Capitulo 4

2898 Words
Amelia Estaba destrozada emocionalmente en la primera visita a Henry. Me envió un mensaje la noche anterior y me dijo que me desnudara cuando llegara a su apartamento. No llamé a la puerta, pero grité al entrar. —Estoy aquí, señor, y haciendo lo que me ordenó. No obtuve respuesta y no la esperaba. Una mesa junto a la puerta guardaba el correo y las llaves y yo temblaba como una hoja al viento mientras me quitaba la ropa. El vestido de verano que llevaba se deslizó con facilidad, lo que me ahorró algunas molestias. Me temblaban mucho las manos y tuve problemas para doblar el vestido, pero al final lo dejé medio decente y lo puse sobre la mesita. Dijo que su salón estaba por la entrada a la derecha, y mis pies descalzos no hacían ruido sobre la alfombra. Su apartamento no era lujoso, pero el complejo en el que vivía estaba bien mantenido para ser un edificio antiguo. El dúplex tenía un segundo piso, y era un apartamento enorme para un solo hombre. ¿Tenía compañero de piso, compañera? Sabía tan poco de Henry, que lo que estaba haciendo me parecía estúpido. ¿Cómo podía conocer a una persona desde hacía sólo un par de semanas y, sin embargo, ser tan adicta a él y al control que me ofrecía? Debería haberme dado cuenta de que, en cuanto supe que vivía cerca, un encuentro en persona era inevitable. Henry no estaba en el salón y yo me puse en medio, intentando la pose de la foto que me había enviado. Me quedé allí con las piernas abiertas y las manos levantadas, tocándome la nuca. Quería inspeccionarme y la pose tenía ese propósito. La habitación no estaba fría, pero mi cuerpo seguía temblando y mis pezones se fruncían. Sin reloj visible, no sabía cuánto tiempo había pasado. Me parecieron un par de minutos antes de que entrara en la habitación. Henry era más atractivo en persona que en sus fotos. Tendría unos cincuenta años, el pelo corto y plateado y la mandíbula bien afeitada. Tenía un pequeño hoyuelo en la barbilla que me dieron ganas de besar. Medía como un metro ochenta y sólo llevaba pantalones cortos. Tenía un poco de barriguita, pero por lo demás estaba en buena forma para un hombre de su edad. No lo echaría de la cama, eso seguro. —Hola, Amelia. Un cosquilleo me recorrió la espina dorsal cuando dijo mi nombre y me estremecí con más fuerza. Me rodeó lentamente e inspeccionó visualmente cada centímetro de mi cuerpo mientras yo anhelaba su aprobación. Como nunca había hecho mucho ejercicio, era blanda pero delgada, con unos pechos generosos a los que la edad aún no había hecho mella. Bromeaba con Liam diciéndole que aún le quedaban unos años para disfrutar de mis pechos turgentes, pero él juraba que los amaría hasta bien entrada la vejez, pasara lo que pasara. Según él, no había tetas malas. Cuanto más tiempo pasaba sin que Henry hablara, más nerviosa me ponía. Intenté contener mis temblores y casi me castañetearon los dientes. Nunca nadie me había examinado tan a fondo. Me sonrojé y estaba desesperada por retorcerme o esconderme bajo una manta. Henry dijo que el propósito era inspeccionar lo que era suyo, lo que le pertenecía. Necesitaba asegurarse de que me cuidaba y eso me recordaba que me entregaba a él por completo. Esto era peor que desnudar mi alma durante nuestros chats en línea, sobre todo porque intentaba no inquietarme. No me había dicho específicamente que me castigaría si me movía, pero me quería en esta postura, así que cambiar de posición sin permiso me parecía imprudente. Cuando la habitación giró, jadeé e inhale bruscamente, sin darme cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Henry gritó cuando me tambaleé. —Oh ¡Amelia! Me cogió en brazos, me llevó al sofá y se sentó conmigo acurrucada en su regazo. —Oh, pobrecita. Estás temblando. Me atrajo hacia él y apoyé la cabeza en su hombro con un suspiro. Cuando me besó la frente como si fuera una chica pequeña y me frotó el brazo con dulzura, bajé la cabeza y sonreí. No era así como me imaginaba estar en sus brazos por primera vez, pero ver esta