—Hola —digo, intentando sonar sorprendida y no emocionada.
—Hola —responde él, quita un pedazo de cabello que había caído sobre mi ojo y lo pone detrás de mi oreja. Sólo espero que las puntas de mi oreja no sobresalgan sobre mi lacio, aburrido y aplastado cabello—. Lo siento. ¿Llevas mucho esperando?
—Yo, definitivamente, no estaba esperando a un desconocido en un bar.
—Oh no, claro que no —concede, sonriendo—. Hola, soy Alex ¿Te acuerdas de mí? Qué coincidencia que nos encontremos de nuevo.
Agradezco que me siga el juego, intento contener mi sonrisa y lucir despreocupada, tal como él lo hace.
—Ah, sí. Es como el destino.
—Estoy seguro de ello. ¿Quieres ir a algún lado… quizá una pizza o algo así?
—Vengo con April, no quisiera…
—Te prometo que cuando tú me digas venimos de regreso aquí y te vas con April, tal como llegaron.
Eso me convence, aunque intento no ceder tan rápido y pensarlo un poco. Cuando acepto, voy hacia donde April y Mat se habían ido, mientras Alex me espera justo ahí. Al principio April no está muy contenta con quedarse sola con la novia de Sebas, puesto que los chicos de la banda ya van a tener su turno de tocar, pero sobretodo con la idea de que me vaya tan rápido con Alex. Al final acepta lo que le pido y me hace prometer que volveré por ella.
Alex está justo donde lo dejé y mira hacia el lugar donde aparezco, le digo que estoy lista y él sonríe, con la seguridad que le sobra toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos, cosa que debería molestarme, pero no es así. Toma la iniciativa y me conduce a través del bar y procura abrirme espacio para que pueda pasar sin problemas, lo cual no es tan difícil si consideramos lo delgada que soy.
Al salir del bar tampoco me suelta, pero me pone a caminar a su lado y me sonríe con tranquilidad. No estoy asustada por no conocerlo, me siento segura estando a su lado.
—No tengo un plan, espero que no te moleste que sólo conduzca hasta la pizzería más cercana que conozco.
—No me importa mucho a dónde vayamos, la verdad.
—Entonces ¿Puedo llevarte a un deshuesadero? —pregunta con diversión.
Me deja en la puerta abierta de un Audi n***o, no tengo idea del modelo, pero es bastante fino y bastante caro para sentirme bien al subirme en él con unos sencillos zapatos.
— ¿Este es tu carro? —pregunto, quiero sonar relajada, pero creo que sueno, más que nada, espantada—. ¿Qué hay con la moto?
—Sí —y lo dice como si se avergonzara, lo cual no tendría sentido, pero aun así lo hace parecer dulce. Lo único que nos separa es la delgada puerta del auto que aún sostiene para mí, desde esa distancia me doy cuenta que sus ojos son del color exacto de vara de oro—. No sabía si te daban miedo las motos y no quise fallar, así que traje el auto. Espero que no sea excesivo para una noche tan simple. Si quieres podemos tomar un taxi o caminar, no me molesta.
—Pero ya trajiste el auto —observo, intentando ser lógica.
Como respuesta, se encoge de hombros. Me río un poco por su extraña inseguridad y mi nerviosismo, pero entro al auto con decisión y le agradezco por cerrar la puerta, aunque él ya no me escucha. Los asientos son de piel negra, el tablero brilla tanto como Alex y yo siento que debo lavar mis converse mucho más seguido y tal vez recibir unos consejos de moda por parte de Malina, ella se viste mucho mejor que yo, aunque siga siendo una adolescente. Alex entra al auto y sólo presiona un botón antes de que el carro ya esté en marcha.
— ¿No eres un criminal millonario, cierto?
Se ríe.
—No. En realidad, sigo mucho las reglas. Mi papá es el senador McCain —oh, así que eso era lo que me quería decir April esta tarde—. Este es uno de sus regalos excesivos para compensar su falta de tiempo en mi infancia.
