—¡Rápido, todas las niñas vengan conmigo, escóndanse! —exclama una muchacha con un tono de voz aterrado.
—Señorita Liara, tengo miedo... —susurra una niña que tenía la expresión como si estuviera a punto de llorar.
Liara, se acerca a ella abrazándola, y luego le da un beso en su frente.
—No te preocupes, los elfos no nos encontrarán —dice para convencerse a ella misma que así sería —, ve con el resto de las niñas, estoy segura de que aquí jamás nos hallarán.
—Señorita Liara, ¿y nosotros que haremos? —pregunta un niño de unos nueve años, quien veía con preocupación como todas las niñas de la casa hogar se escondían en un compartimiento secreto que estaba bajo el suelo.
—Ustedes quédense por ahí, actúen como si nada, ni se les ocurra intentar atacarlos ¡Los elfos no tienen sentimientos, son malvados y podrían matarlos sin chistar! —previene Liara porque estaba viendo que unos niños varones tenían los cuchillos de la cocina en sus manos —¡Suelten eso!
Un niño que estaba en la entrada viendo lo que ocurría desde la distancia, observó que los elfos ya estaban entrando al pueblo, yendo de casa en casa con violencia. Al ver eso con la mayor rapidez que pudo corrió hacia donde su cuidadora exclamando:
—¡Ya vienen, escóndanse! —exclama el niño de unos doce años.
Liara emite un pequeño gritico ahogado del temor y con rapidez entra en ese lugar secreto donde todas las niñas ya estaban escondidas, solo faltaba ella. Y así cuando todas entraron a resguardarse, uno de los pequeños les ayudó a cerrar la puerta y luego colocaron encima un tapete para disimular aún más el escondite secreto. Debajo del suelo, Liara le hizo señas a las niñas para que se mantuvieran en silencio, la mayoría se abrazaban unas con la otra aterradas porque no había humano en la tierra que no les tuviera terror a los elfos, ellos eran seres temibles que no les importaba en lo más mínimo su bienestar.
Para un elfo era más importante la vida de un insecto que la de un humano, y eso ya era decir poco, es por esa razón que nadie comprendía porque de un momento a otro estaban tan desesperados buscando mujeres, sea cual fuere la razón, no era para nada bueno. Es por ese motivo que, Liara al enterarse que los elfos finalmente habían llegado a su remota aldea, lo primero que hizo fue proteger a las niñas de la casa hogar donde ella trabajaba sin paga alguna.
Por otra parte, el rey Elfo comenzó a buscar acompañado con tres elfos más a su humana. Conforme caminaba la piedra de la clarividencia se hacía cada vez más brillante, eso solo significaba que la humana con la bendición de la diosa estaba cerca.
—Su majestad, en la calle solo hay hombres, hemos visto pocas mujeres afuera—murmura uno de los elfos mirando con desdén a los humanos.
—Las están escondiendo, eso es mas que evidente —dice Cirdán con su vista enfocada en la piedra que cada vez se hacía más resplandeciente.
Él continuó caminando, viendo que de un momento a otro la piedra dejó de brillar tanto, eso solo significaba que había pasado de largo el lugar indicado, así que retrocedió, y como si aquella piedra que brillaba como un arcoíris fuera una guía de rastreo, el rey Cirdán se detuvo donde la luz se hizo más intensa. El lugar era una casa relativamente grande pero muy descuidada, afuera había un total de siete niños varones sentados. Cuando los pequeños humanos los vieron algunos tuvieron la osadía de buscar piedras y lanzárselas, eso solo hizo sonreír con ironía al rey porque esos chiquillos ocultaban algo.
—Aquí debe ser... esos pequeños inútiles son unos custodios, algo protegen —dice el rey Cirdán mirando a los pequeños fijamente, solamente para asustarlos y logró su cometido porque sus rostros con expresiones valientes se desvanecieron en cuestión de segundos.
—Algo, o alguien... —murmura Aramis, que iba al lado del rey.
De esa forma los dos elfos junto con el rey caminan rumbo a esa casa de humanos, viendo como la piedra pareció volverse loca por lo mucho que brillaba, sin dudarlo estaban en el lugar correcto. La esperanza comenzaba a recorrer todo el cuerpo del rey Cirdán imaginándose que los dioses una vez más les sonreirían con victorias futuras, solo tenía que conseguir esa humana y una vez mas los días de gloria regresaría al reino de los elfos.
Entonces bien, cuando entró a ese lugar, misteriosamente solo encontró niños varones de distintos tamaños y etnias, con sus ropas harapientas pero sus cuerpos limpios, era evidente que alguien los cuidaba, y juzgando por la limpieza del lugar, era una mujer lo suficientemente grande para hacerse cargo de todo.
—¿Dónde está su cuidadora? —pregunta el rey Cirdán con un tono de voz cortante y distante, mirando a esos niños por encima de sus hombros.
—Aquí no hay nadie, ¡Largo de aquí orejón del demonio! —dice uno de los niños con valentía.
Sin embargo, Liara sabía mejor que nadie que la valentía iba tomada de la mano con la estupidez, por eso ella, quien veía todo desde una rendija que estaba entre las tablas del suelo, observó como uno de sus niños recibió una patada directo en su estómago, por uno de esos elfos y luego el pobre pequeño cayó de boca al suelo. Para no gritar, Liara se cubrió la boca con sus dos manos, al igual que el resto de las niñas.
—Asqueroso enano, ¡ten más respeto! —dijo uno de los guerreros elfo, de lacio cabello rubio y rostro hermoso que ahora se veía poco agraciado por esa expresión de rabia que tenía.
—Busquen en toda la casa —ordena el rey Cirdán con un suspiro cansado.
—Como ordene, altísimo rey elfo.
«¿El rey de los elfos vino en persona? ¿Por qué se toman tantas molestias, que es lo que desean?, no entiendo nada» piensa Liara todavía cubriéndose la boca con sus manos, temblando del miedo sintiéndose más aterrada que nunca.