faceta de Henry me tranquilizaba. En línea siempre fue tan enérgico conmigo. Pensé que quería eso, pero conocer a alguien por primera vez estando además desnuda era demasiado. Al cabo de unos minutos, el temblor cesó. Me relajé y me fijé en más cosas de Henry. Un leve olor a cuero le rodeaba, como si hubiera llevado una chaqueta de cuero hace poco, y era agradable. Subí la mano para tocarle el hoyuelo de la barbilla y me di cuenta de que se había afeitado recientemente. Mi coño se estremeció al pensar que se había afeitado sólo para mí. Me sonrió y fingió morderme el dedo. Solté una risita y llevé la mano a su cuello, acariciándolo ligeramente. Su piel era suave, como si acabara de salir de la ducha y secarse, aunque no había humedad en ella. Al ver que me sentía mejor, Henry habló. —Amelia, lo siento mucho. No me di cuenta de que estabas tan nerviosa. Sólo parecías excitada. Murmuré: —Estoy bien—, y él me abrazó más fuerte. —No, se supone que debo cuidarte. No pongas excusas por mis errores. Le di un puñetazo en la tripa. —Oye, todo el mundo comete errores a veces. Henry esbozó una sonrisa irónica antes de responder. —Sí, diez minutos conmigo y casi te desmayas. Está claro que no soy perfecto. Levanté la cabeza, esperando un beso, y dije: —Yo tampoco, señor. Podemos ser imperfectos juntos. Cuando me miró y pudo darse cuenta de lo seria que iba, reclamó lo que le ofrecía y me besó suavemente. Lo que empezó como una simple exploración se volvió acalorado rápidamente. Sabía a canela y le rodeé el cuello con los brazos para sumergirme más en el beso. Nuestras lenguas se batieron en duelo y mi coño se humedeció cuando su polla se endureció bajo los calzoncillos. Rompió el beso justo cuando pensaba ponerme sobre él para apretarme. —Vale, ya basta. Es hora de enseñarte a ser una sumisa de verdad. Me obligó a bajarme de su regazo y me dio una palmada en el culo cuando me levanté. Su sonrisa y el brillo de sus ojos me indicaron que disfrutaba bromeando conmigo. Le respondí con un —Sí, señor—, medio burlón, y su sonrisa se volvió feroz. —Pequeña, no me tientes. Me has recordado que estás aprendiendo, así que vamos a ir despacio. Mi cerebro zumbó ante sus palabras. Me tentó la idea de presionarle y ver qué pasaba si acelerábamos el entrenamiento, pero mi parte más sensata reconoció que la prudencia era lo más inteligente. Además, mi babeante coño estaba dispuesto a lo que ocurriera, y mientras el día de hoy terminara con su polla dentro de mí, estaría extasiada. —Pequeña, arrodíllate para mí. Se me aceleró el pulso y me quedé sin aliento en el buen sentido mientras me hundía de rodillas frente a él y apoyaba ligeramente las manos en los muslos. Mantuve la mirada baja, deseando tener el valor de asomarme a él, pero quería demostrar que era digna de entrenar. Henry se movió delante de mí. Sus pantalones cortos se deslizaron hasta el suelo y los apartó de una patada. Dijo roncamente: —Quiero que me muestres lo bien que puedes chupar una polla. Levanté la vista al oír sus palabras y él se movió hacia delante. Su polla gruesa y erecta sobresalía hacia mi cara. No le respondí verbalmente, pero abrí la boca para indicarle que estaba dispuesta a servirle. Deslizó la punta entre mis labios y tuve que abrir más la boca cuando la introdujo. Sus gemidos cuando mis labios se cerraron en torno a su pene me humedecieron aún más. Subí una mano para ayudar a guiar su polla y él no se quejó. Dejó que sus manos se apartaran y se apoyaran en los costados de sus piernas mientras se concentraba en mover sus caderas para follarme la boca. Su salinidad en mi lengua me hizo zumbar alrededor de su polla en señal de aprobación. Era un buen bocado, ya que es más grueso que Liam, pero podía meterme a Henry hasta el fondo. Empezó despacio, pero en cuanto se dio cuenta de que podía con toda su longitud, aceleró hasta follarme a un ritmo enérgico. Gemía cada vez que mis labios llegaban a la base de su polla y, como no me dijo que me frotara el clítoris, la sensación de ser utilizada