—¡Adrien! —exclamé cuando bajé de prisa del elevador.
Mi asistente se acercó enseguida, siguiéndome el paso lo más rápido que podía. Me había agarrado un poco tarde, por lo que estaba preocupada de no dar abasto en todo el día. Cada vez que llegaba Nicolás, siempre era lo mismo, me costaba un mundo poder despegarme de sus brazos en la mañana, por lo que, ni siquiera podía desayunar bien antes de salir de casa.
—¿Mi desayuno está listo?
—Hace diez minutos lo dejé sobre su escritorio —respondió el chico de ojos marrones, caminando a mi lado.
—¿Qué tengo para hoy?
—Creo que lo mejor es comenzar con lo que tenía para ayer —me corrigió, dedicándose a buscar en su agenda electrónica.
Resoplé, odiándome un poco al haber ignorado su llamada el día de ayer, debieron de ser cosas importantes, y a pesar de que trataba en la medida de lo posible que no me afectara el renunciar a ciertas cosas por pasar tiempo con mi esposo, sí lo hacía, en el fondo, me sentía algo culpable por no poder atender todo a la vez.
—Dime —hablé, empujando la puerta de mi oficina.
—Debe de firmar esos documentos —dijo, señalando un enorme rollo de papeles sobre el escritorio—, me tomé la molestia de leerlos todos, son de parte de los proveedores de las nuevas telas que solicitó, aun así, sería bueno que vuelva a leerlos, hablan sobre los precios y de cuando ingresarán al país.
Asentí, tomando mi lugar, a la vez que tomaba una pluma y comenzaba a firmar.
—Confío en ti.
—Ayer era la cena con sus padres, por eso llamé. La pasé para hoy al almuerzo.
Hice una mueca al escuchar aquello. Odiaba que los llamaran “mis padres”, no los consideraba como tal, solo los veía como un par de señores que insistían en permanecer en mi vida, lo cual hacía un año atrás me había hecho caer en el error de aceptar algunas comidas con ellos. Y justo ahora, no dejaban de insistir en querer verme al menos una vez cada quince días.
—Llámalos y cancélales. Estoy muy ocupada.
El castaño suspiró.
—No es posible, ya les he cancelado tres veces, por lo que el señor Simons dice no aceptar un nuevo no por respuesta.
Dejé salir un lento suspiro, para después dar un sorbo a mi café.
—De acuerdo, tú ganas. ¿Qué más? —clavé la mirada en él, mientras se dedicaba a revisar su agenda.
En ese instante me llegué a preguntar en cómo había hecho para poder con todo antes de la llegada de ese chico, había probado con muchos asistentes, y ninguno fue capaz de llevar mi ritmo acelerado, hasta que llegó él. Tenía mi edad, y al principio no lo veía tan activo, pero al final había decidido darle una oportunidad, lo cual me sentí orgullosa al hacerlo, pues Adrien había demostrado de sobrellevar todo lo que yo solicitaba.
—Tienes cita a las cuatro de la tarde con los directores de Calvin Klein; están preparando una nueva campaña, por lo que solicitan el servicio de las chicas.
Asentí, eso era una muy buena noticia. Que los rostros de mis chicas dieran publicidad a una marca tan reconocida como aquella, era excelente para la agencia.
—Excelente —asentí con orgullo—, ¿Jolie ya llegó?
—No la he visto, jefa —respondió, viéndome con disgusto.
Puse los ojos en blanco. Jolie ya no era una niña, había cumplido 21 años y terminó por decidirse a vivir sola, pero esa situación me preocupaba, no le gustaba que la visitara, y justo ahora no estaba siendo nada responsable con sus deberes en la agencia, lo cual hacía que Adrien se exaltara, pues al final, él terminaba haciendo su trabajo. Sabía que no era justo, pues no era sano que se recargara de trabajo, pero lamentablemente no confiaba en nadie más para hacerlo.
—Hay un mensajero con un enorme ramo de rosas blancas fuera de tu oficina —musitó Perla al entrar sin siquiera avisar.
La rubia llevaba su cabello enmarañado, un enorme abrigo de pieles blancas cubría sus hombros, y sus ojos los llevaba cubiertos con un par de lentes oscuros, lo que no me dejaba ninguna duda de que se había ido de fiesta otra vez.
—¿Lo dejo pasar?
Miré a Adrien.
—Voy a atenderlo, jefa —dijo enseguida, para pasar a Perla por un lado sin siquiera detenerse a mirarla.
—¿Ni siquiera vas a saludar? —indagó la rubia con molestia, siendo completamente ignorada por el castaño que acababa de tirar la puerta.
Me eché a reír mientras ella se acercaba y se dejaba caer en el sofá frente al escritorio.
—¿Qué le pasa a tu esclavito? ¿Es así todo el tiempo?
—Creo que lo es contigo —bromeé—, y deja de decirle esclavito.
La chica llevó sus dedos hasta sus cienes, donde comenzó hacer pequeños círculos.
—No soporto la cabeza, ¿No tienes un par de aspirinas por ahí?
—Perla… deberías de respetar las noches entre semana, sé responsable con tus deberes —la regañé, a lo que ella respondió con un mohín.
—Solo estaba aburrida, Colette —soltó, para después quitarse sus anteojos, dejando al descubierto unas terribles ojeras.
—¿Tuviste sexo hasta la madrugada otra vez?
Se encogió de hombros.
