Después de la cálida bienvenida que los niños le dieron a Liara, ella secó sus lágrimas y después les dio a todos dulces besitos en sus mejillas, observando sus vestimentas y semblantes. Lo primero que notó fue que no se veían tan pulcros como ella solía tenerlos, aunque no lucían desmejorados. —¿Cuándo fue la última vez que se bañaron? Huelen a tierra y sus ropas están sucias —se quejó Liara, levantándose para examinar las prendas de las más pequeñas y notando que las manos de los más grandes estaban mugrientas. —Desde que te fuiste, Liara, tenemos libertad y aprovechamos para bañarnos cuando lo deseamos y creo que solo ha sido una sola vez —confesó un niño de no más de nueve años. El mayor de todos, de catorce años, su nombre era Max y era un jovencito de cabello castaño enmarañado, o