El galeón oscuro

2014 Words
Princesa Nyra Desperté ligeramente mareada. Debajo de mí habían charcos de agua, todo se movía y se agitaba a mi alrededor. Por el tipo de movimiento, sabía que se trataba de un barco. No había navegado suficiente con anterioridad para estar familiarizada, pero la escaza experiencia que había obtenido en ocasiones estando con mi padre me lo indicaba. Había un olor nauseabundo y solo una débil vela alumbraba el entorno. Estaba enjaulada y encadenada. La madera crujía, había goteras sobre mí empapando mi cabello y mi vestido. Me comencé a incorporar con el ajetreo y los recuerdos de lo que había sucedido antes, sin embargo, al hacerlo sentí algo suavecito debajo de mi mano. Abrí los ojos intentando ver mejor y ahí estaba Dewey, convertido en un lobo enorme. Al menos estaba junto a mí. Respiraba con mucha dificultad, estaba muy mal y era sorprendente su resistencia en ese estado moribundo. Lo removí un poco para observar su herida que para mi sorpresa ya había sido medianamente tratada, era claro que lo querían vivo. Corté la tela de mi vestido para envolver de forma más segura su herida, no obstante, el sonido de unos pasos me distrajeron completamente de mi labor. Alguien había entrado, pero no podía distinguir más que una difusa silueta. —Por fin despiertas, princesita de mierda—dijo una voz femenina dejando una risa siniestra. Contuve la respiración un momento intentando descifrar de quién se trataba. —Dormiste mucho tiempo— añadió acercándose a la vela, logrando que su rostro fuera visible. Era una mujer de piel bronceada y cabellera rojiza. —¿Qué es lo quieres?—pregunté con voz temblorosa. Me convencía de que solo era una absurda provocación y que en todo caso, ahora solo me importaba defender a Dewey en el peor de los casos. —Oh no, aquí no gruñimos. Entiendo que te hayan criado con bestias, pero eso déjaselo al lobo—dijo señalando a Dewey. ¿Gruñir? Definitivamente planeaba fungir como una alborotadora. ¿Harían eso con todos sus prisioneros? —Déjanos salir— dije ignorando sus palabras anteriores, más como una orden. Ella solo reía. Claramente no me tomaba en serio. —No. Solo vengo a dejarte tu comida— sonrió y se aproximó hacia mí. Sostenía el plato en sus manos con una emoción extraña evidenciándose en su rostro, luego supe a qué se debía cuando dejó caer el contenido del plato sobre mi cabeza. Era un asqueroso líquido que ni en mi peor pesadilla comería, pero ahora estaba empapada de él. —Aww, pobrecita princesa—acercó una de sus manos a mi rostro a través de las rejas de la jaula y acarició mis mejillas. Normalmente me habría apartado, pero había algo especialmente extraño en sus ojos que me obligaba a mantenerme quieta, hasta que su pulgar se desvió a mis labios e introdujo uno de sus dedos a mi boca. —Come, maldita perra. Por tu inmunda culpa estoy aquí. Tú y tu perro decidieron complicarlo todo—ordenó con un tono casi maquiavélico que no parecía venir de ella, pero definitivamente procedía de ahí. Aquello rompió cualquier efecto que anteriormente había causado en mí contra mi voluntad. De pronto no dudé en morder su dedo y ella se lamentó en un quejido alejando su mano de la reja inmediatamente, pero antes retirarla por completo alcancé a tirar de ella con suficiente fuerza que no creía tener, haciendo que su rostro se golpeara contra los tubos de la reja. —Yo no soy tu perra— respondí casi en un gruñido después de la impulsiva reacción que había tenido, pero claramente, no había sido suficiente para aturdirla pues ella no tardó en recomponerse del golpe. —Infel…— sus palabras se vieron interrumpidas por un estruendoso ajetreo en el barco. Algunas jaulas cayeron de sus superficies y la jaula en la que estábamos Dewey y yo se recorrió arrastrándose con rechinidos amenazando con rodar, pero aún así, en ningún momento solté la mano de nuestra aparente captora, quien a causa de ello, se arrastró por la madera húmeda golpeándose con todo lo que caía al suelo. Cuando el barco dejó de moverse, ella no paraba de maldecir tirando de su mano para liberarse. Su cabeza sangraba ligeramente de una pequeña herida que se había hecho. —¡Suéltame!