—Mientras bailaba, choqué contra un alto y hermoso pelirrojo —se abanicó con una mano, echándose a reír—, debiste ver la forma en que coge, fue delicioso.
Hice una mueca de disgusto, e iba a volver a regañarla, pero había sido interrumpida otra vez ante la llegada de Adrien, quien cargaba un enorme ramo de rosas blancas. Las llevó hasta el escritorio y luego me tendió una tarjeta.
Una sonrisa estúpida se había dibujado en mi rostro al ver quién era el remitente, tal parecía que había prestado mucha atención a nuestra conversación de la tarde anterior. La tarjeta simplemente decía:
“Si mi reina quiere rosas, rosas tendrá” Te ama, Nicolás.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza al examinar aquel bello ramo, incapaz de creer en lo detallista y romántico que podía llegar a ser Nicolás, me encontraba tan feliz, que ni siquiera me había percatado de las miradas extrañas que me dedicaban Adrien y Perla.
—Tanta miel me da náuseas —comentó Perla, fingiendo una arcada.
—Esas náuseas podrían ser a causa de la resaca que tiene, señorita Russell —dijo Adrien, dedicándole una mirada divertida.
La rubia volteó los ojos.
—¿Ahora hablas, Dupont?
—Lo hago con las personas que me agradan —respondió, encogiéndose de hombros.
Justo ahora, ambos se encontraban en una guerra de miradas que comenzaba a causarme gracia, era como si no se soportaban, pero a la vez les divirtiese molestarse.
—No es como si me interesase agradarle al “esclavo” de mi amiga —atacó la otra.
—No soy esclavo, es mi trabajo. Además, si no quisiese agradarme, no me hubiera invitado a bailar anoche por medio de un mensaje de texto.
Y ahí no aguanté más y me eché a reír. Perla lo veía con los labios separados, sin siquiera poder gesticular una sola palabra, mientras que el castaño la observaba con los labios curveados en una divertida sonrisa. Después regresó su atención a mí.
—¿Café fuerte y aspirinas para la señorita? —preguntó, señalando a Perla.
Asentí, sin dejar de reír.
—Por favor —terminé diciendo, antes de que él se volteara y caminara hacia la puerta.
Perla me miró, parpadeó un par de veces y luego negó con la cabeza.
—Detesto a ese chico —musitó, dejando caer su cabeza contra el respaldo del sofá.
***
Conduje hasta Tama-Sushi, el sitio al que iría a almorzar con los señores Simons; no era un restaurante grande, pero era cómodo y tranquilo, además de que servían una exquisita comida japonesa.
Me dirigí hacia la mesa que Adrien había reservado, ya ellos estaban ahí. En cuanto me vieron, se pusieron de pie enseguida y vinieron a abrazarme. Hice una mueca ante sus exageradas muestras de cariño, las cuales aún no terminaban de agradarme, pues un año no era suficiente para reponer 24 años de ausencia.
—Colette, estás preciosa —dijo ella, viéndome con dulzura.
Le sonreí a boca cerrada a la vez que asentía en agradecimiento; ni siquiera entendía a qué venía aquella frase, pues en realidad me habían visto hacía tres semanas atrás.
—Me da gusto que estén bien —musité, mientras tomaba asiento frente a ellos.
—¿Cómo está Nicolás? —preguntó él—, hace ya mucho tiempo que no lo vemos.
—Regresó ayer de su viaje a Las Bahamas, justo ahora está descansando en casa.
—¿Y tu trabajo? He visto tus últimos diseños, son increíbles —la castaña hablaba de forma atropellada, lo que me daba algo de ternura, definitivamente ambos buscaban la forma de llamar mi atención, lo que a veces me hacía sentir pena por ser tan dura con ellos.
—Muchas gracias. Diseñar es algo que ahora disfruto, y que a los demás les guste lo que hago, me hace feliz.
Ambos se miraron y sonrieron con orgullo, una chica asiática se acercó y nos tendió la carta con amabilidad, nos tomamos unos minutos en silencio para elegir nuestro almuerzo, al final, terminé decidiéndome por el sushi, era algo que comía constantemente, pero era uno de mis platillos favoritos, por lo que, no me cansaba de repetirlo.
Brat pidió una botella de vino tinto, la cual nos fue entregada casi de inmediato. Él sirvió la copa de su esposa Lorrein, luego la mía y al final la suya. Aquella escena comenzaba a darme un poco de malestar, pues incluso comenzábamos a parecer una familia, cosa que no quería.
—Bueno, en parte a nuestra insistencia en verte, era porque queríamos saber cómo estábamos, además de que necesitamos de tus servicios —asintió Brat, para después llevar la copa a sus labios.
Levanté una ceja y sonreí.
—¿Mis servicios?
Volvió a asentir.
—Estamos trabajando en una nueva línea de calzado, por lo que necesitamos del servicio de tu agencia. Queremos que algunas de tus chicas sean la imagen de nuestro calzado.
Entrecrucé los dedos frente a mí, y me senté aún más derecha. No es que fuese ambiciosa, pero cuando se trataba de trabajo, tomaba una postura diferente, lista para cerrar un nuevo contrato, a pesar de que este fuese con mis padres.
—Somos conscientes del costo —se apresuró a decir Lorrein, sonriendo en mi dirección —pero no importa cuánto, queremos trabajar contigo.
—Si es así —extendí mi mano en dirección a ella y luego a él, estrechándola—, es un trato.