Capítulo 1

1003 Words
La vida no era lo que me narraban en el colegio y eso siempre lo tuve presente mientras crecía. Día a día solamente tenía que despertarme para darme cuenta de que era una farsa y que, desde casa, podía verse aquello. Al principio, no consideraba que se tratara de algo del otro mundo, sino que, por el contrario, había normalizado las actitudes que tenía mi padre en contra de mi madre y fue solamente hasta que en clase le di un golpe a un compañero, que supe que realmente era algo considerado malo. Después de eso, aquellas actuaciones se detuvieron un poco porque mi padre me había golpeado luego de la reunión con la directora por varias horas, hasta que mi madre había llegado a casa de trabajar y lo había detenido. Por supuesto, ella había recibido los golpes que él no había alcanzado a darme y ella lo había aceptado. Podía recordar sus palabras como si las estuviera escuchando. —    Si no te los ganas tú. Alguien lo tiene que hacer —espetó, dejando de lado el palo que tenía en su mano—. No puede ser que vayas a comportarte de esa manera en el colegio. —    Papá —había llorado. No tenía idea hasta ese momento que las actitudes que yo veía en casa y reproducía en el colegio, eran malas—. No sabía… —    El mundo no está preparado para ti, idiota. En ese momento mi madre entró y sus ojos se llenaron de lagrimas inmediatamente. Luego de eso, corrió a abrazarme y solté un suspiro. Su ropa había tocado mi espalda y el dolor se había apoderado de mi pequeño cuerpo. —    ¿Qué está pasando? —    Se comportó mal. —    ¿Qué? —Mamá tragó saliva y me miró—. ¿Estás bien? Pude ver el dolor en sus ojos y asentí, esperando que se alejara. Yo era un niño grande y tenía que aceptar los golpes de mi padre. —    Aléjate —pedí. —    No, no… —    Mamá —volví a pedir. Esta vez sonando más como un ruego. No quería que él la tocara. Ella había recibido demasiados golpes y no podía aceptarlo. Claro, apenas tenía cinco años, pero consideraba que podía intentar defenderla. Además, de alguna manera, los golpes no me dolían. Solamente tenía que pensar en otras cosas y así, olvidarlo. —    ¡No! ¡Es un niño! —Gritó y se levantó, encarando a mi padre—. ¿Cómo puedes hacerlo? —    ¡Aléjate, Marta! —    ¡Es mi hijo! —    Entonces recíbelo tú —escupió mi padre—. Tienes razón. Es tú hijo. Tú obligación. Por tu culpa él se comporta así. Por estar siempre en la calle buscando hombres. —    Estaba trabajando —limpió su nariz. —    ¿Me crees estúpido? Una patada fue dada en mi estómago y caí de medio lado, soltando un gemido de dolor. Mi padre había lanzado la patada para alejarme del lugar. —    Acomódate como estaba el idiota. —    ¿Ah? Con fuerza, papá tomó del cabello a mi madre y la tiró al suelo, para que se pusiera en la posición que yo había estado antes. Sus ojos mostraban temor y yo solo pude levantarme y ponerme encima de ella, para que no la tocara. Pero claramente, eso era imposible. Con apenas unos manotazos, mi padre me había encerrado en el sótano y había comenzado a golpear a mi madre. Mi ritual cuando aquello sucedía era contar hasta cien. Si los golpes no se detenían, intentaba llamar su atención o a veces poner alguna película en el televisor viejo del sótano, donde la se escuchaban las sirenas de policía. Pero esa noche los golpes sobrepasaron los cien. —    ¡Papá! —Exclamé. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí abajo. Traté de golpear con la mano cerrada la puerta, pero, aun así, continuaba sin escucharme. Podía sentir cómo las heridas en mi espalda comenzaban a doler mientras mis brazos se movían rápidamente para tocar la puerta, hasta que comencé a ver todo oscuro y caí de las escaleras hasta el suelo del sótano. Para un niño común y corriente eso nunca hubiera pasado y menos se acordarían de algo que sucedió cuando apenas tenían cinco años. Pero con veinticinco, yo aún seguía con aquellas imágenes intactas en mi cabeza. Porque ese día había recibido mi primera golpiza por parte de mi padre. Y él también había asesinado a mi madre. No sabía si sentirme culpable por lo que había sucedido. Y tantos años después, continuaba preguntándomelo. Luego de eso, recordaba abrir los ojos porque me habían lanzado un poco de agua en la cara. Era mi padre. Sus manos estaban manchadas de sangre y la sonrisa que había en su rostro me había hecho sonreír también. Tal vez desde ese momento era que él se había dado cuenta que yo era la misma basura que él, pero, sus ojos me habían visto como si hubiese cometido algo digno de un premio. —    Ya no tendremos problemas con nadie —fue lo primero que atinó a decir—. Estaremos bien. Yo tenía cinco años y estaba medio moribundo. Tenía tantos golpes en el cuerpo que no podía recordar por qué había sido cada uno. —    ¿Mamá? —    Mamá está en el cuarto. Pero nos tenemos que ir —mi padre tragó saliva y salimos con él cargándome, por la puerta de atrás—. Tenemos que irnos. —    ¿Por qué? En ese momento el dolor nuevamente se había apoderado de mi pequeño cuerpo y había vuelto a desmayarme. Lo poco que recordaba después de eso era que estábamos dentro del auto y que mi padre estaba manejando fuera de la ciudad sin camisa y con un pantalón de jean lleno de manchas de sangre. Esa noche él mismo se había golpeado contra la ventana del auto para que sangrara su nariz y así, nadie le dijera nada por comprar un poco de ropa para él.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD