Amelia
Antes de que Liam se vaya a trabajar el miércoles, le comunico que Henry vendrá en breve. Me lanza una mirada extraña y no consigo descifrar lo que significa. Pero cuando me da un beso de despedida como de costumbre y me dice que me lo pase bien, no me entretengo tratando de descifrarlo. Henry solo tiene un par de horas libres antes de una cita, así que no estará todavía en casa cuando Liam vuelva para comer. Algún día espero que no importe a qué hora se vaya Henry, pero tengo dudas de que se quede mucho tiempo hasta que Liam y yo hablemos de lo que pasó el sábado.
Estoy tan excitada imaginándome a Henry aquí en casa que prácticamente estoy goteando. La novedad de la dinámica me excita más de lo que imaginaba, y no puedo creer la suerte que tengo de que Liam me deje tenerlos a los dos. Se me calienta el corazón y juro una vez más que me aseguraré de que Liam sepa cuánto lo amo y lo aprecio. Es raro el marido al que le parece bien que su mujer vaya a follar con otro hombre a su casa.
Tengo que vestirme y, sabiendo que Henry no quiere que me ponga bragas, me pongo un vestido azul claro sin nada debajo y opto por ir sin sujetador. Intento mantener la mente ocupada, voy al salón y me siento en el sofá. Añado unas cuantas filas a una manta que estoy tejiendo a ganchillo, pero mis manos temblorosas me lo ponen difícil. Casi me doy por vencida cuando suena el timbre.
Ya está aquí. Mi ritmo cardíaco aumenta cuando la campanilla resuena por toda la casa. Cuando me levanto del sofá de un salto, casi tropiezo con mis pies en mi prisa por llegar a la puerta. Henry está en la entrada, sonriéndome cuando abro la puerta de un tirón. Ese adorable hoyuelo en su barbilla me hace querer engullirlo, y lucho contra el impulso de tirar de él hacia dentro y lanzarme sobre él. No sé qué planes tiene para hoy, pero necesito algo dentro de mí cuanto antes.
—Hola, pequeña. Bonito vestido.
Me ruborizo ante el cumplido, pero no tengo tiempo de responder. Entra a grandes zancadas, cierra la puerta de una patada y me aplasta contra la pared más cercana. Una oleada de lujuria brota de mi coño cuando me devora la boca y me obliga a separar los labios. Le rodeo el cuello con los brazos mientras nuestras lenguas se baten en duelo, y gimo cuando su mano roza mi pierna por debajo del vestido y me agarra el culo desnudo.
Rompe el beso, me mordisquea la nuca y murmura: —Buena chica—. Supongo que es porque no llevo bragas, pero si soy sincera conmigo misma, no importa por qué lo ha dicho. Ahora, cada vez que lo oigo, un suave cosquilleo recorre mi cuerpo y me humedezco de inmediato.
Me aprieta los pechos y me acaricia los pezones a través del fino vestido. Esperaba sexo, pero supuse que intercambiaríamos una pequeña charla antes de que me manosease. Amplificaba la diferencia entre Liam y Henry, ya que no podía imaginarme a Liam siendo dominante y cogiendo lo que quería nada más entrar.
Jadeo cuando me pellizca con fuerza los pezones. Arqueo la espalda, me aprieto contra él y ansío que deslice su polla dentro de mí. Mi cuerpo arde y me estremezco anticipando lo que viene a continuación, gimiendo: —Le necesito, señor—, mientras él sigue jugueteando con mis pechos.
Henry deja de tocarme los pezones y me quita el vestido de verano por la cabeza. Su mirada ardiente recorre todo mi cuerpo y me estremezco.
—Vamos al dormitorio. Tengo ganas de follarte en tu cama mientras tu marido no está aquí.
Mierda, qué caliente. Mi mente entra en cortocircuito y soy incapaz de responder. Me coge de la mano, camina deprisa y me arrastra hacia el dormitorio. Doy un pequeño salto para no caerme de bruces.
Cuando entramos en el dormitorio, me empuja a la cama. Me tumbo boca arriba, apoyándome en los codos para ver mejor mientras él se desnuda. Un chorro de humedad sale de mi concha mientras él se desviste, y me imagino acariciándole el pecho. Tiene la polla dura y gruesa, y en la penumbra veo que ya le brilla la punta.
Me relamo los labios y me muerdo el inferior, esperando que me diga que le chupe. Pero no parece que vaya a ser así, ya que se sube a la cama entre mis piernas, forzándolas a abrirse. Engancha las manos bajo mis muslos y me arrastra hacia él. Levanto los brazos por encima de la cabeza y los dejo ahí mientras jadeo por el movimiento inesperado que acerca mi coño a él lo suficiente para que pueda soltarme las piernas, agarrar su pene y recorrer mi raja con la cabeza. Mantengo las rodillas flexionadas y los pies apoyados en la cama, sabiendo que así puedo apretarme contra él con más facilidad.