—bramó enervada agitándose como un mono lo haría. Arriba se empezó a escuchar un escándalo. Eran golpes, pisadas muy fuertes, cañones y gritos. El repentino bullicio me alarmó, estaba sucediendo algo extraño y aquella mujer pelirroja estaba aparentemente intrigada, volteando hacia arriba. El duro agarre que mantenía sobre su mano se debilitó y escapó de las mías. "Mierda". Fue lo único que pude pensar cuando ella comenzó a deslizarse fuera para dejarnos ahí, ir a revisar y probablemente volver a torturarme personalmente como parecían ser sus intenciones iniciales. Unas fauces se adelantaron detrás de mí con una velocidad abrumadora, atrapando y estrujando la extremidad de la pelirroja. Chillé espantada al ver unos fuertes colmillos atravesando la piel de la joven, haciendo brotar un muy bien conocido líquido carmesí de las heridas. Sin embargo, no tardé en percatarme de que el responsable era mi aliado y alguien que desesperadamente intentaba protegerme. —¡Dewey, despertaste!— exclamé olvidando por un momento el grito tan desgarrador que provino de la joven ante la mordida de Dewey. Se retorcía de dolor de forma tan lastimera. Dewey movió su cola juguetón ante mi chillido de emoción. Por otro lado, observé cómo unas llaves escapaban del bolsillo derecho de la pelirroja mientras ella estaba muy ocupada intentando alejarse, gimiendo de dolor ante el desgarro de la piel. Dewey no la soltaba en absoluto, al contrario, comenzaba a traerla hacia él. Ese fue el momento perfecto para alcanzar las llaves y buscar una que encajara con la cerradura. —Mantenla así, Dewey, no tardaré mucho—pedí ansiosa por salir de ahí. Una de las llaves encajó perfectamente e hizo clic en el candado. Dewey dio un tirón al brazo de la mujer logrando que ella se retorciera y gritara de forma horrible antes de soltarla. Aparté la vista y simplemente aventé la puerta. Ella cayó al suelo inconsciente. Seguramente fue por obra del dolor y la pérdida de sangre, pero ya no importaba. Solo quería salir de aquí. Me apresuré a levantarme evitando tropezar con mi vestido. Estaba intentando pisar suavemente pues todo estaba oscuro y muchas cosas se habían desparramado en aquél lúgubre almacén del barco. Dewey se adelantó tanteando la madera inundada por el agua que recientemente había entrado por los estragos que se escucharon arriba. Lo seguí poniendo una mano en su pelaje para no perderlo en la oscuridad. Habían tantísimas cajas de madera de todos los tamaños tiradas que era difícil caminar. Dewey encontró unas escaleras por donde había bajado la mujer. Estando ahí nuestras emociones, los latidos de nuestros corazones y la creciente incertidumbre ante el silencio que abundaba en la parte superior del galeón nos hacían dudar si era el momento ideal para abrir la compuerta de madera que nos revelaría lo que sucedió arriba. ¿Y si eran aquellos hombres que atacaron nuestro castillo? ¿Y si era un reino amigo que atacó el barco y podrían salvarnos? ¿Y si eran piratas? ¿Por qué no revisaban todo el barco? ¿Nos estaban esperando? No lo entendía, pero tenía claro que quería salir de aquí cuanto antes. Me adelanté a Dewey, poniéndome delante para abrir la compuerta, no obstante, al intentar empujarla hacia arriba, era demasiado pesada. No había nada que atoraba la cerradura, pero posiblemente había algo arriba que pesaba bastante. Empujé con más fuerza, forcejee como pude pero no abría. Miré a Dewey detrás de mí a pesar de la penumbra, sabía lo que quería. —De acuerdo—dije. Dewey bufó suavemente en respuesta como si asintiera. No tardó en recomponerse, mostrándose amenazante pese a que no podía verlo por completo. Gruñía y su pelaje ahora estaba erizado. Posicionó sus