—¡No, suéltenme! ¡No me iré a ningún lugar! —grita Liara cuando la sacan a la fuerza de la casa.
Los niños van detrás de ella gritando de igual forma que no se llevaran a la que consideraban su madre porque los cuidaba desde pequeños y cuando alguno de esos niños se acercaban a los elfos ellos simplemente los pateaban como si fueran poca cosa.
—¡No los lastimen! —grita Liara con desesperación viendo que el rey iba caminando delante de ellos sin importarle absolutamente nada más que irse cuanto antes de esa aldea —¡Rey elfo! ¡Rey elfo por favor, déjeme despedirme al menos!
La muchacha deseaba que la escucharan por una sola vez y al ver que el rey se detuvo, pensó que quizás él le prestó atención a sus súplicas. El rey Cirdán se volteó mirándola de reojos como si ella se tratara de poca cosa, y después regresó su mirada a esos pordioseros niños humanos que esa mujer nunca más iba a ver. Fue por esa razón que él sintió un ápice de empatía porque esos pequeños ocultaron a esa mujer y a las niñas hasta el final, se notaba que la querían así que un par de minutos no significaba nada para él, sin embargo para las cortas vidas humanas, sí.
—Está bien, no te tardes demasiado —acepta el rey Cirdán con una expresión de fastidio en su rostro, como si decir esas palabras hubiese sido algo molesto.
De inmediato los dos elfos soltaron a Liara, y ella corrió hacia los niños que también corrieron a ella. Cuando la mujer corrió, el rey elfo quien tenía una expresión aburrida en su rostro, abrió un poco sus ojos porque hasta ahora que la veía correr, se daba cuenta que la mujer cojeaba. Su andar no parecía de una herida resiente, se notaba que ya era una afección de la cual la humana estaba habituada.
—¿Vio eso, su majestad? la mujer humana tiene una pierna estropeada —murmura Aramis sin poder creer que una mujer “dañada” tuviera la bendición de una diosa.
—Si, yo también lo noté... que desagradable —murmura el rey Cirdán con asco en su tono de voz.
Por otra parte, cuando Liara llegó a los niños, todos se abrazaron llorando al mismo tiempo que algunos de la aldea se acercaban con temor a Liara porque por lo visto ella era la humana que sería sacrificada por los elfos (eso era lo que creían todos).
—Liara... escapa cuando tengas la oportunidad —dice uno de los niños hipando y sorbiendo su nariz.
—Regresa con nosotros, no te puedes morir —pide una niña sin dejar de abrazarla.
—Saben que no puedo hacerlo... pero les prometo que estaré bien —dice Liara tratando de forzar una sonrisa —¿escucharon lo que dijo el rey elfo? Que yo sería su esposa... eso significa que seré una reina humana —Liara traga saliva —podré tener la libertad de venir cuando quiera, y vendré a visitarlos, les traeré frutas del lado del reino de Arvender donde los humanos no pueden pasar.
Liara decía todas esas cosas solo para no entristecer a los niños, porque ella no tenía idea de cual sería su destino, pero eso era algo que esos pequeños no tenían que saber. La gran mayoría habían pasado por mucho, y ella no deseaba crearles mas tristezas a sus vidas, así que tratando de ocultar su dolor por la herida en su hombro y el dolor de su corazón por no saber lo que le esperaba en manos de los temibles elfos, ella se forzaba a sonreír, y uno por uno les dio un abrazo y beso de despedida, prometiéndoles en todo momento que regresaría «pronto».
—Luzmila, por favor.... encárgate de ellos —ruega Liara a la mujer que había ido a verla, quizás solo para husmear.
—Los mantendré vigilados, podrán ir a pescar al lago y buscar comida en las tiendas como siempre, Liara... —dice la mujer mirando a la muchacha con preocupación, y cuando la abrazó le susurró:
—¿Qué quieren esos elfos contigo, estarás bien? —murmura en un hilo de voz que solo las dos mujeres pudieron escuchar.