Lo dice como una broma, pero sé que no le parece divertido. Cuando me mira, me sonríe, pero esa sonrisa no alcanza a sus ojos y es en todo lo que puedo pensar. No es completamente cierto, porque vaya que pienso en su padre. El senador McCain es el presidente de un partido político muy importante y aunque yo no sé mucho de política ni de las posiciones que toma el senador, sé que podría llegar a ser el presidente de los Estados Unidos en un par de años. No puedo imaginar el peso sobre los hombros de Alex sólo por ser el hijo de un político, quizá tuvo todo lo que un niño podría imaginar, pero al escucharlo hablar siento que lo que él imaginaba era cosas muy distintas y que su padre no le pudo comprar.
—Bueno, me alegro de que definitivamente no seas un criminal —digo, intentando sonar amable y divertida—. Entonces ¿Vienes de D.C.?
—Así es, un aire completamente diferente a New York —y sin que yo se lo pida, me empieza a contar un poco de su vida. Cosa que valoro—. Llegué este año, estoy estudiando en Columbia el programa de Ciencias Políticas, y sí, en definitiva, fue por mi padre, pero me gusta. En realidad, me gustaría llegar a ser una fracción de lo que él es ahora. Él también estudió en Columbia, así que se alegró cuando me aceptaron. Ahora vivo en un departamento cerca de la Universidad.
— ¿Y te gusta New York?
—Lo poco que he visto, sí. Es demasiado colorido y alocado, pero me agrada. ¿Tú eres originaria de aquí?
—No —Alex le cede el paso a una pareja de ancianos en el semáforo y eso hace que mi estómago revolotee—, soy de Summerville en Atlanta, Georgia.
—Ah, entonces ya es patológico lo de sonreír todo el tiempo ¿No? Se supone que en Atlanta las personas viven de amabilidad, incluso la respiran —dejo caer mi boca abierta con dramatismo muy mal fingido, al notar mi silencio, Alex voltea a verme y se ríe discretamente de mi expresión—. Pero es bueno, las buenas personas se acaban.
—Exactamente buena no soy, pero al menos intento no ser una cretina.
—Creo firmemente que eres muy buena —asegura. Pone su mano por encima de mi rodilla, como un leve apretón, pero la quita antes de que llegue a ser incómodo—. Ven, amarás estás pizzas, lo único malo es que no tienen servicio para comer ahí. Espera.
Se baja sin darme tiempo de una réplica y, literalmente, corre hacia mi puerta para que yo no tenga oportunidad de abrirla. Cuando la abre para mí también me ofrece su mano. Me siento como una princesa de cuento, pero sin el vestido y el glamour que todo implica.
La pizzería es casera, no he comido nunca aquí, pero cualquier comida es buena. No tiene letreros llamativos ni de colores, sólo una pizarra con letras escritas con gises de colores.
—Podemos comer la pizza dentro del auto.
— ¿No te molesta que todo quede con olor a queso? —pregunto, pensando en lo caras que deben ser cada pieza del coche.
— ¿A quién no le gusta el olor a pizza? —pregunta y sonríe con diversión. Sigue con mi mano tomada de la de él, pero es un toque suave, como una guía, para nada lo siento como algo malo—. Bueno, me estabas diciendo que eres de Atlanta, continúa, por favor. ¿Llegaste este año a New York?
Me encanta que me ponga atención.
—En realidad, ya llevo más de un año viviendo aquí, es mi tercer semestre en la Universidad. Estudio Artes Básicas, pintura, escultura y esas cosas.
— ¿Eres artista? —pregunta impresionado, como si fuera algo que no se esperaba de mí, lo cual me desconcierta un poco. Al igual que el olor de la pizza, porque dentro del local es todo lo que hay y todo lo que deseo—. Disculpa —me dice antes de hablar con la persona detrás del mostrador. En serio no puedo creer que sea tan refinado, educado y que llegue en un caro auto a una pizzería cualquiera… pero lo prefiero mil veces así—. Buenas noches, una pizza grande de pepperoni con orilla de queso, por favor —el señor le dice que estará lista en veinte minutos y Alex le asegura que tiene toda la noche disponible, lo cual me hace sonreír—. Oh, lo siento. El pepperoni es mi favorito y asumí que a todo mundo le gusta, pero puedo… —No, está bien. Me gusta.
