Los primeros ocho años de vida de Liara estuvieron colmados de felicidad. La niña corría y jugaba por el hermoso templo de los bosques, donde los elfos del culto la cuidaban con amor, esmero y dedicación, inculcándole la creencia de que, a la edad de dieciséis años, ella se reencontraría con su amado, el dios del bosque Lorandil. Desde antes de que diera sus primeros pasos, los elfos le contaban cuentos y le cantaban canciones sobre el dios de los bosques. Por eso, cuando la niña tenía siete añitos, anhelaba encontrarse con ese ser que parecía amarla aún más que sus cuidadores, quienes habían notado algo especial en ella: su capacidad inconsciente para crear magia. Esta habilidad fue descubierta cuando Liara tenía cuatro años y estaba jugando en uno de los jardines. La niña, sin pensarlo