Ni siquiera había sabido mucho de mi madre después de eso. Solo que poco tiempo después, él le había dicho a una mujer en el parque que ella había muerto en un incendio. Pero, luego de tantos años supe lo que realmente había sucedido.
Él la había asesinado. A la única persona que había querido en mi vida.
Por eso no me había vuelto a importar nada que tuviese que ver con él o si se había roto un dedo por mi culpa mientras yo iba creciendo.
Él sabía que estaba criando un animal salvaje y nunca hizo nada por detenerlo.
Ahí había comenzado todo. Cuando él me había alejado de mi madre y me había llevado con él al campo. Donde había tenido que trabajar desde temprano en la mañana hasta horas de la noche. Poco a poco mi padre comenzó a tener estabilidad gracias a lo que hacía yo, mientras él seguía bebiendo y llevando mujeres a la pequeña casa que tenía.
Eso sí me generaba repudio y me di cuenta de que realmente mi corazón —si era que tuviera—, no lo soportaba a él. Ni a ningún hombre.
Las mujeres no me llamaban la atención. Por el contrario, desde niño había intentado mantenerme alejado de ellas porque no quería que mi padre tuviese nada que ver algo con alguna. Nunca había tenido amigas y mucho menos había ido a un colegio.
Había aprendido a leer y escribir gracias a los periódicos que tiraban a la puerta de la casa y apenas a los once años, pude hablar fluidamente.
Me había enseñado a no contarle a las personas que me cruzaba, nada de mi vida. Ni la de mi padre. Nosotros éramos algo que él llamaba “perseguidos” por la policía, por hacer las cosas bien. Ese cuento lo había creído por varios años, hasta que había llegado un momento en el que con más edad le había confrontado y dicho que me dijera la verdad.
Realmente todo lo que había sucedido era que mi padre era prófugo de la justicia por el asesinato de mi madre y por mi secuestro.
Fin.
Pero ni siquiera sabiéndolo, yo había hecho algo. No.
Yo quería seguir los pasos de mi padre. Era como una película en la que todas las personas tenían que esconderse para que el asesino no las encontrara.
Yo quería jugar a eso con los niños.
— No se te ocurra volver a hacer algo como esto, Jacob —gruñó mi padre cuando cerró la puerta de la casa—. No puedes lanzarles piedras a los niños.
— ¿Está mal?
— No. Solo que el mundo no está preparado para una persona como tú.
Ese era mi discurso de todos los días.
El mundo no estaba preparado para mí y yo tampoco haría que lo estuviesen.
Me había dado cuenta de que hasta los niños tenían maldad en su cuerpo y por eso yo hacía las cosas que hacía.
El niño que yo había atacado había sido porque había querido golpear a una de las niñas que llegaban del colegio a su casa. Ella no había hecho absolutamente nada malo y yo lo había visto todo porque ese día había tenido que ayudar a mi padre fuera de casa.
Él simplemente se había acercado a ella y la había lanzado al suelo como si eso fuera normal y pudiera hacerlo siempre.
— Mira —los señalé y mi padre volteó a mirar.
— ¿Qué?
— La está golpeando.
Una risa salió de los labios de mi padre y asintió, volviendo a su trabajo.
— Solo le enseña quién manda.
— ¿Qué?
— Las mujeres tienen que vivir para ti. Para nadie más. Tú eres un hombre —sonrió orgulloso.
Mi ceño se frunció y rasqué una de mis orejas. Allí la noche anterior me había picado un mosquito y seguía molestándome.
— No quiero eso. Yo quiero vivir feliz.
— Así se vive feliz.
— ¿En serio? —Abrí los ojos.
— Si, hijo. Ellas son basura… como tu madre.
Asentí.
Si llegaba a decir algo en contra de lo que él me había dicho, me llevaría una golpiza que no me dejaría levantarme al siguiente día.
Había escuchado que una mujer le había comentado a mi padre que debía llevarme con un pediatra por los moretones que se alcanzaban a distinguir en mi cuerpo y él la había empujado, diciendo que no se metiera en los asuntos que no debía.
Por eso nadie se involucraba con nosotros y menos, porque estábamos bastante alejados de la ciudad. Lo único que quedaba cerca a casa, era la parada de autobús y por eso era por lo que podíamos distinguir a las personas que vivían cerca.
Lo bueno —según mi padre—, era que la mayoría eran mujeres o ancianos y por eso, nadie lo reconocería.
— Las mujeres salen a buscar hombres desde temprano y llegan en la noche, mientras los viejos no pueden ni moverse —habló, mientras ponía un poco de carne en la sartén—. No pude escoger un mejor lugar.
— ¿Y los niños?
— No lo sé.
Unos segundos nos quedamos en silencio y mi padre comenzó a aplaudir y reír.
— ¡Joder! No lo había pensado…
— ¿Señor?
— Aquí necesitan un hombre que las satisfaga. Voy a tener muchas mujeres aquí.
Ni siquiera entendía de lo que hablaba, pero sonreí porque eso lo hacía feliz.
Yo lo único que quería era volver al colegio y cambiar mi comportamiento allí. Podía jugar con tapas de botellas o lanzar piedras en el lago si ese era el problema. No me importaba.
Quería tener otro tipo de vida porque estaba cansado. Era un pequeño para el tipo de vida que estaba teniendo y yo lo sabía. Mi padre me podía a trabajar tantas horas que ya sentía que mi edad se duplicaba por todo lo que hacía.