Una pista.

1205 Words
VALENTIN POV. —¿Qué hiciste qué?—pregunté gritando con furia. Estaba torturando a Richard Lenac, había llevado las torturas a otro nivel. Haciéndolo confesar absolutamente todo, sentí un dolor punzante en mi pecho al escucharlo confesar todo aquello. Le habían borrado la memoria a Delaylah, por eso no podía recordarme ni recordar quien era y lo que habíamos vivido juntos. El odio que estaba sintiendo era incontrolable, quería hacerle muchas cosas a Lenac, quería matarlo lentamente tanto que sintiera el verdadero dolor. Mi Delaylah no podía recordar cuantas veces estuvimos juntos, cuantas veces la bese, cuantas veces nos salvamos mutuamente, cuanto transcurrió para estar juntos y nuestra boda que fue el día más feliz para ambos. Me sentía impotente y muy desolado, lo golpee tanto que le desfigure su rostro con rabia. Le pedí a Albert que acabara con él, que lo hiciera sufrir tanto que la muerte seria piedad. Lo detestaba, me había robado a mi más puro y grande amor. Me deje caer en la silla de mi oficina, había salido de las bodegas subterráneas de mi empresa de autos. Estaba en mi despacho principal, pensando que hacer. Lenac me contó nada más lo que le había hecho, pero no me dio detalles de donde estaba y quien creía ser. Había encomendado a uno de mis hombres que buscara a dicho científico que creo ese extraño gen borra memoria. Quizá el no resistiría la tortura y cantaría como un lindo canario todo lo que quería saber. Necesitaba encontrarla ahora más que nunca, no permitiría que siguiera sola divagando por las calles sin saber nada de mí y su vida pasada. Me coloque en contacto con su padre, Donatello. Informándole todo lo que había descubierto, siempre manteníamos contacto. El la buscaba por doquier, había sufrido mucho durante todo este tiempo sin noticias de ella, era su hija la niña de sus ojos, la había perdido una vez y no quería perderla nuevamente. Lo  llame y no podía creerlo, estaba muy entusiasmado pues era la única noticia que tenia de ella, era un pequeño indicio de su paradero y eso nos hacía felices a todos. También llame a Lena, estaba muy feliz porque sabía que ya estábamos cerca de encontrarla, era un paso más cerca de Delaylah.  Había hablado con un viejo amigo de mi padre quien tenía contactos en cada aeropuerto del país, sabía muy bien que Delaylah seguía en Francia algo me lo decía, algo dentro de mí. Claro que temía que la retorcida mente de Lenac haya hecho algo despreciable como cambiarle el rostro con alguna cirugía. Sin embargo sus huellas digitales eran incapaces de ocultar su verdadera identidad. O eso quería creer, le había dado a detalle cómo era mi preciosa esposa, no obvie detalle alguno. Sabía de memoria cada característica suya, como también las cicatrices que tenía en su cuerpo causadas por las balas. Muchas veces creemos que el amor es pasajero, hoy podemos amar como nunca a una persona y mañana olvidarla completamente. Pero la realidad es que el amor verdadero no lo es, las personas son quienes consideran ser pasajeras o trascendentales en la vida de alguien. Delaylah quedo tan marcada en mi piel como la profundidad de un tatuaje, se metió en mi ser con demasiada eficacia. Cuando me enamore de Delaylah lo compare con ver el mar, sabia donde comenzaba pero no donde terminaba. Porque para mí nunca existiría motivo alguno para terminar aquel romance con tan especial ser. Ella no solo era inteligente, valiente y muy ardiente, era todo un enigma. Me gustaba considerarla un acertijo, porque desde que la vi en aquel café, llamó mi atención como nunca antes lo había hecho una chica cualquiera. Sabía bien que había algo oculto en ella, no me fije en su espectacular cuerpo, vi en sus ojos la misma mirada que tenía yo, una mirada vacía. Por otra parte sabía bien que me cautivaría al instante en conocerla, su sola expresión corporal me daba a entender cuanta falta le hacía sentirse querida y protegida. Yo quería ser ese alguien para ella, me sentía muy bien cada vez que la observaba reírse y disfrutar de mi compañía. Cada caricia y mirada suya, cuando enterraba en mi espaldas sus uñas al sentir el verdadero placer recorrer todo su cuerpo. Quería que ella recordará todo eso, quería verla sonreír al verme. Quería verla feliz otra vez a mi lado, quería verla siendo ella, queriendo ser libre pero atada a mí por voluntad propia. Solté un suspiró con añoranza mientras recordaba la sensación de placer que me invadía con su solo tacto, como acariciaba cada parte de mí deteniéndose en mi intimidad, me estaba excitando con solo pensarla. Como siempre me sucedía, estaba más duro que nunca, más caliente como siempre. Necesitaba desahogarme urgentemente, sabía que Caroline no podría porque estaba buscando a Noah en casa de su ex esposo. Así que decidí satisfacerme yo mismo, pase el cerrojo de la puerta para no ser interrumpido. Me había quedado dormido en el sofá de mi despacho después de haberme masturbado como si no hubiese un mañana, el sonido insistente del teléfono de mi oficina me había sacado de mi sueño, donde Delaylah ya estaba en mis brazos. Me desperece colocándome de pie como un resorte y atendí el teléfono. —¿Hola?—respondí. —¿Por qué no atendías mis llamadas, amor?—preguntó con un toque de molestia en su voz, Caroline. —Estaba muy…ocupado.—respondí. —¿Sólo dirás eso?—insistió—, Después de no atenderme en todo el día, ni devolverme las llamadas o si quiera enviarme un mensaje. ¿Solo respondes eso Valentín? —Lo siento, Caroline.—me disculpe sin atisbo alguno de culpabilidad.—, Hoy he tenido el doble de trabajo, estoy recuperándome de una terrible situación y tú lo sabes. Además necesito hablar contigo de algo muy serio… —La encontraste, ¿verdad?—preguntó con su voz quebrada. —No, aún no.—respondí firme—, Pero no quiero lastimarte más, necesito que hablemos.—respondí, a lo que ella suspiro fuertemente. —Sé que terminaras conmigo, Valentín—afirmó—, Y antes de que quieras repetirme en mi cara que amas a otra, permíteme ser yo, quién acabe con esto. —Caroline, no…—quise decir. —No lo hagas más complicado, hoy me mudo a mi departamento.—dijo con tristeza y sabía que le dolía pronunciar aquellas palabras, pues odia la soledad—, Cuando llegues a casa seguramente ya no haya rastro de mí, gracias por tanto, Valentín. Me devolviste la ilusión de amar a alguien, me enseñaste a amarme a mí misma para poder amar a alguien más. Te deseo lo mejor, deseo de verdad que encuentres a esa chica que te roba el sueño y es dueña realmente de tú corazón,  Adiós. Colgó sin siquiera dejarme decirle palabra alguna, me había hecho sentir despreciable. Sentí que la había usado para saciarme y ahora ya no la necesitaba. Quizá fue así para ella todo este tiempo, mientras que para mí no lo fue así. Me sentía una basura de ser humano, no sabía qué hacer. 
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