01. Un Destino Improbable

1472 Words
—¡Nooo! —grita el rey Cirdán poniéndose de rodillas cuando observa que el capitán del ejército de los Elfos es atravesado por la enorme espada de su enemigo. El campo de batalla estaba lleno de caos y furia, cuando Theodor, el valiente guardia real del ejército de los elfos, fue emboscado y asesinado por un ogro implacable. Mientras el rey elfo Cirdán caía en una profunda tristeza, sus guerreros inconsolables murmuraban que su pérdida era culpa de la falta de bendición divina del rey... —Ya no hay dudas, todo esto es culpa de su majestad, tanta desgracia es a causa de él... —murmuraba uno de los elfos guerreros envuelto en tristeza. Dos días después El viento susurraba entre los árboles, agitando las hojas de colores vibrantes que decoraban la mayor parte del Reino de Arvender, en la ciudad de los Elfos. El sonido era acompañado por el triste rugir de las olas del mar oculto tras los altos acantilados de la costa. En el corazón del reino, la majestuosa Ciudad Élfica se alzaba imponente, protegida por altas murallas y custodiada por una guardia real compuesta por los valientes guerreros elfos de hermosa apariencia física. En el Salón del Trono, el rey elfo Cirdán caminaba de un lado a otro, suspirando profundamente mientras en su rostro solo se reflejaba preocupación. La batalla contra sus enemigos los ogros, había terminado en una cruel derrota, y en esta ocasión la muerte de Theodor, su capitán de la guardia real había dejado al rey muy desolado. Los elfos que aún quedaban de su ejército se encontraban reunidos en el Gran Salón del Trono, murmurando entre sí mientras miraban con desconfianza a su monarca. Era un secreto a voces que muchos creían que la mala suerte que los azotaba desde hace años se debía a la apariencia física de su rey. En el reino de los elfos, el rey Cirdán era considerado “tosco y poco agraciado” debido a su rostro de marcados rasgos masculinos, sus orejas no eran tan largas, su largo cabello ondulado era de color azabache como el carbón, sus ojos de color gris brillantes como piedras preciosas tampoco eran comunes, al igual que su bronceada piel canela y el cuerpo demasiado musculoso para tratarse de un elfo. Todo su ser no era común en su especie, y muchos creían que era una señal de que no estaba bendecido por los dioses. —No podemos seguir así, su alteza —dijo Aramis, el guerrero elfo de mayor confianza del rey. Con algo de titubeo, Aramis se acerca al rey Cirdán. Físicamente él era un elfo de largo cabello rubio, piel blanca, simétrico rostro dotado de belleza, y cuerpo esbelto bajo su traje elegante, ya que en ese momento no cargaba una armadura de guerra. —La derrota de hace dos días solo confirma nuestras creencias. ¿Cómo podemos ganar batallas si nuestros dioses no nos otorgan su bendición? —asume Aramis diciendo lo que todos pensaban. Cirdán miró a Aramis, y en sus ojos solo podía verse la tristeza y vergüenza porque esa batalla perdida solo mostraba debilidad en él. —He luchado por nuestro pueblo durante décadas, pero parece que la guerra contra los detestables ogros no tiene fin. Si lo que todos dicen a mis espaldas es verdad, que nuestra desgracia está ligada a mi aspecto nada común, entonces estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para traer la buena suerte a nuestro reino. Aramis frunció el ceño algo confundido, mientras el resto de los que estaban ahí presentes en el Salón del trono comenzaron a murmurar entre ellos. —¿A qué te refieres, mi señor? El rey elfo suspiró y se dirigió a una estantería cercana, donde yacía un antiguo libro empolvado que un consejero le había leído cuando apenas era un niño. —Existe una leyenda, mi querido amigo Aramis. Cuenta la historia de un rey elfo que, para recuperar la bendición de los dioses, se casó con una humana. Fue la única manera de traer la buena fortuna de vuelta a su reino. Los ojos de Aramis se abrieron de par en par, sorprendidos por lo que escuchaba. —¿Está hablando de la protección dada por la diosa élfica Eliane la luminosa, patrona de la belleza, la sabiduría y la buena fortuna? El rey Cirdán asiente con la cabeza. Según la leyenda, la diosa Eliane le