únicamente para su placer era erótica. El interior de mi muslo estaba húmedo y mi coño ansiaba su polla. Esperaba que pensara follarme pronto. Mientras imaginaba su pene deslizándose en mi húmedo agujero, me desorienté al darme cuenta de que podría correrse en mi boca sin follarme. Era su elección, no la mía. Sentí una extraña agitación en el vientre y mis pensamientos se volvieron confusos. Olvidé lo que estaba haciendo y cuando volvió a meterme la polla en la boca, emití un pequeño sonido de ahogo y mi reflejo nauseoso se activó. Mierda. Eso despejó la niebla de mi cerebro y me concentré en mi tarea. Tengo que demostrar que puedo hacer mamadas increíbles. Mis leves arcadas incitaron a Henry a metérmela más deprisa. Me llevó las manos a la nuca para obligarme a mantenerlo dentro de mi garganta durante unos segundos antes de dejarme respirar. Le acaricié con la mano y jugué con sus huevos. Cuando se tensaron contra mis dedos y su m*****o palpitó en mi boca, supe que estaba a punto de llegar al clímax. Chupé con más fuerza, esperando que se corriera y sin importarme ya si eso significaba no tenerlo dentro de mí, pero él se retiró con un fuerte gemido. —Buena chica—, jadeó mientras me daba palmaditas en la cabeza. —Ahora levántate. Intenté levantarme con elegancia, pero tropecé, y Henry me agarró del brazo para ayudarme. Me puso la mano en el codo y me condujo hacia el pasillo, a lo que supuse que era un dormitorio. A mitad del pasillo, le oí murmurar: —A la mierda—, justo antes de empujarme hacia la pared. Me agarré con las manos y me incliné hacia la pared. Me abrió las piernas y utilizó las manos para abrirme el coño mientras me penetraba hasta el fondo. Una vez dentro, embistió contra mí con fuerza, haciendo que mis pechos se aplastaran contra la pared. Me agarró por las muñecas, llevándome los brazos por encima de la cabeza, y me los sujetó con una mano. La otra mano, recién liberada, me presionó el hombro, inmovilizándome mientras me follaba con rudeza. —Dios mío—, gemí mientras mi cuerpo se encendía. Jadeé y empecé a apretar mi culo y mi coño contra él, desesperada por sentir su pene tan profundo como pudiera. Apenas era coherente y lo único que sabía era que necesitaba correrme. Cada embestida me producía un cosquilleo de placer por todo el cuerpo. La dura demanda de Henry cortó el silencio mientras nuestros cuerpos se golpeaban. —¿Te gusta así de duro, puta? Oh Dios, nunca nadie me había llamado puta en persona y era tan jodidamente excitante. Gemí, —Sí, señor. Henry dio varios empujones y contestó: —Bien. Martilleó dentro de mí y gimió mientras yo coreaba —fóllame— repetidamente. Esto fue mejor de lo que pensaba. El hecho de que me empujaran contra la pared y me utilizaran me hizo sentir que me acercaba al orgasmo. Cuando Henry se abalanzó sobre mí, mis pezones rozaron el yeso texturizado de la pared y el placer se disparó directamente a mi clítoris. Mi cuerpo se estremeció mientras subía más y más en espiral. Mi gemido se intensificó hasta alcanzar un punto álgido mientras mi concha sufría espasmos y se contraía. Temblé y me sacudí mientras todo mi cuerpo se estremecía y me corrí tan fuerte que vi las estrellas. Siguió follándome y parecía que el clímax no tenía fin mientras yo me dejaba llevar por las olas del éxtasis. Cuando por fin bajé del clímax, Henry gruñó y una carga tras otra de su leche caliente brotó dentro de mí, cubriendo las paredes de mi coño. Se flexionó y se estremeció antes de retirarse y apoyarse en mí. ¡Por Dios!, ha sido increíble. Quería decirle lo fabuloso que era, pero no me salían las palabras. Henry y yo avanzamos juntos por el pasillo, me condujo a un dormitorio con una cama de matrimonio y nos desplomamos juntos sobre el edredón. Esperando que terminara, me levanté hacia las almohadas boca abajo y chillé de sorpresa cuando me agarró por las caderas y me dio la vuelta. —Aún no he terminado contigo—. Gruñó. Mi mente era un charco, pero no me quejé mientras me abría las piernas e inclinaba la cabeza para