Mi vanidad había sido muy grande, me habían criado dentro de un ambiente meramente conservador, como una familia de alto estatus.
Mi padre, un brillante hombre de los negocios, pero de mente tan cerrada a las modernidades, no sentía que fuera capaz de ser la heredera de todo su imperio y yo… soy una mujer orgullosa y muy ambiciosa, el reto despertaba en mí un incontenible deseo de competencia, quería demostrarme a mí y a todos de lo que era capaz y eso me cegó, no me importaban las consecuencias, ni mucho menos lo que esto conllevaba.
Esa noche que llegué con Sylvia cuando me pidió que fuera por algo muy importante, me sumergí en un recuerdo del cual estoy segura de que, por ello, ella se había esmerado tanto en llamarme, años atrás le había contado mi situación marital:
–¡Maldición Hanna, no amas a Hugo Stewart! ¡¿Por qué no le pides el divorcio?!
–¡No puedo! –le grité.
–¡Claro que puedes! ¡Al diablo con tu matrimonio! ¡Al diablo tus padres y la familia de tu esposo! ¡Tu felicidad es más importante! –me repitió ella.
–¡No puedo! –le repetí.
–¿Por qué no? –me cuestionó dudosa.
–Jamás te lo he contado Sylvia, nunca he sido lo suficientemente sincera, a veces… ni conmigo misma lo soy. –añadí. –Mi matrimonio, es un contrato. Hay un arreglo detrás de él. Nuestras familias se unieron desde hace años con el fin de abarcar el mercado de manera más agresiva, sin embargo, siempre ha habido ciertas rivalidades y desconfianzas, y para que el acuerdo fuera contundente decidieron sellarlo con una unión matrimonial, fue algo que se llegó hace mucho tiempo. –exclamé.
–¿Por qué aceptaste? –me cuestionó sin entender.
–Porque me han preparado para esto desde hacía años, el matrimonio para mí no significa que dos personas que se amen se casen, sino más un arreglo de intereses. Realmente no me importaba tener que casarme con quien fuera, yo quería el control de la empresa, ser una gobernadora de este imperio, llevarlo a la cima, mis intereses profesionales estaban por encima de los sentimentales, pensaba que cuando lograra controlar todo lo que pasara alcanzaría un nivel de felicidad y satisfacción inimaginables. –argumenté.
–Y entonces… ¿Qué sucedió? –me preguntó.
–Me enamoré. –confesé y me abochorné al conferir esa respuesta, manifestar mis sentimientos amorosos era algo que no me habían impuesto en mi educación, me habían criado fría y extremadamente calculadora, sin muchas muestras de afecto, todo eso había funcionado en mi personalidad seria y aburrida, pero ambiciosa de poder. –Y cuando me casé y conseguí el control de la empresa, me sentí tan vacía que, ese sentimiento me persigue desde hace mucho tiempo. –bajé el semblante.
–¡Oh por Dios! –abrió la boca sorprendida. –¿No hay nada que puedas hacer?
–Hay una forma en la que puedo anular este matrimonio: si se comete una infidelidad dentro de un plazo de los primeros cuatro años. –Expliqué.
–¿¡Y qué estas esperando?! ¡” Búscalo”! ¡engaña a Hugo y haz que te pida el divorcio! –sus ojos castaños brillaron, eso sonaba tan fácil, como un juego de niños.
–No es tan sencillo. Hay una cláusula para asegurar nuestra fidelidad como esposos. Si yo engaño a Hugo y me descubren, los Stewart tendrán por derecho el 75% del manejo de la totalidad de las empresas, lo mismo ocurre si él me engaña a mí. No puedo hacer eso, mi orgullo no me lo permite, y no voy a tirar por la borda los esfuerzos de mí familia solo por mis intereses románticos. –expliqué. –Debo ser más inteligente. –añadí.
Retorné de mis recuerdos…
Mis padres y los de mi esposo siempre se galardonaban de ser familias en las cuales el matrimonio se presentaba como algo sumamente sagrado e irrompible, no había registros de divorcios en más de cien años y eso era algo que, presumían cada año en sus aniversarios de casados, sin embargo, una prolongada unión no significa la promesa de una felicidad juntos.
–¡¿Hanna, que pretendes en mostrarnos este insulto?! –exclamó Frederick iracundo, sus ojos estaban rojos del enojo y la piel de su cara totalmente magullada. –¡Es un atropello a nuestra familia!
–Esa no es mi intención y en todo caso yo debería ser la ofendida aquí. –afirmé. –Pero les recuerdo a todos que, nuestro matrimonio es un “contrato.”–exclamé, mientras sacaba la carpeta en donde teníamos consolidada esta unión. –Es un acuerdo, y una de las partes no cumplió con lo que le corresponde, y esa no fui yo, fue su intachable hijo. –lo miré con recelo, porque estaba harta de este hombre y de sus machismos.
–¡Mi hijo no hubiera recurrido a estar con otra mujer si tú cumplieras con tus obligaciones como esposa! –afirmó exasperado.
–¡Por Dios, ese es el pretexto más estúpido, retrógrada y machista que he escuchado! –señalé. –Solo pretendo conseguir el maldito divorcio. –exclamé, yo no insultaba, no era propio de mí educación y luego, me dirigí a mi padre. –¡¿Es obvio, no es así padre?! El contrato dice que, si hay evidencia o sospecha de infidelidad y esta es demostrada, entonces, el otro tendrá derecho de solicitar el divorcio y… –todos me miraron. –Y el 75% de la empresa. –perfilé mis labios, de esa forma los presionaría de conseguir lo que quiero.
