Liam
Mi siesta en el sofá ha durado más de lo previsto, así que me levanto, me estiro y voy de puntillas al dormitorio para cambiarme los pantalones sucios. Pensando que Amelia podría seguir durmiendo, hago el menor ruido posible al abrir la puerta para no molestarla. La cama está vacía, así que dejo de ser precavido y enciendo la luz del techo. Me cambio la ropa sucia de la iglesia, me pongo unos vaqueros y una camiseta, y voy a buscarla. Estoy fresco después de masturbarme y de la siesta, y estoy listo para afrontar una conversación con ella sin rodeos. Es hora de explicarle mis exigencias y ver si puede vivir con ellas. Pero, ¿qué pasa si se niega?
Supongo que está en el despacho, me detengo en el pasillo al salir del dormitorio y me froto los antebrazos. Tengo la garganta seca e incómoda, y opto por tomar un poco de agua antes de enfrentarme a ella. Miro al suelo mientras camino, y ya se me está acumulando la tensión en los hombros. Mi relajación de la siesta ha durado poco. Dios, espero que acceda a mis peticiones.
No me doy cuenta de que está sentada en la mesa de la cocina hasta que abro la alacena para coger un vaso, y doy un respingo cuando me saluda.
—Hola, Liam—. Su voz es tenue, y líneas de preocupación marcan su frente. Inmediatamente quiero correr hacia ella, envolverla en mis brazos y quitarle todo el estrés, pero primero tenemos que tener una conversación.
—Liam, creo que deberíamos hablar.
Oh, gracias a Dios. Mi respiración sale con un silbido cuando respondo. —Sí.
Lleno mi vaso de agua y, al ver que ella no tiene bebida, le traigo también un poco. Me siento frente a ella y sorbemos en silencio durante un momento mientras nos miramos.
Por fin hablamos los dos a la vez.
—Tengo algunas demandas.
—¿Cómo va a funcionar esto? Los dos hablamos al mismo tiempo.
Me río y ella suelta su adorable risita. Veo cómo se le borra la tensión de la cara cuando las dos empezamos con una actitud desenfadada de tanto tropezarnos.
Amelia adopta un tono coqueto y sus ojos centellean cuando dice: —Oh, ¿demandas?—. Su actitud sexy me ayuda a calmarme y parte de mi tensión se afloja mientras mis hombros se relajan. ¿Quizá esto no vaya mal después de todo?
Odio decepcionarla, y si reacciona negativamente cuando le explique mis necesidades, no sé qué pasará. Pero tengo que decirlo. Respiro hondo y sigo adelante.
—Sí, demandas. Quiero saber cada vez que vas a su casa. Si estoy en el trabajo, mándame un mensaje.
Amelia sonríe y responde: —Vale.
—Y quiero que vuelvas para cuando llegue a casa. Quiero que aún cenemos juntos.
—De acuerdo.
—Y nada de visitas los fines de semana.
—Sí, entendido—. Ella sonríe después de eso.
—Y nada de traerlo a nuestra casa.
—De acuerdo.
—Y estás casada conmigo, no con él. Yo tengo prioridad.
Ella asiente con entusiasmo, mientras dice: —Por supuesto.
Los modales agradables de Amelia parecen sospechosos. ¿Por qué es tan despreocupada y accede fácilmente a todo? Hago una pausa mientras reflexiono sobre su actitud y ella me presiona.
—¿Tienes más?
Es tan linda ahí sentada, sonriendo, y esperando a que le dé más reglas, pero he estado evitando la grande.
—Y quiero conocerlo.
Sus ojos se abren de par en par y vacila brevemente antes de responder. —¿Sí?
El corazón me late con fuerza y en el estómago se me agita un vacío. Me doy cuenta de que no debería haberles prohibido reunirse aquí, o los fines de semana. QUIERO verlos juntos. Llevo semanas viéndolos en secreto y no quiero parar.
Me empalmo ante la idea de verlos follar en persona y me alegro de que la mesa oculte mis vaqueros. Mi reacción me hace más perverso de lo que pretendo.
—Sí, quiero conocer al hombre con el que me has estado engañando.
Amelia se sacude como si la hubiera abofeteado y se le borra la sonrisa. Responde con voz suave. —Vale, sí.
Queriendo suavizar el golpe y recuperar a la feliz Amelia, continúo.
—Pero he cambiado de opinión sobre lo de los fines de semana y le permitiré venir aquí. Después de conocerlo, creo que estará bien.
—Oh.— Ella no parece saber qué decir, y yo ya no puedo soportar la distancia que nos separa. Aparto la silla de la mesa sin levantarme.
