Amelia
Henry hunde su gruesa y carnosa polla en mi empapado agujero con tanta fuerza que parece que me está partiendo en dos. El intenso dolor y el placer me hacen suplicar más. Me ha atado las piernas a la cama, abiertas de par en par, para que no pueda hacer nada más que quedarme tumbada mientras me folla. Tengo las manos libres y puedo tocarle, pero cuando toco un punto sensible de su cuello, me inmoviliza las muñecas con las manos. Mis párpados se agitan mientras intento mantener la concentración, y lucho por mantenerlos abiertos para poder observar su expresión mientras se corre dentro de mí, pero es una batalla perdida.
Henry gruñe. —Amelia, mírame.
Me obligo a abrir más los ojos y Henry tiene una mirada salvaje mientras me folla con fuerza.
—¿Puede tu marido hacerte sentir así?
Oh, Dios. Odio cuando me pregunta por Liam, pero me excita cada vez que me hace compararlos. Es inmoral y él sabe que me pone más cachonda.
Jadeo: —No. Nadie más que usted puede, señor.
—Eso es... correcto...— Henry acentúa las palabras con fuertes empujones dentro de mí mientras yo gimo más fuerte.
La habitación da vueltas mientras me acerco al orgasmo. No puedo contenerlo mucho más, pero Henry aún no me ha dicho que puedo correrme. Sólo tiene varias reglas firmes, y la principal es que las chicas buenas no se corren sin permiso. Pero el placer es demasiado intenso. Ahora necesito permiso.
—Oh, Dios mío. Me voy a correr. ¿Puedo correrme, señor?
Henry suelta una carcajada cruda y áspera, burlándose de mí: —No, aún no—, y mete la mano entre nosotros para frotarme el clítoris sin dejar de penetrarme. A los pocos segundos de acariciarme el clítoris, no puedo evitar correrme. Grito, convulsionándome contra su mano y su polla, mientras descargas de placer recorren mi cuerpo en oleadas. Aguanto el orgasmo mientras Henry gruñe encima de mí y se corre con un rugido, pintando las paredes de mi cueva con hilos de su leche caliente y pegajosa. Los dos jadeamos mientras él relaja su cuerpo contra el mío. Se pone a mi lado para acurrucarse cerca de mí. Apenas soy coherente y aún estoy zumbando por el orgasmo.
Me susurra al oído, su aliento me hace cosquillas. —Sabes que vas a ser castigada por eso.
Sus palabras me provocan una oleada de excitación. Hasta ahora, he disfrutado de los castigos, y ese orgasmo ha merecido la pena. Mientras me relajo y voy a la deriva, pienso en lo loco que es que sólo haya pasado un mes desde que le dije a Henry que debíamos conocernos en la vida real. Un mes quedando con Henry en secreto en su apartamento dos veces por semana y teniendo sexo sucio y salvaje a espaldas de mi marido.
***
Liam
Vuelvo a mi coche después de ver follar a Amelia y Henry. Hoy Henry tenía la ventana del dormitorio abierta y podía oírlos a través de la mosquitera. El dormitorio de Henry está en la planta baja de un tranquilo complejo de dúplex y su apartamento está en el límite de la propiedad. Está aislado y puedo escabullirme por el lateral de su apartamento sin que nadie me note. Si las persianas no están cerradas, se puede ver casi todo el piso de abajo. Henry rara vez cierra las persianas del todo.
La mancha de mi entrepierna es un testimonio de lo increíblemente caliente que fue asomarme y ver cómo Henry se follaba a Amelia duramente. Sus gritos de éxtasis fueron más de lo que podía soportar y me froté furiosamente hasta acabar cuando ella se corrió.
Me siento en el coche durante casi 10 minutos. Aún no estoy en condiciones de conducir. Me arden las mejillas y tiemblo, mientras me invaden el odio a mí mismo y el asco. ¿Cómo ha llegado mi vida a este punto?
Cuando las sacudidas se reducen a un suave temblor, suspiro y arranco el coche. Tengo que volver al trabajo. Amelia cree que estoy trabajando más horas, cuando en realidad le dije a mi jefe que tengo citas de salud mental. Me deja almorzar más tiempo y trabajar más tarde para compensar la diferencia horaria. Me digo —nunca más— mientras me marcho, pero sé que volveré. Siempre digo que voy a parar y nunca lo hago.
