Capitulo 14

2492 Words
Liam Vuelvo a comprobar los números que acabo de teclear en la base de datos del trabajo y suspiro cuando tengo que corregir un par de errores. No sé cómo distraerme menos cuando sé que Henry y Amelia están juntos, pero no puedo seguir así. Uno de estos días, voy a meter la pata hasta el fondo. Me encanta mi trabajo y no puedo arriesgarme a perderlo. Necesito concentrarme y no pensar en Henry doblando a Amelia sobre el sofá. No es que tenga ni idea de lo que están haciendo. Eso es lo que me está matando. Se me tensan los músculos del estómago y me arde el pecho cuanto más pienso en ellos juntos, y me obligo a desencajar la mandíbula. Me repito una y otra vez que no importa y que yo estaba de acuerdo, pero de algún modo verlos juntos en nuestra casa lo empeora todo. Lo realmente jodido es que no quiero que paren. Sólo quiero estar allí ahora mismo con ellos, mirando, o... no sé qué más quiero, pero el deseo de estar en casa y formar parte de lo que sea que esté pasando me está volviendo loco. Esto es por Amelia y no puedo seguir entrometiéndome... ¿o sí? Henry trabaja de noche. Si dijera que sólo pueden jugar cuando yo estoy allí, eso limitaría su tiempo sólo a los fines de semana, a menos que él tuviera la noche libre. Eso tampoco me parece bien. Mierda, no sé lo que quiero, pero no estoy preparado para enfrentarme a Amelia en la comida y verla recién follada y relajada después de un revolcón con Henry. Le mando un mensaje diciéndole que voy a trabajar durante la comida y lo único que recibo como respuesta es un —oh, vale—. Me la imagino medio desmayada y flotando en el subespacio cuando responde y se me vuelven a apretar las tripas. El trabajo es un borrón, y llevo todo el día con una extraña mezcla de calentura y rabia. Quiero irme a casa y hacerle el amor a Amelia con caricias largas y profundas hasta que grite mi nombre en vez del de Henry. De camino a casa, me tranquilizo cantando un que otro tema. No recuerdo haberlas cargado en mi reproductor de música, así que debe de haber sido cosa de Amelia, pero las canciones son pegadizas y me ayudan a calmar la ansiedad. Cuando llego a casa, huele a lasaña. Si Amelia se tomó el tiempo de hacer lasaña, debe tener cargo de conciencia. Sólo la hace como comida de disculpa. La miro con desconfianza al entrar en la cocina, pero parece estar de buen humor y sonríe. Sus ojos se iluminan cuando se acerca a mí y me da un beso. —Hola, amor. Hoy tuve tiempo libre ya que no trabajo, así que hice tu favorito. Murmuro que huele bien mientras deshago el equipaje del almuerzo y me encojo de hombros para quitarme la chaqueta. Me acaricia el culo al pasar a mi lado y el estímulo s****l me pone la polla a media asta. Maldita sea, acababa de calmarme durante el trayecto, pero su sensualidad y su humor juguetón hacen que me plantee mi plan original de follármela a fondo hasta que le dé vueltas la cabeza. La voz tierna de Amelia interrumpe mis pensamientos. —¿Quieres ver un programa con la cena o comemos en el comedor? —Oh, uh...— La comida era lo último que tenía en mente, así que no puedo decidirme. —Oooh, ¿quizás deberíamos comer a la luz de las velas esta noche en la mesa del comedor? Ahora sí que sospecho. ¿Linda y romántica Amelia? Algo está pasando. Pero seguiré el juego hasta que revele su mano. —Claro, pequeña. Déjame quitarme esta ropa de trabajo. Doy dos pasos y me quedo paralizado. ¿Acabo de llamarla pequeña? Giro y miro a Amelia, que está inmóvil, mirándome con los ojos muy abiertos. Me sonrojo y tanteo mis palabras mientras una sensación de hundimiento se instala en mi mitad inferior. —Mierda, lo siento. Amelia tarda unos segundos en recuperarse y suelta una risita. —Eso también funciona cuando lo dices tú. —Oh, uh.