saborearme. Su lengua en mi sensible botoncito me hizo jadear y arquear la espalda, introduciendo aún más su lengua entre los labios de mi v****a. Siguió lamiendo y chupando, haciendo girar su lengua alrededor de mi clítoris mientras yo gemía y me agitaba bajo él. Cuando introdujo un dedo en mi interior, prácticamente grité al alcanzar el clímax. —¡Oh, Dios mío! Mi cuerpo dio un espasmo y un chorrito de humedad se filtró de mi coño mientras Henry lamía furiosamente para limpiarme. Cuando la tensión desapareció de mi cuerpo, se subió a la cama y me abrazó. Antes de cerrar los ojos y quedarme dormida, me preguntó. —¿Cuánto falta para que tengas que irte a casa? Mierda. Me desperté al oír hablar de casa. —¿Qué hora es? Cuando me dijo la hora, volví a relajarme. Quedaba al menos otra hora antes de que tuviera que irme. Murmuré cuánto tiempo me quedaba mientras se me cerraban los ojos. Le oí pulsar los botones de un despertador, y mi último pensamiento antes de desmayarme fue lo agradable que era que pensara en eso y que ya era hora de que alguien me comiera el coño como Dios manda. *** Liam Llegué al complejo de apartamentos de Henry unos diez minutos antes que Amelia. Di una vuelta a la manzana para ver el terreno antes de aparcar al final de la calle, desde donde podía ver claramente a cualquiera que se acercara a la puerta. Su vivienda estaba convenientemente situada en una zona apartada del complejo y me arrellané en el asiento por si Amelia pasaba junto al coche y se fijaba en mí. Por suerte, nuestro coche es genérico y lo perdemos continuamente en los aparcamientos porque tenía el mismo aspecto que los demás. Cuando Amelia llegó, aparcó en una plaza de visitante y me di cuenta de que estaba nerviosa cuando salió del coche. Echó un vistazo al aparcamiento y se miró su precioso vestido rosa. Dios, siempre me gustó cómo le quedaba ese vestido. Le dejaba los hombros al descubierto y siempre me daban ganas de besarle el cuello y mordisquearle el brazo. ¿Por qué tenía que ponerse ese vestido hoy? Me fijé en su elección de ropa por un momento, como si realmente importara. El hecho de que llevara mi vestido favorito aumentó el engaño en mi mente. Se volvió aún más personal. Ella entró en el apartamento y yo esperé en el coche exactamente siete minutos antes de salir. Fueron los siete minutos más largos de mi vida. Vacilaba entre sentirme angustiado y cachondo, mientras imaginaba a Henry follándose a Amelia en cuanto abría la puerta principal. Me recordé a mí mismo que Henry quería que se desnudara y fuera al salón en su mensaje. Eso llevaría unos minutos. Cuando calculé que Amelia tenía tiempo suficiente para ir al salón y ponerse en posición, crucé el aparcamiento con una confianza que no sentía, ya que no quería parecer sospechoso. En lugar de caminar hasta su puerta principal, rodeé el edificio y, una vez fuera de la vista desde la calle, aminoré la marcha y me escabullí. Me acerqué sigilosamente a una ventana y al principio no vi nada, salvo un salón sencillo sin gente, pero entonces me di cuenta de que Amelia y Henry estaban en el sofá. Ella estaba en sus brazos siendo abrazada tiernamente mientras él le acariciaba el brazo. Mierda. No esperaba una escena de amor. Se me hizo un nudo en la garganta y se me pusieron los ojos como platos mientras me mareaba y sentía náuseas. Cuando se me contrajeron los pulmones y me costó respirar, supe que tenía que salir de allí inmediatamente. No podía correr el riesgo de desmayarme en su jardín. Fui dando tumbos hasta mi coche, sin importarme quién me viera esta vez, y me senté en el asiento del conductor, agarré el volante y me quedé mirando a la nada. Mis pensamientos daban vueltas mientras me concentraba totalmente en mí mismo, sin prestar atención a lo que me rodeaba. No tenía palabras para procesar lo que sentía, y me quedé sentado en el coche otros diez minutos antes de tener la energía mental para volver al trabajo. ¿Qué demonios iba a hacer ahora?
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