***
Amelia
El mes pasado, cuando le dije a Henry que quería conocernos en la vida real, me desperté a la mañana siguiente con mariposas en el estómago. Henry solía estar despierto a la hora a la que yo me levantaba cada mañana, así que ese día corrí a mi ordenador para conectarme al juego. Me desplomé en la silla con un suspiro al no verle. De algún modo, debería haber sabido que estaba desesperada por hablar con él esa mañana y haber estado esperando. Le envié un mensaje a través de la aplicación que utilizamos para comunicarnos fuera del juego.
Amelia: Señor, necesito hablar con usted cuando tenga un momento.
Esperaba una respuesta rápida, así que me dediqué a las tareas domésticas mientras esperaba. Dos horas después, Henry no me había contestado, así que me puse nerviosa y me puse a dar vueltas por la casa. Era la primera vez que no me contestaba en media hora sin estar en el trabajo. Y quizá me había malcriado, pero no podía evitar la sensación de que no contestaba a propósito. Dijo que me entrenaría, así que tal vez esto era para enseñarme paciencia.
Se me pasó por la cabeza la idea de que podía estar almorzando con otra chica y murmuré en voz baja que habría estado bien que me dijera que estaba saliendo con alguien. Probablemente sea más joven que yo, y más guapa. Henry me pareció del tipo que podría ir a por una chica de veintitantos si estuviera buena para los hombres mayores.
Mis pensamientos giraron por un momento en torno a esta chica imaginaria y a cómo iba a derrocar a la competencia. Dejé de caminar y me reí entre dientes. Necesitaba calmarme de una puta vez. ¿Quién sabía si estaba en una cita? Podía hacer cientos de cosas que no implicaran a otra mujer. Tenía problemas mayores de los que preocuparme, como qué hacer con el juego online.
Una vez que Henry y yo redujimos nuestro tiempo de juego, dejé de ser oficial de reclutamiento. El líder del gremio no estaba contento, pero yo ya no tenía ganas de conectarme. Cada vez que me conectaba y hablaba con Henry, mi cabeza daba vueltas y mi cerebro se volvía confuso. Es imposible interpretar a una clériga en una incursión de forma eficaz si estás mentalmente hecha papilla. Había llegado el momento de hacer una pausa en el juego y tenía que escribir en los foros sobre mi descanso, pero la culpa de dejarlo era terrible.
Reflexioné sobre mi despedida hasta que la aplicación de mi teléfono emitió un mensaje. Cuando vi el nombre de Henry, me mareé y me quedé sin aliento.
Henry: Una mañana ocupada, pequeña. ¿Qué tal?
Un delicioso escalofrío me recorría la espalda cada vez que me llamaba pequeña, pero no era una conversación para tener cuando está ocupado.
Amelia: Nada que no pueda esperar, señor. Hablaremos más tarde.
Di por terminada la conversación y contemplé mi casa. ¿Qué debía hacer esta tarde? Ni siquiera mis proyectos de manualidades me atraían ya. Aparte de las manualidades y mi juego en línea, ¿a qué dedicaba mi tiempo libre antes de Henry? Mi teléfono volvió a sonar con otro mensaje entrante.
Henry: No, dile a tu Señor lo que querías decirle. AHORA.
Oh, mierda. Ya habíamos empezado la conversación con mal pie, así que empecé a teclear rápidamente.
Amelia: Señor, tengo información que le oculté sobre mi ubicación.
Su respuesta no se hizo esperar.
Henry: Estoy esperando...
Amelia: Señor, cuando me dijo en qué ciudad vivía, supe que estaba a unos 30 minutos en coche de mi casa.
La aplicación me mostró que Henry estaba tecleando y parecía que llevaba mucho tiempo haciéndolo, así que me sorprendió que su mensaje fuera breve.
Henry: Interesante.
Hice una pausa y respiré hondo. Me temblaron las manos con el siguiente texto.
Amelia: Señor, quiero conocerle en persona.
Henry: Buena chica. Cuando llegue a casa, hablamos de los detalles.
Chillé y quise dar una vuelta feliz por mi salón, pero me acordé de responderle primero y le dije que hablaría con él más tarde. Cuando se despidió de mí, estaba sonrojada y excitada. Giré sobre mí misma con los brazos extendidos. La habitación giró un poco, haciéndome tropezar. Me senté en una otomana del salón y apoyé la cabeza entre las rodillas. Respiré hondo varias veces para calmarme.
Mierda, ¿de verdad iba a hacerlo?
***
Liam
Hace sólo dos días que Amelia pronunció el nombre de Henry mientras hacíamos el amor, pero me he quedado paralizado por el miedo a que me deje. La parte lógica de mi cerebro me preguntaba si quería estar casado con alguien que engañaba en línea y hacía... lo que fuera que estuvieran haciendo. ¿Podría alguien llamarlo b**m si es sólo online? No entendía cómo funcionaba, pero había una diferencia en Amelia desde que conoció a Henry. Además, si decía su nombre durante el sexo, se había encariñado con él.