Soy amable cuando digo: —Amelia, ven aquí y ponte en mi regazo.
Siempre que está enfadada, le gusta sentarse sobre mí y acurrucarse. Se levanta de un salto y se sube a mi regazo, apoyando el hombro en mi pecho. Aprieta el culo contra mi erección y sus piernas cuelgan hacia un lado. Se contonea un poco mientras se acomoda y yo casi gimo. Estoy seguro de que sabe muy bien lo que hace. La rodeo con los brazos y suspira.
Se queda callada unos minutos y yo me relajo con ella, intentando ignorar lo bien que le sienta el culo. Cuando moquea, me doy cuenta de que está llorando.
—Liam, lo siento mucho. No quería que pasara nada de esto. Te amo tanto.
La acerco a mí, la acuno suavemente y le doy besitos en la cabeza. Hoy no esperaba una disculpa y, ahora que la tengo, me siento confundido. Quiero aceptar que lo siente y seguir adelante, pero todavía estoy inquieto y no puedo.
—Lo sé, Amelia. Pero va a llevar tiempo.
No lo aclaro, y ella me besa el cuello.
—Hablaré con Henry. Seguro que acepta quedar.
Quiero decirle que si no lo hace, no permitiré el acuerdo, pero me muerdo la lengua y guardo silencio. Ya cruzaré ese puente si declina la invitación. Cuando empezó la conversación, quería hacerle el amor a la feliz y burlona Amelia, pero la vulnerable y cariñosa Amelia intensifica las ganas. Cuando vuelve a sentarse en mi regazo, esta vez no soy capaz de contener un pequeño gruñido y me pregunto si alguna vez se sentará en el regazo de Henry y le hará esto.
***
Amelia
Cuando me subí al regazo de Liam, su erección me sorprendió. ¿En qué estaba pensando para provocarla? Su enumeración de las reglas me hizo mojar, y estoy segura de que no se dio cuenta de que me estaba excitando. Podría haberse inclinado sobre mí, encima de la mesa, y haber acabado conmigo, pero no tiene ni idea. Llevo pantalones de chándal y una camiseta demasiado grande, y noto su dureza a través del forro polar. Me meneo contra él para tentarlo, pero no muerde el anzuelo. Está siendo tan cariñoso y, en cuanto me relajo, me siento abrumada por lo que le he hecho.
No sé en qué estaba pensando cuando empecé con Henry. Mirándolo en retrospectiva, parece una locura temporal. Pero ahora es demasiado tarde, ya que mis sentimientos por él se han profundizado y no puedo desear que nada de esto desaparezca. Sólo espero que podamos hacer que funcione. Soy increíblemente afortunada de que Liam me deje explorar esto con Henry, y me prometo a mí misma que seguiré las reglas de Liam y prestaré atención a sus necesidades emocionales y me comunicaré mejor.
Pensar en el daño que le estoy causando a Liam me hace llorar y no puedo contener los mocos. Intento disculparme, sabiendo que lo que diga nunca será suficiente. Tendré que demostrarle cada día lo mucho que significa para mí.
Su polla se siente tan bien contra mis nalgas, y yo soy una extraña mezcla de cachonda y disgustada. Quiero que Liam me folle para demostrarme que sigue amándome, pero él no es así. Vuelvo a apretarme contra él, anhelando la cercanía que me produce tenerlo dentro. Cuando gruñe, sonrío contra su pecho.
Sigo besándole el cuello y le mordisqueo el lóbulo de la oreja, haciéndole cosquillas con el aliento, y le susurro: —Llévame al dormitorio.
Él baja la cabeza y roza sus labios con los míos antes de decirme burlonamente: —Tal vez.
Muevo el culo contra él, haciéndome más necesitada, y le beso con fuerza. —¿Estás seguro de que tal vez?
Liam se levanta y me obliga a ponerme de pie, y yo suelto una risita, suponiendo que estoy a punto de conseguir lo que quiero. Él también se levanta, pero en lugar de cogerme de la mano para sacarme de la cocina, me empuja contra la encimera, me inclina sobre ella y me folla en seco. Vaya... qué agradable sorpresa. Gimo y vuelvo a apretarme contra él, deseando que la barrera de ropa desaparezca por arte de magia.
No pasa demasiado tiempo atormentándome antes de parar. —Sí, vamos al dormitorio.