— No sé qué más responder, así que salgo pitando de la cocina antes de meterme más el pie en la boca. Me quito la ropa de trabajo y mi polla se pone en posición de firme y lista para la acción tras llamarla de modo cariñoso como lo hace Henry. Todo en esta situación le parece tan mal a mi cerebro, pero a mi polla no le importa. ¿Esto es ser un cornudo? Una vez escuché bromas en el vestuario del gimnasio local sobre un tipo llamado James que disfrutaba siendo cornudo. James era uno de los chicos del grupo y se unió a la diversión y se burló de sí mismo también, pero siempre me sentí mal por él. Nunca querría que mis amigos supieran que me pongo incontrolablemente cachondo cuando mi mujer se folla a un tipo a mis espaldas. Todas esas semanas masturbándome en los arbustos frente al apartamento de Henry o en el coche después de verlos me llenan de odio hacia mí mismo e intento no pensar en ello. ¿Pero estar hoy en el trabajo mientras Amelia y Henry jugaban sin mí? No podía concentrarme en nada más. Uff, sé que tengo que hablar con Amelia de esto. Suspiro, resuelto, y me dirijo al comedor. Mientras me cambio, ella ha bajado las luces, ha encendido unas velas y ha puesto música instrumental relajante. Llevo todo el día en una montaña rusa de emociones, así que no puedo imaginarme que todo esto signifique nada bueno. No se tomaría tantas molestias si no quisiera decirme algo con delicadeza. Se me pasa por la cabeza la loca idea de que quizá quiera divorciarse, pero me la quito de inmediato. No estaría de tan buen humor si estuviera a punto de soltármelo, ¿verdad? Amelia entra en la habitación desde la cocina con dos platos de lasaña en las manos. Sonríe al verme. —Buen momento. La comida está lista. Me quedo callado mientras me siento, ella me pone un plato delante y se sienta a mi lado. Me da un apretón en el muslo por debajo de la mesa y mi polla se sacude un poco para recordarme que sigue ahí, como si pudiera olvidarlo. Doy unos bocados, mastico metódicamente, pero la comida es serrín en mi boca. Tengo que hablar con ella. Dejo el tenedor y la miro. —¿Ha venido hoy Henry? Duda brevemente con el tenedor lleno en el aire, pero se recupera rápidamente y dice: —Sí—, antes de metérselo entre los labios. La miro fijamente, sin hablar, hasta que termina de masticar. Se mueve en la silla, como si intentara ponerse cómoda, y suelta un —¿Qué?— a la defensiva. Es ahora o nunca. Se me hace un nudo en el estómago, pero prometimos comunicarnos. Mi voz es suave cuando le digo: —No me gusta. —¿Qué? Esta vez se sobresalta y sus hombros caen como si se hubiera preparado para una gran pelea y yo le hubiera quitado el aliento. Su voz es pequeña y vacilante. —¿Quieres que deje de ver a Henry? Oh, mierda. Estoy haciendo todo esto mal. —No, amor. No es eso lo que digo. No me gusta porque tenía que trabajar. Es patético, pero no me atrevo a decir exactamente lo que quiero decir. Espero que lea entre líneas. Deja el tenedor y me doy cuenta de que está meditando lo que he dicho. —¿Querías verlo otra vez? Se me escapa el aliento y no me había dado cuenta de que lo había estado conteniendo. —Sí. Estaba un poco celoso. Ya está. Lo he dicho. Espero a que haga el siguiente movimiento. Veo cómo se le revuelve el cerebro por un momento y entonces se levanta de la silla y se coloca a mi lado. Empuja mi plato hacia el centro de la mesa para apoyar el culo en el borde. Echo mi silla hacia atrás para que tenga más espacio. —Te amo, Liam. Puedo hablar con Henry y averiguar si le gustó que lo miraras y si querría volver a hacerlo. ¿De acuerdo? Me da un beso profundo y sensual hasta que me flaquean las rodillas. No le digo lo que ya sé. Henry disfrutó de que lo viera y querrá volver a hacerlo. Cuanto más dura el beso, más necesito a Amelia. Lleva una falda larga y suave, y paso las manos por debajo. Sus gemidos me vuelven loco y, cuando me levanto y le abro las piernas, su jadeo me hace palpitar. De repente, se pone frenética y manosea la cremallera de mis pantalones. Nuestros labios se entrelazan con fuerza y el beso se convierte en una lucha entre los dos por conquistar la boca del otro. Por fin consigue su objetivo y me baja los pantalones y los calzoncillos lo suficiente para que mi pene se libere. —Dios, fóllame, Liam—, jadea mientras me frota y yo lucho contra las ganas de correrme inmediatamente. Llevo todo el día excitadísimo y saber que podría volver a verlos follar a ella y a Henry es más de lo que mi pobre pene puede soportar. La empujo de nuevo sobre la mesa y le subo la falda, manoseando la tela de sus bragas mojadas. Decido en una fracción de segundo no perder el tiempo quitándolas y tiro de la tela hacia un lado para poder guiar mi polla hasta su apretada y húmeda entrada. Gimo cuando aprieto dentro de ella, el placer casi me supera, y mi corazón se acelera mientras me obligo a empujar despacio, a pesar del tono frenético con el que empezamos. Disfruto de cada centímetro de su cueva masajeando mi pene, y sus chillidos me dicen que le