otorga a un elfo que se case con una humana la bendición llamada: El abrazo de la fortuna, pero no es con cualquier humana, es la escogida de la diosa. Si un elfo se casa con ella, la diosa lo bendecirá y recibirá prosperidad, suerte y protección en los tiempos presentes y futuros. Sin embargo, se creía que esa leyenda solo era una fábula del pasado en un intento vano por unir ambas especies. —¿Un matrimonio con un ser humano, su alteza? ¿Estás seguro de que esto es lo correcto? Cirdán miró a Aramis fijamente, con determinación en sus ojos grises. —Si esa es la única forma de salvar a nuestro reino y a nuestra gente, entonces estoy dispuesto a hacerlo, incluso a contraer matrimonio con un sapo si es necesario. Seré el rey que da un paso más allá de los límites establecidos, si eso significa que podremos vivir en paz y prosperidad nuevamente. El guerrero elfo Aramis asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de la situación. —Entonces, mi señor, si esa es tu decisión, estaremos contigo en esta búsqueda. Encontraremos a esa humana y aseguraremos que los dioses nos perdonen por nuestros pecados. El rey elfo sonrió con gratitud hacia su leal guerrero y se preparó para embarcarse en una misión que cambiaría su vida y el destino de su reino para siempre. Trece días después El rey ya había preparado todo para su búsqueda, por el momento no tendrían batallas, así que en vez de descansar, él ensilló su caballo junto con varios guerreros elfos más e iniciaron su travesía en donde él iba personalmente en la búsqueda de esa mujer humana bendecida por la diosa de la fortuna. —Mi rey, pronto llegaremos a la próxima aldea —dice Aramis, su fiel amigo y compañero —saque la piedra de la clarividencia. Si brilla, sabremos si estamos en el pueblo correcto. Ellos llevaban trece largos días buscando, yendo a todas las aldeas humanas que encontraban dentro de su reino, porque si, los humanos estaban esparcidos a lo largo de todos los cuatro reinos, ellos no contaban con un reino en específico, eran como gitanos de tierras ajenas que se asentaban en donde mejor les pareciera, por eso al día de hoy, había muchas aldeas humanas por todas partes. Entonces bien, a las puertas de esa nueva aldea tan apartada en aquel bosque, el rey Cirdán sacó la piedra de la clarividencia que tenía colgando en su cuello, sin perder el tiempo entró a ese lugar y comenzó a andar con lentitud montado en su caballo acompañado por sus guerreros elfos. La voz se había corrido a lo largo de todas las aldeas humanas, que el rey de los elfos andaba de pueblo en pueblo y aldea en aldea buscando a una humana para llevarla con él, eso causó temor entre la población humana, especialmente entre las jóvenes vírgenes, porque no estaban seguras de que destino podría esperarles si uno de esos malvados hombres mágicos de orejas alargadas se las llevaban, sin dudarlo, lo perderían todo, incluyendo sus familias y sus vidas. —¡Escuchen bien, humanos! —grita uno de los elfos que estaba al lado del rey, colocando su mano sobre su cuello y con su poder hizo que su voz resonara más de lo humanamente posible —¡Todas las mujeres salgan ahora mismo, vírgenes y no vírgenes, esposas, hijas, incluso niñas, el rey quiere verlas ahora mismo! ¡Será mejor que obedezcan y no nos obliguen a usar la fuerza! Cuando los humanos de esa aldea escucharon a ese hermoso elfo de cabello rubio gritar esas palabras, se estremecieron del temor, algunos hombres lloraban porque sus esposas, hermanas e hijas tenían que salir esperando que el destino no estuviera en su contra quitándoselas, pero no tenían mas opción, los elfos podían acabar con toda una aldea con tal de buscar a una sola mujer, así que... era el sacrificio de una mujer, por la vida de todos. El rey Cirdán se bajó de su caballo, y por primera vez la piedra de la clarividencia comenzó a emitir un tenue brillo, no era fuerte, pero era suficiente para saber que en esa horrible aldea de humanos, estaba la fortuna que necesitaba para derrotar a sus enemigos... —Aquí está mi futura esposa... —dice el rey Cirdán con una sonrisa que muchos humanos encontraron siniestra...
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