—No lo sé... y tampoco sé si estaré bien o si regresaré, pero por favor no le digas nada a los niños, te lo pido... —susurra Liara limpiándose rápidamente un par de lágrimas que brotaron de sus ojos.
Por otra parte, el rey Cirdán se volteó viendo que la humana se estaba tardando demasiado despidiéndose de esa gentuza, fue por eso que él revoloteando sus ojos, la llamó con un tono de voz lleno de impaciencia:
—El tiempo se acabó —dice el rey elfo y Liara solo se estremece al oír su voz —no hagas que yo mismo vaya por ti...
—Voy enseguida... —Liara se separa de Luzmila, y luego le da un par de últimos besos a todos los niños que, cuando ella comienza a caminar en dirección a los elfos, ellos van caminando detrás como patitos siguiendo a su madre — No me sigan, por favor... —pide Liara porque ver cómo iban detrás de ella solo le dolía más.
El niño más grande de todos se detuvo en seco, él tenía trece años y con lágrimas contenidas en sus ojos detuvo al resto de los niños porque él asumía que ponían en riesgo a Liara.
—¡Yo cuidaré de todos hasta tu regreso, Liara! —grita el muchachito y en esta ocasión la rubia no quiere voltearse porque un mar de lágrimas recorría sus mejillas.
Así que, lo único que hizo Liara fue alzar su mano sin voltearse como señal de despedida, y cuando llegó frente al rey Cirdán, para su sorpresa él le sujetó de la mano para caminar así con ella hasta donde se encontraban sus caballos. A simple vista parecían una pareja tomados de la mano bajo la mirada asombrada de todos los aldeanos, pero Liara sabía que él la estaba sujetando con fuerza, era evidente que lo hacía para que ella no escapara, el roce de su mano suave no tenía ni una pizca de romanticismo o delicadeza, ella solo sintió posesividad y egoísmo en su actuar.
Entonces bien, cuando llegaron a los caballos, el rey elfo sujetó por la cintura a Liara y la montó con una facilidad en el caballo y después se montó él, y así de esa manera dieron media vuelta yéndose de ese pueblo sin decir nada más, sintiéndose satisfechos porque habían encontrado lo que tanto buscaban.
—Dígame la verdad, rey elfo... —ruega Liara cuando ve que ya habían salido del pueblo y ahora se habían adentrado al bosque.
—¿Cuál verdad? —pregunta el rey Cirdán sin mucho interés, se notaba que le molestó que la humana rompiera el silencio.
—¿Qué harán conmigo? ¿Me van a sacrificar? Al menos deseo saber mi destino... no creo eso del matrimonio —admite la rubia con honestidad.
El rey Cirdán esboza una risa irónica desviando su atención hacia otro lugar.
—¿Qué ganaría con sacrificar a una humana poco agraciada y defectuosa como tú? Sin embargo, para mi desgracia, si me casaré contigo, tienes algo que deseo poseer...
Las palabras del rey hirieron un poco a Liara, porque ella sabía que cuando él dijo “defectuosa” se refirió a su cojera...
—¿Qué puedo poseer? Todo lo que tenía y amaba se quedó en él hogar que me arrebató —dice Liara refiriéndose a los niños.
—No tienes idea... —murmura el rey Elfo sin desear hablar más, pensando:
«No veo ninguna bendición de la diosa en esta humana, supongo que “el abrazo de la fortuna” se activará cuando estemos oficialmente casados, si no es así, la mataré y continuaré mi búsqueda. Aunque no debo tomar decisiones apresuradas, la piedra de la clarividencia nunca se equivoca... esa gema sagrada puede “sentir” la presencia de los dioses, he de imaginar que está bien escondida dentro de ese escueto y lastimero cuerpo humano que posee esta mujer...» piensa el rey mirando de reojos a Liara, deseando llegar cuanto antes al palacio real para iniciar con la ceremonia de esa boda que no tenía una pizca de amor, solo ambición...