patas para saltar y golpear la madera. Retrocedí para darle espacio y entonces saltó. Tan pronto como lo hizo, rompió parte de la compuerta de madera. Solo un golpe más era suficiente de su absurda fuerza. No me cansaba de admirar lo fuerte que era con heridas tan graves. El segundo golpe hizo lo suyo. La compuerta voló en pedazos y la luz del día alumbró la penumbra. Tuve que cerrar los ojos y acostumbrarme nuevamente a la luz. Dewey salió primero observando a los alrededores de la cubierta del galeón, gruñendo antes de que yo le siguiera, pero parecía haberse detenido en seco en el proceso. Me apresuré a subir las escaleras esperando que nadie le hubiese hecho nada y al salir por completo lo vi atónito observando detrás de mí. Habían cuerpos con visibles pruebas de haber sido asesinados. Eran los hombres que nos habían capturado. Habían sufrido muertes atroces. Por mucho que los había detestado, no estaba segura de si realmente merecían eso. Aparté la vista y vislumbré el resto del escenario. Todo aquí era un desastre y ahora podía ver que el barco estaba ladeado, se hundiría lentamente en un par de horas y no había ninguna isla próxima para refugiarnos. Observé cerca de mis pies, una sombra me cubría. Voltee hacia atrás, pero lo único que podía ver eran las altas cabinas del galeón. Dewey estaba a unos metros de mí y no apartaba la vista de aquello que lo dejó boquiabierto por encima de las cabinas. Me acerqué a él y estando en su posición voltee a ver. Ahora podía entenderlo. Era una muy mala broma. Inmenso, ridículamente inmenso, como en aquellas historias que la señora Potty solía contarme cuando era muy pequeña, eran tan aterradoras. Te dejaban sin aliento y a menudo se volvía difícil conciliar el sueño o ver el océano con los mismos ojos sabiendo que aquello estaría allá afuera esperándote. Frente a nosotros se erguía un poderoso galeón como ninguno otro que podamos haber visto antes. Ni los galeones de nuestro reino eran tan gigantescos como el que teníamos delante. Era oscuro, revestido de un color n***o brillante como la obsidiana. Tenía algunos detalles grabados finamente y un montón de piedras preciosas que jamás había visto antes incrustadas. Era hermoso, pero también resultaba monstruoso. —Son los oscuros…— murmuré como si hubiese exteriorizado mis pensamientos. Nuestra vista no se apartó ni un segundo de aquél navío y a causa de ello ni Dewey ni yo pudimos prever el impacto de una lanza que se clavó en las tarimas de madera a solo unos centímetros de mis pies. La punta de la lanza no era de un metal común como la armería de muchos reinos. Era una piedra brillante y azulada, simétricamente afilada. Retrocedimos instantáneamente. Dewey me empujó detrás de él y caí mientras él intentaba protegerme. —Pero, ¿qué tengo aquí? ¿Un hombre lobo?— dijo una voz desconocida. Aún no lograba divisar al dueño de dicha voz. Me asomé a un costado de Dewey y observé algo desconcertante. Era un hombre. Era joven, pero el problema con él era su tamaño en todas dimensiones. Yo creía que mi padre, Dewey y muchos varones del reino en general eran enormes, pero aquél sujeto era todavía peor, no parecía algo humanamente posible, parecía una fantasía. Sabía que Dewey estaría pensando lo mismo, aunque Dewey es muy grande también, quizás podría hacerle competencia. Aquel joven tenía ojos celestes y una cabellera azabache recortada y bien peinada, aunque su piel era más oscura que la mía y en su rostro había una alarmante cicatriz desde su frente, cruzando por uno de sus ojos y sus labios hasta la barbilla. Su vestimenta era bastante curiosa, parecía un traje adherido a su cuerpo de color n***o, lucía como la piel de alguna serpiente o algo similar. Dewey no dejaba de gruñirle al extraño frente a nosotros y este no apartaba sus ojos de Dewey con una sonrisa socarrona, hasta que desvió su vista hacia mí.
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