Casi todos los días se me revolvía el estómago cuando pensaba en Amelia, y necesitaba enfrentarme a ella y hablar con ella. ¿Era demasiado tarde para una terapia de pareja? Si fuéramos a terapia, tendría que admitir lo que he estado haciendo cuando ella está en el trabajo y estaba demasiado disgustado conmigo mismo para contárselo a nadie.
Cada vez que Amelia trabajaba, fisgoneaba en su ordenador. Descubrí que ella y Henry utilizaban la aplicación de comunicación de su gremio para hablar de cosas ajenas al juego. La versión de escritorio del ordenador se sincronizaba con el teléfono de ella y todos los mensajes entre ellos aparecían cuando yo iniciaba sesión. Otra estupidez por su parte fue no utilizar un PIN diferente de cuatro dígitos para abrir el programa. Utilizaba el mismo que usábamos conjuntamente para casi todo lo que requería un código, a pesar de que los expertos en seguridad decían que nunca había que hacerlo.
Hasta ahora, todo lo que había visto era un montón de sexting y Henry ordenándole que hiciera cosas al azar. El día que le vi decirle que se arrodillara para él y ella publicó una foto de ella haciéndolo, mi cabeza dio vueltas y mi polla se puso rígida. Acabé masturbándome con la foto de ella arrodillada. El odio a mí mismo y la vergüenza que sentí cuando me corrí no me impidieron volver a mirar la aplicación.
La mayoría de los días, cuando entraba en la aplicación, compartían fotos nuevas. La polla de Henry era más grande que la mía, pero no lo suficiente como para que me sintiera inseguro. Una parte mezquina de mí deseaba que su polla fuera más pequeña, pero no sé si eso importaría. Ella se enamoró de este tipo sin siquiera tocar su polla en la vida real.
La humillación de los días que me masturbaba con las fotos de la polla de Henry era lo peor. Nunca se lo he confesado a nadie, pero sentía algo amigo en el instituto y pasamos juntos una extraña noche de borrachera en la que nos la chupamos mutuamente. Ninguno de los dos volvió a hablar del tema y nos distanciamos como amigos, pero a lo largo de los años he vuelto a pensar en él y me he masturbado recordando aquella noche. A Amelia no le importaría, ya que ha admitido que pertenece al espectro bisexual, pero nunca he tenido el valor de contarle mi pasado. La idea de Amelia y Henry juntos me atormentaba porque me daba asco y, sin embargo, me excitaba.
Cuando Amelia se fue a trabajar esa noche y abrí la aplicación, no solo había sexting y fotos. Mis ojos se abrieron de par en par y tuve que apartar la vista de la pantalla por un momento cuando vi que hablaban de quedar en persona... mañana. Tuve un breve pensamiento loco de que tal vez lo había leído mal, pero cuando volví la vista al monitor, allí estaba, en blanco y n***o.
Henry dijo que dejaría la puerta abierta y dio instrucciones a Amelia para que entrara en cuanto llegara. Quería que se quitara toda la ropa y la pusiera sobre una mesa auxiliar. Luego le dijo que fuera al salón y se pusiera en posición de exhibición, desnuda, para que él pudiera —inspeccionarla—. ¿Inspeccionarla? ¿Qué demonios significa eso? Incluyó una foto de una página web de b**m de la posición en la que quería que se pusiera para que pudiera practicar.
Mi polla cobró vida, dura como una roca, cuando pensé en Henry follándose a Amelia en la vida real. Me la saqué de los pantalones y me la froté mientras me repetía en la cabeza que no podía creer que me engañara. La idea me hacía acariciarme más fuerte y más rápido. Había visto suficientes fotos de Henry desnudo como para tener una buena imagen mental de él aporreando a Amelia. Cuando pensé en Amelia siendo inspeccionada y luego en Henry obligándola a arrodillarse mientras le metía la polla hasta la garganta, gemí y llegué al clímax con fuerza. Cuatro chorros de semen golpearon mi camiseta antes de que terminara.
Ordeñé la última gota de mi leche mientras terminaba de leer sus mensajes. Terminaban con Henry dándole a Amelia su dirección y acordando una hora de encuentro. Todavía me daba vueltas la cabeza por el orgasmo y me temblaban las manos cuando saqué el móvil para introducir la dirección en mi GPS. Me quedé sin aliento y me hormiguearon los dedos cuando me di cuenta de que habían quedado durante mi pausa para comer.
¿De verdad iba a hacerlo?