—Oooooh—. Gimo largo y tendido cuando por fin presiona su polla dentro de mí. Hace una pausa una vez que está completamente enfundada, dejando que mi cuerpo se adapte. Muevo las caderas, intentando que se mueva, y él empieza a follarme despacio. Cierro los ojos, mareada, mientras el éxtasis me inunda.
—Hoy tenemos algunas reglas, pequeña.
¿Qué es esto? Henry suena demasiado indiferente, como si estuviera sentado hablando con amigos.
Abro los ojos para mirarlo y balbuceo: —¿Reglas, señor?—, intentando no parecer sin aliento.
Me sonríe, el hoyuelo de su barbilla se hace más profundo. —Sí, pequeña. Si dices "oh, Dios mío" más de diez veces, no podrás correrte hoy.
Después de su anuncio, me da un golpe fuerte y profundo en el coño y yo gimo —Dios mío— sin pensar. Henry se ríe de mí.
—Uno.
¿Qué mierda de juego es este? No es que tenga que estar callada. No hay nadie en casa. Henry me penetra más deprisa y se me encogen los dedos de los pies por los intensos picos de placer. Cambia de posición, empujando una de mis rodillas hacia mi pecho y dejando que mi pantorrilla descanse sobre su hombro, y jadeo otro —Oh, Dios mío.
—Dos.
Mierda. No estoy segura de poder evitar decirlo. Si no me corro rápido hoy, arruinaré mi oportunidad de correrme.
—¿Por qué, señor?— Gimoteo, tratando de despejarme lo suficiente para no seguir soltando involuntariamente las palabras que no debería.
Henry vuelve a ralentizar sus embestidas, y quiero llorar por la exquisita tortura, pero no soy capaz de perderme por miedo a lo que pueda pasar.
—¿Por qué?— Acelera, me martillea el coño y yo contengo la respiración, intentando no gemir. —Porque puedo.
Saber que sólo está jugando conmigo sin una buena razón y que sólo lo hace para controlarme hace que mi cabeza nade. Mi cerebro deja de luchar. Mi mente se despeja de todos los pensamientos mientras mis párpados aletean. La relajación se apodera de mi cuerpo y siento que floto.
—Sí, señor—, murmuro, sin importarme ya nada. Puede hacerme lo que quiera, ya que cada movimiento y cada caricia son increíbles.
Henry tira de mi otra pierna hacia mi pecho y su polla entra en un nuevo ángulo y el placer me hace gemir, —Oh, Dios mío—, dos veces seguidas.
—Ya van cuatro—. La voz de Henry por fin suena tensa y no tan relajada.
Cuando vuelve a ajustar su posición y golpea el punto mágico en lo más profundo de mi coño, suelto un pequeño chillido. Él gime en respuesta, lo que me hace soltar el quinto gemido: —Dios mío.
Henry no cuenta hasta el final y embiste contra mí con rudeza, apretando tan fuerte con cada embestida que parece que intenta forzar sus pelotas dentro de mi junto con su pene. No sé lo que estoy haciendo y le oigo contar desde lejos.
—Siete... ocho.
No recuerdo haberle oído decir seis. La presión aumenta en mi vientre y los músculos de las paredes de mi cueva se estremecen mientras me aproximo al orgasmo. Me baja las piernas y las abro todo lo que puedo, con las rodillas dobladas hacia fuera, mientras él se inclina hacia mí y me besa profundamente. Gimo dentro de su boca mientras nuestras lenguas se entrelazan y cada movimiento de la suya me produce un cosquilleo en el coño.
Me mordisquea el cuello y, juguetón, desciende hasta mi pecho y se mete un pezón en la boca. Mueve el pico rígido con la lengua y yo gimo lo que espero que sea una tontería.
—Son nueve, pequeña. Parece que alguien no quiere correrse esta noche.
La voz de Henry tiene un tono juguetón, pero sé que no está bromeando. Ha jugado conmigo y con el control del orgasmo en el pasado, y si dice que no va a dejar que me corra, se atiene a ello. Saber que estoy tan cerca de que me lo niegue casi me lleva al límite. Los dedos de mis pies vuelven a curvarse y aprieto las sábanas como garras desesperadas.
Él deja de moverse dentro de mí. —¿Quizá debería parar ahora?
¿Qué? —No, por favor, no—, jadeo y me revuelvo contra él.
—Amelia, mírame—, me ordena con dureza.
