Henry
Amelia y yo hacemos planes para vernos el lunes. Hacía demasiado tiempo que no estábamos juntos y la semana reforzó que soy adicto a ella. La primera mitad de la semana estuve tenso, nervioso y ansioso por su atención. El vínculo puede ser poderoso con la sumisa adecuada, y las pocas veces que he tenido una conexión fuerte, he acabado sintiéndome así. He llegado a ese punto con Amelia, y verla el sábado me calmó en parte, pero mi reacción ante Liam contrarrestó cualquier sensación de bienestar que me produjera estar cerca de ella.
El lunes, cuando llega Amelia, me abalanzo sobre ella en cuanto entra. Cierro la puerta y la aprieto contra la pared. Suelta el bolso y gime cuando le devoro los labios, y le subo las manos por la corta falda rosa. Hace dos semanas le dije que dejara de llevar bragas siempre que estuviera conmigo, y me complace comprobar que me ha obedecido. Abre las piernas y mis dedos se introducen entre los labios húmedos.
Amelia tiene una manía: que la usen, y yo me aseguro de no aprovecharme de ella. Ya me ha dicho que puedo usarla más a menudo de lo que lo hago, pero me encanta hacerla jadear cuando llega al clímax. Pero ahora la necesito demasiado y puede que no se corra. Normalmente tiene que pedirlo antes de llegar al clímax, pero hoy las reglas son diferentes.
—Amelia, voy a follarte aquí mismo. Si te acercas, tienes permiso para correrte sin pedir permiso, pero no esperes porque voy a usarte duro y no duraré mucho.
Suelta un pequeño —Oh— mientras me desabrocho los vaqueros, saco mi polla palpitante y la meto en su húmedo coño. Me agarro a sus piernas mientras la embisto con furia y la golpeo contra la pared. Me rodea el cuello con los brazos y se le nublan los ojos mientras gime —Dios mío— repetidamente. No aflojo el ritmo, y durante unos minutos el único sonido es un húmedo golpeteo de carne con cada embestida y sus gritos vocales.
Me pierdo en el placer de sus sedosos pliegues vaginales acariciándome. La presión aumenta y estoy a punto de explotar cuando ella grita mi nombre y se corre sobre mi polla. Todo su cuerpo se estremece y las paredes de su cueva se cierran a mi alrededor mientras gruño y me corro tan fuerte que la cabeza me da vueltas. Me sacudo contra ella un par de veces, vaciándome por completo, mientras se queda flácida en mis brazos.
No estoy seguro de poder llegar hasta el salón con ella en brazos, así que nos doy la vuelta, la bajo suavemente al suelo y la meto en mi regazo. El móvil que lleva en el bolso emite un pitido sordo que indica que ha recibido un mensaje de texto, pero ella solo murmura tonterías como respuesta. Supongo que dice que lo mirará dentro de un rato, cuando pueda volver a pensar. Me relajo por completo, sin importarme lo incómodo que sea el suelo, y ella se funde conmigo con un suave murmullo de satisfacción.
No estoy seguro de cuánto tiempo nos quedamos tumbados, pero al final Amelia se revuelve y se pone juguetona. Se lleva una de mis manos a la boca y me mordisquea los dedos. Cuando le doy un golpe en la nariz, suelta una risita.
Le beso la cabeza y le pregunto: —¿Quieres un bollo de canela? He hecho unos esta mañana.
Es súper linda cuando responde dulcemente: —Mmmm. Sí, por favor.
Nos levantamos del suelo y mientras saco los platos y recaliento los rollos de canela en el microondas, Amelia comprueba su mensaje de texto.
—Oh, es de Liam. Está almorzando en casa.
Se posa en el borde de un taburete de la barra de la cocina y mira fijamente su teléfono.
—Le dijiste que vendrías, ¿verdad?
La semana pasada Amelia explicó sus condiciones para seguir viéndome, así que más le vale haberle mandado un mensaje. Tomo nota mentalmente de volver a comprobarlo cada vez que viene. No me contesta, preocupada por su teléfono.
—¿Amelia?— Le doy mi voz severa para llamar su atención.
—¿Mmmm?— Me mira. —Ah, sí. Se lo dije.
Dejo el plato con un bollo de canela en la encimera delante de ella y le pongo un tenedor al lado. Me apoyo en la encimera y le doy un bocado. Maldita sea, sí que sé hacer postres deliciosos. Doy unos bocados y me doy cuenta de que está otra vez con el móvil y no toca el bollo. Puede que sea hora de recordarle quién manda aquí.
—Amelia, deja el teléfono, ahora.
Ella deja caer su teléfono rápidamente y hace ruido en el mostrador. —Sí, señor.
—Buena chica. Ahora cómete tu rollo de canela.
Ella toma una muestra y gime alrededor del tenedor mientras la satisfacción palpita en mi cerebro. Puede que tenga una ligera manía con preparar postres y verlos disfrutar, pero no sé si se lo diré a Amelia. Puede que siga haciendo postres y evalúe sus reacciones para averiguar cuáles son sus favoritos.
—¿Señor?
Siento el zumbido familiar cada vez que me llama Señor. —¿Sí, pequeña?
—Liam tiene una pregunta para nosotros.
Hace una pausa y toma otro bocado, y yo la estudio mientras mastica, tratando de decidir si quiere ser una mocosa al no decir todo el pensamiento de una vez. Cuando enarco una ceja y dejo el tenedor a propósito, sus ojos brillan de alarma y excitación y se apresura a hablar.
—Señor, Liam quiere saber si puede vernos follar en la cama de casa.
Qué interesante. Mi polla se agita a la vida, a pesar de que acaba de ser satisfecha. —¿Dijo que mirará?
—Sí, dijo que mirara.
Termino lentamente mi rollo de canela y no respondo a Amelia. Ahora la haré esperar.
***
Liam
Amelia no contesta durante treinta angustiosos minutos mientras yo me siento en el sofá y sigo buscando mensajes en mi teléfono. Saber que probablemente no contesta porque Henry se la está follando no ayuda. Se me hace un nudo en el estómago y me sudan las manos. Necesito saberlo.
Mi pausa para comer es sólo de una hora y a este paso voy a llegar tarde al trabajo, pero no puedo dejar de mirar el móvil. Por fin llega el mensaje y, como ya estoy mirando la pantalla, veo la respuesta inmediatamente en la vista previa que aparece.
Amelia: Dice que sí. ¿Qué te parece el próximo sábado?
El corazón se me atrapa en la garganta y todo el cuerpo me hormiguea de excitación. Mierda, esto tiene que salir bien.