—Gracias y lo siento. Bueno, entonces eres una artista ¿Qué más hay de ti?
Y se hace una plática muy amena. Me pregunta sobre mis días y le cuento dónde trabajo y que mi vida es bastante corriente, básicamente es ir a la escuela, tiempo libre e ir a trabajar, los fines de semana y a veces en las noches puede que salga a algún lugar, pero no es muy común que lo haga. Le explico que hay varios lugares de la ciudad que aún no conozco, pero que muero por hacerlo y él me pregunta por varios de ellos, no le digo mi dirección, pero sí le cuento cómo es que April y yo llegamos hasta donde estamos ahora.
—Ah, ella es tu prima —se sorprende cuando lo menciono—. Creí que era tu mejor amiga solamente.
—También es mi mejor amiga —resalto—, es como un paquete doble. Dave es mi primo también, bueno… algo así, es el hermanastro de April, pero ellos nunca se considerarían familia, sólo que yo sí a él.
— ¿Sabes lo que el vicepresidente de la fraternidad me haría si sabe que estoy saliendo con su prima?
—No creo que estemos saliendo —levanto una ceja y me aguanto una sonrisa.
Creo que me va a contestar y estoy deseosa de escuchar su respuesta, de ahí podría hacerme una buena idea de qué está pasando aquí; pero el señor de las pizzas le dice a Alex que ya está listo nuestro pedido. Empiezo a sacar dinero del bolsillo de mi pantalón (yo jamás cargo cartera), pero Alex se adelante por completo a mí y paga todo.
—Insisto en querer pagar la mitad.
— Vamos, la siguiente pizza la pagas tú —bromea, carga la pizza y señala a la puerta para que salgamos.
Es inútil pelear. Subimos al auto y aunque es un espacio un poco reducido nos acomodamos bien, la caja sirve como mesa y las servilletas como platos, me giro hacia él y Alex hacia mí. Sonríe. Lo hace sin ninguna razón y alegra mi corazón porque creo que se siente igual que yo: feliz. No me importa de quién sea hijo o cuántos carros tenga, me importa que parece tan humano y tan lleno de calidez como se ve.
—Así que ¿Crees que Dave quiera golpearme si salgo contigo?
— ¿No quieres correr el riesgo? —bromeo.
—Oh, no, no, no. Claro que lo correría —y creo que habla totalmente en serio, porque sus ojos se oscurecen o no sé si se deba a la escasa luz y la dilatación de sus ojos, pero ahora ya no parece tierno y amable, sino decidido y temerario—. Podría caminar con los ojos cerrados hasta el final del corredor sólo para ver si estás del otro lado.
—Deberías guardar unas de tus frases galantes para cuando salgamos oficialmente —digo, pero por dentro estoy gritando de ternura y de emoción, quiero abrazarlo y ver si yo podría encajar en sus brazos. Alex inclina la cabeza y me mira divertido, pero yo no quiero bromear, sólo lo hice para ganar tiempo y pensar si lo que estoy a punto de decir no es demasiado para un casi desconocido—. Yo esperaría al final de ese pasillo.
Hay veces en la vida que no estás seguro de ciertas decisiones y lo piensas mil veces antes de aceptar o rechazar, en otras ocasiones, te levantas un día y lo sabes. Aún no sé qué día sea este y es terrorífico, porque no sé a dónde conduce el camino, sólo sé que ya estoy en un punto sin retorno.
Quizá esta sea la historia loca y complicada de amor que siempre he querido. O quizá no.
No estoy segura si es oportuno o inoportuno el mensaje de April que llega justo en este momento, sé que es de ella por el tono especial que le puse. Puede ser algo importante, o no, pero ya estoy abriendo el mensaje y evitando la intensa mirada de Alex.
April: tardas demasiado y tengo sueño, ya me voy a la casa. Mándame tu ubicación en tiempo real. Dejaré la luz encendida para que parezca que te espero despierta. PORQUE ESPERO QUE TE LLEVE A CASA.