encanta. No acelero y mantengo el mismo ritmo hasta que ella se retuerce y se agita debajo de mí con su clímax, que fuerza el mío. Me corro tan fuerte que veo las estrellas mientras descargo una enorme cantidad de semen y libero toda la tensión que he estado conteniendo todo el día. Cuando mi polla deja de sacudirse, me desplomo en la silla y atraigo a Amelia hacia mi regazo. La acurruco contra mí y ella apoya la cabeza en mi hombro. Su suspiro de satisfacción me alegra el corazón, al igual que su suave —te amo—. Le beso la cabeza, la acerco a mí y le susurro al oído que yo también la amo. Todos mis problemas anteriores con Amelia y Henry parecen intrascendentes en este momento, y espero poder permanecer en esta burbuja feliz durante mucho tiempo. *** Henry La mañana después de que Amelia me prometiera una mamada diaria, decido mandarle un mensaje y divertirme un poco con ella. En realidad, no espero que venga todos los días, pero es una oportunidad demasiado buena para tomarle el pelo. Mi primer mensaje es breve y sencillo. Henry: Pequeña, ¿a qué hora puedo esperarte para mi mamada matutina? Sonrío mientras me la imagino leyendo el mensaje y enloqueciendo. No tengo que esperar mucho para recibir su respuesta. Amelia: Lo siento, señor. Demasiado ocupada esta mañana. ¿Lo dejamos para otro día? Me río en voz alta y decido no teclear y llamarla. Me coge al primer timbrazo. —Amelia, tenemos que hablar de esto. Hace una pausa en la línea, y sonrío de nuevo hasta que continúa y su voz tiembla, sonando como si estuviera asustada. —Sí, no hablé con Liam de ello. La sensación de ligereza y diversión desaparece. No quiero que se preocupe por cabrearme, ya que no tenía intención de imponerlo. —Oh, pequeña. Sólo estaba bromeando. No te preocupes por eso. Cuando me veas el jueves, tendrás una buena follada por tu carita para compensarlo. Su pequeño —oh— es tan Amelia y me hace sonreír de nuevo. Cada vez que digo algo que la emociona, sólo puede responder con un —oh—. Es una de sus señales, y así sé cuándo he dado en el blanco. Empiezo a acariciarme la polla, pensando en lo duro que le voy a follar la cara y deseando que sea ya jueves. —¿Señor? —¿Sí?— Trato de mantener mi respiración uniforme. —Liam no estaba muy contento con lo de ayer. Dejo de frotarme y me siento más erguido. ¿Qué es esto? —¿Qué quieres decir? Ella suena insegura cuando responde. —Creo que estaba celoso. Casi me río de eso. Oh, puedes apostar a que estaba celoso. Liam estaba tan excitado viéndome con Amelia, que supuse que era cuestión de tiempo que volviera a pedírmelo. Curioso por saber qué piensa Amelia, la interrogo. —Liam parecía que quería más. ¿Tu lo crees? Amelia hace una pausa antes de responder. —¿Más que mirar? —Sí. Dejo que Amelia se quede un momento con ese pensamiento y vuelvo a acariciarme, imaginándomelos a las dos de rodillas delante de mí. Quizá Amelia no quiera compartir. Eso sería divertido. —Señor, no sé si más, pero quiere volver a mirar. ¿Puede? —Pequeña, ¿quieres que nos mire otra vez? Mi polla se estremece mientras esperamos su respuesta. Los dos esperamos que diga que sí. Ella tropieza con sus palabras, cambiando lo que estaba diciendo a medio pensar. —Yo no... sí. —Buena chica. Me acaricio un poco más rápido y lucho por no gemir al teléfono. Amelia me vuelve loco en un día normal, y saber que voy a tener a Liam en la habitación de nuevo realmente acelera mi motor. —¿Así que el sábado otra vez, señor? Casi me pierdo en la sensación de mi mano en la polla, pensando en Liam y Amelia turnándose para chupármela. —¿Señor? Oh, claro. Ella hizo una pregunta. —Sí. El sábado está bien. Su suspiro de alivio dice mucho de lo alterada que estaba por la conversación. —Pequeña, tengo que irme, pero podemos hacerlo a la misma hora el sábado. ¿De acuerdo? —Sí, señor. Gracias. La educada Amelia me complace, y su naturaleza obediente me empuja más cerca del borde. —Oh, una cosa más. No lo olvides, voy a ir el jueves para follarte la cara. Ya es hora de que aprendas que esa boca tuya es sólo un agujero que puedo usar. Su pequeño grito ahogado y su pequeño —oh— me hacen sonreír de verdad esta vez, y cuelgo sin decir nada más. Pienso en la boca abierta de Amelia mientras acelero mis caricias. No tardo en masturbarme y eyacular sobre mis vaqueros. Oh sí, el jueves va a ser divertido.
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