Círdan lo miró detenidamente y, sin decir nada más, se acercó con calma al lugar donde yacía la espada, descolgándola. La examinó de cerca y se percató de que era más ligera de lo que normalmente estaba acostumbrado. Observó el filo, que a simple vista parecía afilado, pero decidió ponerlo a prueba cortándose un dedo, y se lastimó al instante que apenas la hoja rozó su piel. —Lo sabía... —murmuró Círdan mientras colocaba la espada en su cinto, sorprendiendo a Liara y al señor Roland, ya que el anciano había dejado claro que la espada no estaba a la venta. —Mi señor elfo... —dijo el anciano Roland saliendo del mostrador y acercándose al elfo de alta estatura que ya se había adueñado de la espada—, le dije que esa espada no la estoy vendiendo... —Lo sé. —Entonces, ¿por qué la tomó? —Por