–Eres una insolente, Hanna. –me reclamó Frederick. –Es obvio que tú le tendiste una trampa a mi hijo. Hugo, maldición, defiéndete. –regañó su padre.
Mi esposo estaba anonadado, petrificado en su silla, totalmente absorto, quizás estaba intentando carburar la información.
–¿Qué es lo que podemos hacer, Hanna? –cuestionó Dereck, el hermano menor de mi suegro, tío de Hugo, accionista importante de la empresa, él era abogado, muy bueno e inteligente, lo había invitado al propósito.
–¡Dereck! –regañó Frederick, mi suegro, como si ese fuera un cuestionamiento insolente, la admisión de una derrota aplastante.
–Frederick, hermano, es obvio que Hugo no cumplió con su parte del acuerdo, hay pruebas contundentes, así que… estamos a su merced. –afirmó ese sabio hombre, siempre tan listo, con él debí casarme, pensé divertida. –Lo mejor es negociar. –asintió con la cabeza.
–Reclamar el 75% del control de las empresas, no suena mal. –me burlé y vi a todos tensarse terriblemente, porque saben que soy una adicta al trabajo y al poder. –Pero no lo haré, quiero el divorcio. ¡Sencillo! –repetí. –Y el curso de ambas empresas puede continuar como ha sido hasta ahora. –asentí con la cabeza.
–Dale el jodido divorcio, Hugo. –afirmó Dereck con severidad, mientras se giraba hacía él.
Mi padre estaba absorto, creo que entendía que esta era mi batalla, porque nada de lo que dijera sonaría favorable en estos momentos, además de que realmente los “Harrison”, o sea, mi familia, salíamos beneficiados de esta situación, por mucho.
–¡Aquí lo tienes, sólo fírmalo “cariño”! Sino… llevaré esto más lejos, hasta la corte, por ejemplo. – tenía una sonrisa llena de mofa en mi bello rostro, entonces, le deslicé el documento y le acerqué una pluma.
Me miró con enojo y lo vi apretar su mandíbula con gran fuerza, su perfecto rostro estaba rabioso, podía ver cómo se consumía irascible. Dereck entonces, lo tomó de prisa y lo leyó con detenimiento, después de un rato levantó la mirada hacia todos.
–En efecto, solo quiere el divorcio, no pide nada más. –agregó ajustando sus lentes.
–Esto es una locura…–añadió mi suegro.
–Firma Hugo. –aconsejó mí padre. –No habrá más represalias. –añadió. –¿No es así Hanna? –me miró penetrantemente.
–Así es, incluso me desharé del video… solo quiero ser libre y, nada debe cambiar. –aseguré. –Tuve el cuidado de ver que se redacte de esa manera en el divorcio. –concluí.
–Firma el jodido documento, Hugo. – añadió Dereck, con una voz recia, porque él, estaba velando por el bien del patrimonio de su familia, le empujó el documento y le acercó la pluma, lo estaba presionando con esas acciones.
Mi marido me observó, tenía el ceño fruncido y la frente arrugada, teníamos casi treinta años, las marcas en la piel por la edad comenzaban señalarse, sus ojos profundos y en tono oscuro estaban encendidos en ira y enojo, era el perfecto semblante de un hombre que esta a punto de cometer un crimen, le sostuve la mirada y pese a su amenazante gesto, me di el gusto de emitir una leve sonrisa.
–Jamás. –exclamó haciendo a un lado el folder de una forma tan grotesca y agresiva que quedé boquiabierta. La expresión de mi rostro se borró en breve. –Jamás te voy a dar el divorcio, Hanna. –exclamó clavándome la mirada.
–¡¿Por qué?! –le cuestioné enojada y di un golpe sobre la mesa, me estaba sacando de mis casillas.
–¡Porque te amo! –me gritó y todos quedamos totalmente anonadados por su confesión, sobre todo yo que, no daba crédito a sus afirmaciones, esto se trataba de una falacia. –¿No te esperabas eso, cierto? –me sonrió con la ceja alzada.
–Mientes, lo estás haciendo para eludir esta situación. –aseveré. –Tú no me amas, Hugo. –musité con cierto desdén.
–No miento. Te amo, con toda mi alma, eres la mujer perfecta, engañarte fue una estupidez, me dejé llevar por mis instintos, pero solo tú gobiernas mis sentimientos y por ello… no te daré el divorcio, jamás. –me recalcó.
Lo miré con recelo, no creí que me complicaría las cosas de esta manera, pensé que la situación sería más fluida y sencilla.
–Pues es una estupidez, porque yo no te amo. –le declaré fijamente, vi su rostro oscurecerse, es la primera vez que lo veía tan afectado por algo que yo dijera o hiciera. –¡Entonces, nos vamos a juicio Hugo Stewart! –le grité y procedí a quitarme la sortija con brusquedad y asentar ese “grillete” que me tenía presa sobre la mesa de forma tan tosca y agresiva, me puse de pie a gran velocidad y sin perder el paso de mi desesperación, me acerqué a la puerta.
Entonces, algo me detuvo… sus gritos.
–¡Tú eres mía Hanna Harrison y de nadie más! ¡No creas que me rendiré, ni mucho menos que te has desecho de mí! ¡Haré que estés conmigo! –blasfemó de una forma que me hizo enojar más, yo no quería una retardada declaración de amor, ni una amenaza que me hiciera vibrar o suspirar, yo deseaba mi maldito divorcio, mi anhelada libertad.