El uso de mi nombre en tono severo me obliga a mirarle a los ojos, pero me cuesta concentrarme. Necesito correrme.
—Ruega.
Diosssss. Sabe que apenas puedo pensar cuando me está follando, y suplicar es diez veces más difícil cuando no puedes formar pensamientos completos. Pero tengo que intentarlo.
—Por favor, señor. ¿Puedo correrme, por favor? Oh, Dios, ¿por favor?
Demasiado tarde, me doy cuenta de que podría haber dicho algo demasiado parecido a las palabras prohibidas y contengo la respiración, esperando su respuesta.
Sonríe y se ríe con indulgencia. —No es lo bastante bueno. Inténtalo otra vez.
Me balanceo contra él, esperando que empiece a follarme, pero está inmóvil y es como presionar contra una montaña. Siento un ligero alivio al forzar su vástago a rozar mis paredes internas, pero apenas me pica. Pierdo toda inhibición en mi necesidad de correrme y suelto un torrente de palabras.
—Por favor, oh Dios. Si me dejas, no llevaré bragas durante una semana y te enviaré fotos de mi coño todos los días y me haré una depilación brasileña. Me vestiré de sirvienta y limpiaré tu apartamento, o vendré vestida de colegiala sexy y podrás azotarme con una regla por ser traviesa. Vendré todas las mañanas durante una semana, te haré una mamada y me iré. Sólo por favor, por favor, por favor, por favor, ¡deja correrme!
Al final de mis súplicas, Henry bombea sus caderas contra mí un par de veces y yo gimo, pensando que va a dejar que me corra. Hasta que vuelve a hacer una pausa.
—La oferta de mamada es bastante agradable.
Da unos cuantos empujones experimentales, como si estuviera considerando lo que quiere hacer.
—Y me gustan las mujeres vestidas de colegialas traviesas.
Me embiste con más fuerza.
—Una última pregunta, pequeña. Si la respondes correctamente, puedes correrte.
Antes de preguntar, me folla con fuerza y rapidez, con un ruido húmedo y audible cada vez que golpea mi coño. Mi cuerpo se estremece con impulsos eléctricos. Echo la cabeza hacia atrás y flexiono las caderas, yendo a su encuentro.
—Amelia, ¿quién es tu dueño?
Se me entrecorta la respiración y no puedo responder, solo gemir. Henry vuelve a intentarlo.
—Dime quién es tu dueño, Amelia... AHORA.
Mi cabeza se despeja por un instante y lo miro fijamente a los ojos. Su mirada es feroz y salvaje, y la verdad se apodera de mí.
—Usted señor—, susurro.
Henry cierra los ojos, gruñe y se hunde salvajemente todo lo que puede, golpeando repetidamente contra mí con tanta fuerza que mis pechos se agitan y rebotan. El placer y el dolor de sus embestidas me llevan al clímax. Grito: —Dios mío—, y exploto con un grito espeluznante. Las oleadas de placer me inundan y sigo gritando en un crescendo, y el rugido de Henry se une a mí mientras explota.
Su esperma caliente cubre mi túnel y él sigue follándome mientras mis paredes se estrechan y ordeñan su polla hasta la última gota de leche. Se estremece y yo gimo suavemente mientras él reduce la velocidad hasta que finalmente se detiene. Se desploma contra mí, con la polla aún dentro de mí, agitándose.
Sigo flotando en un lugar feliz y relajado cuando se separa de mí. El aire frío golpea mi piel húmeda de sudor y la diferencia de temperatura me empuja ligeramente hacia la consciencia.
Está de lado a mi lado y me vuelvo hacia él. Parece agotado, pero me sonríe y se acurruca para besarme la nariz. Desde la pila de ropa que hay junto a la cama, le chirría el teléfono y gime.
—Tengo que asearme e irme, pequeña. Me alegro de haber puesto el despertador.
Se baja de la cama y le indico dónde están las toallas en el baño por si quiere ducharse. Oigo correr el agua unos instantes después y saber que hay un hombre en mi ducha que acaba de follarme en mi cama -y no es mi marido- es surrealista.
Me quedo entre despierta y dormida, pero Henry vuelve a entrar para vestirse y me despierta del todo. Se acerca al lado de la cama y me doy la vuelta para que pueda inclinarse y darme un beso de despedida. Cuando se endereza, me sonríe con un brillo perverso en los ojos.
—¿A qué hora vienes mañana para esa mamada?
Oooh, mierda. Se me abren los ojos y le miro fijamente.
Se ríe de mí. —Te enviaré un mensaje más tarde y te preguntaré de nuevo. Adiós, pequeña.
Cuando sale de la habitación, cierro los ojos. Qué mierda acabo de aceptar y cómo voy a explicárselo a Liam?