Definitivamente es algo que ella diría, incluso puedo escuchar su voz en mi cabeza.
—Pues April ya no me está esperando en el club, ya se fue a nuestro departamento —le cuento a Alex, mientras le mando un emoji a April para que vea que leí su mensaje.
—Al menos eso nos va a dar más tiempo y me va a permitir llevarte a tu casa. Punto para mí.
—April no confía en nadie, si no pensaría que te pusiste de acuerdo con ella.
—La suerte está de mi lado. ¿Me puedes esperar un segundo? Tengo que… —Eh, seguro.
No entiendo nada, aún quedan unas rebanadas de pizza y yo ya no he comido, así que pone la caja en el reducido espacio de atrás y después se baja del auto. No me dice nada, tampoco se dirige a mi puerta, al contrario, se mete de nuevo a la pizzería y tarda unos segundos dentro. Yo sólo me quedo dentro sin hacer mucho y muy confundida con la situación, cuando Alex entra de nuevo conmigo sonríe como si nada hubiera pasado y pregunta en qué estábamos.
—En nada en específico, en realidad —respondo. Aunque aún sigo confundida.
—Bueno, a ver… ¿Qué opinas de calentamiento global? —me imagino que la expresión en mi rostro es muy chistosa, porque en serio no sé de qué diablos habla—. ¿Qué? Es muy en serio. Es uno de los puntos importantes a tratar esta noche.
—Ah, hiciste una lista, ya lo tenías todo planeado ¿cierto?
—No, no, no tenía nada planeado —asegura riéndose, pero no sé si creerle o no. Igual me parece algo lindo que haya pensado en que vernos no sólo era una posibilidad, sino un hecho—. Pero claro que hay una lista. El punto número uno eres tú, el dos eres tú y el tres eres tú. El cuarto soy yo porque también tienes que saber cosas sobre mí.
—Ok, me estás dando miedo —miento, porque en realidad estoy fascinada—. ¿Cuándo es el turno del punto cuatro? Porque siento que yo ya te he contado todo.
—Justo llegó la hora, dispara.
Y lo malo es que justo ahora no se me ocurre nada interesante que preguntar, mi imaginación y me mente están algo bloqueadas.
—Mmm, dime lo más constante en tu vida.
—Es triste ¿Sabes? Mi vida nunca ha sido demasiado constante —confiesa, y la plática se vuelve más seria—. Yo… cambiaba mucho de deportes y aprendía cosas nuevas cada cierto tiempo porque se supone que debo estar muy bien preparado, había eventos a los que asistir y gente que nunca faltaba, pero nunca me he establecido con algo. O bueno, quizá sí. Dean, él es el amigo de toda la vida que he tenido. Nuestros padres son compañeros y se cuidan las espaldas desde siempre, así que nos enseñaron a hacer lo mismo. Incluso vivimos uno frente al otro.
Sonrío al escucharlo porque me recuerda a mí. Dean y Alex, April e Issa. Habla de su relación con él y lo bien que se la pasan juntos, aunque no lo dice con esas palabras, creo que hasta cierto punto le apena que note lo unidos que son. Por ese motivo, decido preguntarle acerca de su carrera y su escuela; dice que le gusta, sus clases son relativamente fáciles y tiene un profesor que lo odia porque sabe que es el hijo del senador, por eso siempre se sienta en la fila más lejana y evita ser visto, cree que a veces es mejor evadir el problema antes de poder enfrentarlo. Aunque no estoy muy segura a qué se refiere con eso último.
Algo desvía mi atención de Alex, el hombre de la pizzería sale del local con una caja como la que nos vendió hace rato. Cruza la calle y va directo a un vagabundo sentado en la esquina, no lo había notado, pero queda justo frente a nosotros. Siento pena por él, pero también me siento culpable por no notarlo antes.
—Perdón, no te escuché —confieso a Alex. Señalo al señor de la pizzería y cómo se acerca al vagabundo—. Mira, el dueño del local le regaló una pizza al señor. Qué hermoso detalle.
—Sí, me alegro —responde, me sonríe y mira la escena como yo. Aunque no tan conmovido como es mi caso.
