Liara, agotada por el largo camino, veía cómo la ágil hada llamada Ava se desplazaba a gran velocidad por las estrechas y abarrotadas calles, repletas de seres alados ruidosos que vendían y comerciaban sus mercancías. Llegó un momento en el que, debido a su cojera, no logró seguirles el paso a ninguno de esos seres mágicos, que rebosaban de siglos de vida. Después de un rato, se quedó rezagada. El rey Cirdán, al percatarse de que Liara jadeaba y caminaba más lentamente de lo habitual, se giró hacia ella y detuvo su avance, observando a su humana desfallecida.
Al pensarlo con detenimiento, se daba cuenta de que habían estado viajando desde las primeras horas de la mañana, montando los Galen, y no habían descansado hasta ahora. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? Cirdán reflexionó y, al ver