Me da un vuelco el corazón, le sonrío y le indico el camino. Cuando llegamos a la habitación, soy un manojo de deseo, me quito la camisa y me vuelvo hacia él, apretándome los pechos y jugueteando con mis pezones mientras él se desnuda. Cuando está desnudo, me empuja de nuevo sobre la cama y me río al verme rebotar un poco. Aún no me había quitado los pantalones de chándal, y tengo intención de hacerlo para luego arrastrarme hasta las almohadas, pero él engancha los dedos en la cintura y me los quita, bajándome las bragas al mismo tiempo.
Aún llevo calcetines, y hoy he estrenado unos de rayas blancas y negras con una cara de panda en los dedos. No los había visto antes, levanta un pie para examinarlo más de cerca y yo le muevo los dedos. Se ríe y me los quita. Cuando intenta hacerme cosquillas en los dos pies descalzos a la vez, chillo y los aparto de su mano, que convenientemente abre mis piernas para él.
Me pasa las manos por detrás de las rodillas y me arrastra hacia el extremo de la cama hasta que mi culo está en el borde, y jadeo cuando me aprieta los muslos al máximo. Mierda, qué calor. Hacía tiempo que no me follaba así, y cuando miro hacia la luz del techo, me doy cuenta de que está encendida y de que estoy desplegada en todo mi esplendor. Me ruborizo al verme tan lasciva y cierro los ojos, avergonzada.
Liam me mete los dedos y suspiro mientras se desliza alrededor de mi clítoris en suaves círculos. Dios, esto es perfecto. Todavía estoy sensible por haberme corrido antes, cuando jugué duro con mi juguete s****l, y la suavidad de Liam es un alivio bienvenido. Como tengo los ojos cerrados, no me doy cuenta de que Liam se ha arrodillado hasta que su aliento me toca la cara interna del muslo. Mierda. ¿De verdad está haciendo esto? La última vez que pensé que lo iba a hacer, no lo hizo, así que me digo a mí misma que me calme. Cuando separa los labios de mi coño e inclina la cabeza hacia delante, jadeo: —Dios, Liam, por favor.
Me dice su cursi frase favorita de La princesa prometida: —Como desees—, y no me da tiempo a reírme como hago normalmente, porque estoy demasiado ocupada jadeando por los golpecitos de su lengua contra mi clítoris. Cuando aumenta la presión y me da unos largos lametones por toda la raja, me retuerzo y muevo la cabeza. Mierda, he echado de menos esto. Me acaricia los pechos mientras me lame la concha, me pellizco suavemente los pezones y aprieto mi coño contra su cara, tratando de apretarme contra él.
Chillo cuando me mete un par de dedos y sigue lamiendo mi perla con la lengua. Me tiemblan las piernas y el creciente éxtasis de mi interior me dice que voy a correrme pronto.
Respiro con dificultad y cuando se detiene y se aparta, grito. —Dios, no pares.
Liam solo ríe suavemente mientras me agarra por debajo de los muslos para sujetarme las piernas y encaja la punta de su polla contra mi resbaladiza entrada. Casi ronronea mientras presiona.
—¡Oooh!— Hablo muy alto mientras mi coño se estira y se amolda a él y le pido que me folle. Hace una pausa ante mis palabras y me doy cuenta de que es algo que probablemente le diría a Henry, pero no me importa. Cuando Liam acelera y me penetra con fuerza, sé que mi petición de que me folle ha funcionado y cada vez estoy más cerca del orgasmo.
Intento abrir los ojos, pero la dura luz me deslumbra, así que los cierro con fuerza mientras el placer me inunda. Liam me aprieta las rodillas contra el pecho, y la sensación de su polla rozándome profundamente en un ángulo diferente fuerza mi clímax.
Me agito y grito mientras me estremezco y me invaden oleadas de éxtasis. Apenas soy coherente mientras Liam me penetra y ruge con su propia liberación. Tengo el cerebro hecho papilla y me estremezco con las réplicas cuando sale de mí y me baja suavemente las piernas hasta dejarme los pies en el suelo.
Apaga la luz del techo antes de subirse a la cama. —Ven aquí, Amelia.
Refunfuño y me doy la vuelta para poder arrastrarme a su lado. Está boca arriba y yo me tumbo a su lado, boca abajo, con la cabeza sobre su pecho y uno de sus brazos debajo de mí y envolviéndome. Huele a sexo, una reconfortante combinación de mi olor y el suyo, y me acurruco contra él y deslizo un brazo por su estómago, sintiéndome protegida y segura mientras me frota la espalda.
Estaba muy despierta antes del sexo, pero creo que me ha dejado sin sentido porque ahora lo único que quiero es echarme una siesta. Bostezo y murmuro: —Te amo—, y él responde: —Yo también te amo—, y me abraza.
Mi último pensamiento mientras me duermo es: —Sí, esto va estar bueno.