—Lo repetiré una vez mas —dice el rey Cirdán con un tono de voz calmado, mientras los otros dos elfos se adentraron en la casa, destruyendo todo a su paso cuando buscaban en cada rincón sin un ápice de delicadeza —¿Dónde está su cuidadora?
La voz de Cirdán era serena, pero esa calma solo asustó mas a los niños que valientemente continuaban negando que había alguien ahí además de ellos. El rey Cirdán comenzó a caminar con lentitud con sus manos tras su espalda, viendo a los niños y luego de lado a lado, sintiendo con cada paso que había una zona del piso que parecía hueca, porque la madera rechinaba mas en ciertas zonas que otras.
De un momento a otro había un silencio por parte de todos, solo se escuchaban los muebles cayéndose y los platos rompiéndose por parte de los elfos que estaban buscando con desesperación a la humana con la bendición de la diosa, mientras que el rey Cirdán continuó caminando y, cuando quedó encima de un tapete, pudo sentir como su pesado cuerpo hundió un poco la madera del suelo, algo muy típico cuando las tablas viejas no tenían soporte bajo sus cimientos.
Inconscientemente, uno de los niños miró hacia el suelo, estaba sudando, el rey podía ver como una pesada gota recorrió desde su frente hasta su pequeña mejilla y casi sin necesidad de palabras, le dijo que bajo sus pies había algo escondido, su temor y su mirada constante hacia esa área del tapete lo decía más que mil confesiones. Al notar eso, el rey desenvainó su espada, diciendo:
—¿Ahí algo aquí abajo, no es así? —pregunta el rey con una mínima sonrisa, viendo como todos los tontos niños negaron con sus cabezas de forma sincronizada —¿están seguros?
—¡Que no hay nada ahí! —grita uno de los niños más grandes, de despeinado cabello castaño, mejillas rozagantes y ojos cafés —¡Ya pueden irse, en esta aldea no está lo que buscan!
El rey Cirdán sonríe, alzando la piedra de la clarividencia.
—Este brillo no miente —le dice con un tono de voz calmado, luego se coloca la piedra en su cuello, volteando su espada con el filo en vista al suelo —Si no hay nada debajo, supongo que puedo hacer esto.
Con la fuerza necesaria, el rey incrustó su arma de plata élfica en el suelo de madera, como se esperaba el lugar estaba hueco. Debajo del suelo, Liara y las niñas se estremecieron del temor corriendo con el mayor sigilo que pudieron para alejarse del rey que solo podían ver sus pasos y el filo de su espada cuando la incrustaba en el suelo, con toda la intensión de hacerle daño a quien sea que estuviera escondido ahí debajo.
Cirdán agujereó el suelo de madera opaca unas diez veces, bajo la mirada traumatizada de los pequeños varoncitos que suspiraban del alivio cada vez que la espada no regresaba manchada de sangre. Entonces en la última ocasión, por poco lastima a una niña, pero Liara la quitó del medio, sin embargó no contó con la rapidez suficiente porque al momento que la apartó, ella salió lastimada con el filo de aquella filosa espada cuando le rozó en su hombro hasta la altura de su clavícula izquierda. La mujer emitió un gemido adolorido que el rey escuchó, y cuando sacó la espada, esta vino manchada de sangre. Con una sonrisa con aires malvados, el rey untó dos dedos de esa sangre oliéndola.
—Sangre humana... ¿supuestamente no había nada ahí abajo? —pregunta el rey elfo dejando de sonreír, porque esos mocosos le estaban haciendo perder el tiempo.
Cuando sus dos guerreros llegaron, Cirdán les hizo señas para que quitaran ese tapete y efectivamente había un cuadrado con una pequeña hendija para abrirla. Los niños fruncieron sus labios y como última instancia se lanzaron sobre los elfos para impedirles que abrieran ese escondite, incluso uno tomó un cuchillo que le incrustó en el brazo del que estaba a punto de abrir la puerta, pero cuando el elfo vio que ese niño se había atrevido a hacerle semejante atrocidad, lo sujetó por su cuello, mientras Liara escuchó que aquel elfo exclamó:
—Estás muerto, pequeño humano impertinente...
—¡¡Basta!! —exclama Liara debajo del escondite.
La voz de una mujer resonó bajo el suelo y Aramis no pudo evitar sonreír viendo al rey Cirdán quien hizo a un lado a su otro compañero guerrero para él mismo abrir esa puerta cuadrada escondida en el suelo. Cuando la abrió encontró a una mujer y detrás de ella había varias niñas. El rey elfo alzó ambas cejas sintiendo como la piedra de la clarividencia que tenía en su cuello lo encegueció por un momento a causa de la luz que manaba en ella cuando se agachó hacia esa mujer que lo miraba con el ceño fruncido y ojos llorosos.
—¡Ya basta, dejen a mis niños en paz!
Liara bajó la escalera que estaba ahí y ella fue quien subió llevándose una mano a su hombro herido mientras que el rey Cirdán la vio de pies a cabeza. Era una chica de cabello rubio ondulado, rostro pequeño, piel clara y ojos azul verdoso. Los elfos siempre habían pensado que los humanos rubios eran unas copias mal hechas e imperfectas de los elfos, porque ellos no les encontraban gracia ni belleza alguna, y esa mujer era la prueba viviente de eso. Sin embargo, su físico era lo que menos le importaba, la bendición de la diosa de la fortuna era su único interés. Así pues, el rey Cirdán caminó un par de pasos para quedar frente a ella, y la diferencia de tamaños se hizo más notable.
Liara tuvo que alzar su mirada y cuando vio a ese alto elfo de piel morena, cuerpo fornido y largo cabello color azabache, lo primero que pasó por su cabeza fue que esas orejas alargadas eran lo único que lo hacían un elfo junto con esa indiscutible belleza en su rostro, porque del resto a simple vista no se veía como el resto. El rey era un hombre atractivo, pero lo que tenía esa especie en hermosura, quizás lo tenía en maldad.
—¿Qué es lo que quieren de nosotras las mujeres, porque nos están cazando? —pregunta Liara cubriéndose la herida de su hombro con una de sus manos, pensando que quizás podría encontrar algo de misericordia y al menos una explicación.
—La cacería ha terminado. Ya encontré a la mujer que buscaba —le responde el rey Elfo sin quitarle la mirada de encima a Liara.
Liara abrió sus ojos viendo al rey con una expresión aterrorizaba, porque tenía la leve sospecha que ella era esa mujer que buscaba, por tan solo ver la forma como él la veía con sus penetrantes ojos grises.
—¿Para qué... buscaba a una mujer humana? —pregunta Liara con un hilo de voz temeroso.
—Para casarme con ella... o debería decir, contigo.
Liara parpadeó dos veces retrocediendo dos pasos, pero de repente aquellos dos elfos la sujetaron por sus dos manos para impedirle que se escapara, se notaba que esas eran sus intenciones.
—¿Y si yo no quiero casarme con usted?...
Ante esa pregunta, el rey Cirdán lo que hizo fue mirarla con desdén y después soltó una risa que si no hubiese sido una burla dirigida a ella, Liara la hubiese encontrado encantadora.
—Vámonos, ya no hay tiempo que perder—declara el rey elfo entre tanto sus dos guerreros se llevaban a rastras a Liara, dejando en claro que lo último que importaba era la decisión u opinión de la muchacha.