Pero luego el dueño se aleja del vagabundo y camina hacia su local, antes de entrar mira hacia el auto de Alex y luego levanta su dedo pulgar. ¿Como si fuera una confirmación?
— ¿Tú fuiste? —pregunto a Alex, sorprendida.
Claro, cuando salió del auto y entró al local, pero nunca mencionó nada y yo ni siquiera me había dado cuenta del vagabundo y él sí. Alex lo notó desde antes y quiso hacer algo. No me responde con palabras, sólo se encoge de hombros como si no fuera nada importante. Sin embargo, para mí lo es y creo que tiene más peso que todo lo que me ha dicho esta noche.
No le dio importancia a su gesto y no quiero incomodarlo dándosela yo, así que retomamos la conversación, pero ya no hablamos sobre nosotros. Sólo temas que son comunes y nuestra opinión sobre ellos, pero no me siento aburrida ni fuera de lugar. Los minutos siguen pasando, la pizzería cierra y los locales contiguos también lo hacen, no tengo idea de la hora, pero es Alex quien decide que es tiempo de irme a dejar a casa.
Conduce lento por las calles, ya no hay tráfico ni otros autos, escucha con atención mis instrucciones y me asegura que jamás va a olvidar mi dirección. También me da con total confianza su teléfono para que anote mi número y yo anoto el suyo en el mío. Hace alguna broma de vez en cuando, pero la mayoría del tiempo sé que habla en serio sobre cualquier cosa. Intento descifrarlo lo mejor que puedo: una infancia dura quizá, pero a la vez con todo lo que deseó, inteligente y seguro de sí, muy serio con sus acciones y sus palabras, cuidadoso de decir las palabras exactas y no algo que podría afectar a los demás, persistente y acostumbrado a obtener lo que quiere, soñador y romántico.
Si esta no fue una cita, ya deseo que llegue la buena.
Alex insiste en subir mi edificio y dejarme hasta la puerta de mi departamento, el gesto me parece totalmente caballeroso, pero también creo que sólo quiere saber cuál es mi puerta para ir cualquier otra ocasión. Si tengo que admitirlo, también me emociona. Las luces del departamento, como April dijo, están encendidas, así que le digo a Alex que seguro me ha estado esperando. Él no insiste en entrar y cuando me deja en la puerta del lugar, no hace ningún movimiento para besarme, ni siquiera se acerca a mí a una distancia más íntima.
—Me la pasé muy bien esta noche —dice, y sonríe mientras habla.
—Yo también, gracias por todo.
—Gracias a ti por confiar en mí. Descansa, Alissa. Nos veremos pronto, lo prometo.
Se me escapa una risa corta, pero también es nerviosa, porque su seguridad puede incluso ser intimidante en algunas ocasiones. Levanta la mano y dice adiós suavemente, sin dejar de sonreír se va retirando de mi puerta y yo hago el mismo gesto de la mano que él; sólo cuando ya no es visible en el pasillo, cierro la puerta y caigo contra ella.
Es un momento de una felicidad inexplicable, me contengo, pero se sigue sintiendo. Creo que la noche fue demasiado corta para ambos, pero no me puedo creer que haya sido tan normal, como si toda la vida nos hubiera llevado a este momento exacto. Decido que es hora de serenarse, apago las luces y voy a la habitación sin hacer mucho ruido.
— ¿Issa, eres tú? —pregunta April, medio dormida.
—Sí, ya llegué.
Abre uno de sus ojos para verme, alcanzó a ver sus movimientos por la luz de noche que dejó encendida.
—Bien, estás completa. Bien —no sé qué más murmura, sólo veo cómo levanta el brazo para apagar la luz a su lado y se da la vuelta para seguir durmiendo.
Tomo mi ropa de dormir y salgo al baño a prepararme, hago todo lo necesario de forma más lenta porque me concentro en dejar de pensar en exceso sobre esa noche. Aunque es imposible, aún siento la cálida sensación en mi estómago, los nervios y la felicidad. Sé que no debo ilusionarme muy rápido, sé que no lo conozco y que debo tener cuidado, pero es como una droga que se ha metido a mi sistema.