse el labio inferior al hablar de Perla como la cosa más hermosa que había visto en su miserable vida.
—Me parece que vinimos hasta aquí para tomar café y no para hablar de Perla.
—¡Solo diré que eres un imbécil, Adrien! Si la chica quiere contigo, ¿Por qué no te metes a su cama y ya? Eres un tipo guapo y soltero. Deberías de pensar en divertirte un poco más.
—Sabes que no soy el tipo de chico que le gustan las aventuras —musité, dedicándome a mirar por la ventana—, yo más bien quiero algo bonito y duradero. Lo cual es el tipo de cosas de las que ella huye.
Dejé escapar lentamente la respiración. Trabajar con Perla era una maldita tortura; se había convertido en una especie de amor platónico, desde el primer momento en que la miré en una valla publicitaria, desde ese momento, me hice tantas fantasías con ella, que cuando llegué a trabajar con Colette, fui el hombre más feliz del mundo, no solo iba a tener un buen trabajo, sino que también la vería todos los días e iba a darme la oportunidad de arriesgarme y tratar de conquistarla. Cosa que no hice desde el momento en que me di cuenta de la forma en que ella trataba a sus relaciones; muchos hablaban de ello, no había un solo hombre que pasara una noche completa con Perla Russell, y a decir verdad, no quería convertirme en uno más de su lista, un pobre imbécil al que desecharía sin dudar después de conseguir lo que quisiese.
—Repito, eres un imbécil —dijo Megan, echándose a reír,
—Bueno, dijimos que no íbamos a hablar más de ella, ¿Cierto?
—¡Oh claro! —miró hacia el frente y sonrió, levantando una mano—, ¡Perla! ¡Ven, acá hay un sitio desocupado! —exclamó, señalando la silla a mi lado.
Me puse en alerta y me giré, solo para comprobar que Megan estuviese jugando conmigo, lo cual lamentablemente para mí, no fue así. Ahí estaba ella, sosteniendo una bandeja con un café y un trozo de pastel de zanahoria; sus bellísimos ojos verdes se encontraron con los míos, era como si decidiese hacer lo que la morena la invitaba a hacer, o simplemente ignorarla.
Al final, sonrió mientras asentía hacia ella y comenzaba a caminar en nuestra dirección.
Volví a mi lugar y miré a Megan, ella me veía, sonreí y mantenía una ceja levantaba; su típico gesto de sentirse satisfecha.
¿En qué puto momento Perla había entrado que yo no me había percatado? ¿Tan pendejo me ponía cuando pensaba en ella que ni siquiera era capaz de ver las cosas?
Perla tomó el lugar a mi lado, me miró y luego miró a Megan. Le sonrió y extendió su mano en su dirección.
—Hola, soy Perla. Y de una vez te aviso que si no es tu novio, quiero llevármelo a mi cama.
Y otra vez, había dejado de respirar.