—Eres tú—dijo Dominic sin despegar los ojos de Nyra.
Pude ver como la tensión y las frustraciones abandonaron a Dominic en ese instante cuando sus hombros se relajaron.
Me quedé pensativo por un momento reflexionando el sentido de esas dos simples palabras.
Dio un par de pasos hacia ella y eso obviamente la alarmó, era normal, él era enorme para ella. Ella retrocedió nerviosa. Quería ayudarla, sabía lo que era estar en el foco de atención de ese gigante.
Nyra, aunque temerosa, lucía hipnotizada. ¿Qué carajos les había sucedido a esos dos? ¿Por qué la tensión en el aire se estaba disparando de esa forma?
Olfatee el ambiente de la habitación que anteriormente olía a ella. Ahora el aroma de Dominic, dominaba sobre el suyo.
Abrí los ojos como platos al entender hacia dónde iba todo esto. Ella es...
—Tú eres el regalo que la Diosa de la Luna me prometió— afirmó sin una pizca de duda en su voz.
Su compañera. ¿Cómo podría ser ella la elegida como su compañera? Juraría estar soñando de no ser porque los gritos de Nyra me sacaron de mi ensoñación.
La pobre princesa tenía encima al Emperador olfateando exhaustivamente cada centímetro de Nyra. Era presa de sus brazos y ella intentaba huir. ¿En qué momento terminaron así?
—¡Aerodan, ayúdame!—chilló y Dominic gruñó posesivamente. ¿Qué podía hacer yo contra mi Emperador?
Cualquier cosa que hiciera se consideraría traición.
-Su Majestad, ella desconoce todo este mun...- intervine al ver el miedo en los ojos de Nyra. Aunque fuesen compañeros, la acción fue tan repentina e inesperada para ella. Dijo que recientemente se había enterado de la existencia de los licántropos, esto era demasiado para su cabeza. Sin embargo, bastó un furioso rugido de Dominic para silenciarme casi contra mi voluntad.
Aparté la vista y la escuché llamarme una y otra vez. Llamaba a su lobo con desesperación cuando Dominic la tenía sujetada de espaldas a él.
Removió el cabello de su cuello y observé cómo abría su boca mostrando sus poderosos y gruesos caninos rozando su piel para clavarse dolorosamente mientras ella gritaba y se quejaba.
—¡Detente, duele!— gimió intentando removerse, pero era imposible.
La impotencia me torturaba y también había algo más que me obligaba rescatarla. El problema era que un vínculo estaba siendo sellado.
Sus gritos cesaron, solo quedaron jadeos escapando de sus labios mientras lucía atontada y somnolienta.
Intenté acercarme, pero Dominic me dio un vistazo y eso bastó para correrme de la habitación dejándolos a solas.
Era una especie de comando que utilizaba en contra de la voluntad y era tan jodido que solo podía ver como mi cuerpo se movía por sí solo lejos de ahí mientras yo luchaba por liberarme de la orden.
Princesa Nyra
Mis párpados se abrieron con pesadez poco a poco.
Estaba acostada. Tenues rayos de luz entraban por unos amplios ventanales que no había visto antes.
Unas elegantes cortinas color carmesí adornaban sus costados y caían arrastrándose hasta el suelo. Los detalles de la habitación parecían hechos con oro fundido y moldeado con una variación de piedras preciosas.
Me removí un poco y me costó bastante, parecía que había algo que se aferraba a mí.
Las cobijas y sábanas que me rodeaban eran enormes y no me permitían ver con claridad.
Suavemente empecé a incorporarme para ver con claridad el lugar, pero antes de hacerlo por completo, vi un brazo enorme aferrado a mi cintura por encima de las cobijas.
Lo vi por completo y los recuerdos me azotaron con rapidez. Era el hombre que había llegado a la habitación en la que estaba y me había mordido. No pude evitar gritar. Pasé mi mano por mi cuello y sentí un ligero ardor, dolía mucho menos de lo que esperaba.
Él estaba dormido, pero gracias a mi imprudencia despertó y, sus ojos azules tan atrapantes y hermosos como el océano, se alinearon con los míos. Lucía muy preocupado y por alguna razón sentí arrepentimiento como si se tratase de una emoción mía.
—Espera— pidió con un tono tranquilo, no obstante, hice caso omiso.
Definitivamente no era una emoción mía, yo solo estaba en un constante estado de pánico mientras escapaba de la cama que, por cierto, estaba perfectamente dimensionada a sus medidas porque era enorme y no hallaba los bordes para bajarme y empezar a correr.
Él se levantó como un resorte. Vestía una especie de túnica negra con bordes dorados que apenas podía esconder su musculatura.
Yo por fin encontré el borde de la cama, pero mis piernas fallaron tan pronto como pisé la suave alfombra dorada que adornaba el suelo y caí sombre mis rodillas. Me sentí tan cansada y debilitada por unos segundos.
Él se apresuró, se puso en cuclillas y me tendió su mano de una manera bastante gentil. Me sentí tan extrañada y viendo lo que sucedía con mis piernas, pensé lo peor. Voltee a ver mi vestimenta, pero ya no era la misma, ahora tenía puesto un ligero vestido de seda blanco, era muy suave y hermoso, aunque también era tan grande que se deslizaba descubriendo la piel de mis hombros.
Dudé completamente de él así que me levanté apoyándome en el enorme colchón. El cerró la palma de su mano en un puño.
La marca en mi cuello ardió de repente así que la cubrí con una de mis manos, pero él tomó mi muñeca y me acercó a él. Movió mi cabello con suma delicadeza y antes de que pudiera oponerme, lamió la marca que me había hecho.
Al principio quise empujarlo y golpearlo, pero a medida que lamía cada vez más, había un extraño placer que hacía un extraño recorrido desde mi cuello hasta mi espalda baja. Era relajante y solo me incentivaba a restregarme en sus brazos.
Ya no había nada que ardiera, se sentía extremadamente bien y por algunos minutos olvidé que estaba en manos de alguien sumamente peligroso.
Fue como si mi conciencia hubiese escapado de mi cuerpo. De pronto no solo estaba lamiendo aquella marca, sino que ahora sus manos se paseaban inquietas por mi torso, delineando suavemente mi silueta.
Las muestras de afecto no paraban de aumentar progresivamente como si ambos nos necesitáramos con un incesante fervor.
Había olvidado todo lo que me había conducido hasta este momento, nada me importaba más que perderme en él. Ni me había percatado de que ahora estaba recostada en su cama con él encima de mí.
Una vez que dejó de lamer la marca, dirigió sus labios a los míos. No protesté en absoluto, lo estaba deseando.
Sus caricias terminaron desbaratando el lindo y blanquecino vestido que tenía puesto. No tenía idea cómo había hecho para destrozar la tela con tanta facilidad.
Su piel contra la mía chisporroteaba. Podía sentir pequeños toquecitos de electricidad cuando me acariciaba.
Rodee su cuello con mis brazos evitando que se alejara de mí. Él dejó salir una suave, pero ronca risilla de sus labios y sus manos aprovecharon para apretar mi busto.
Separó sus labios de los míos solo para besar y olfatear mi cuello hasta ir descendiendo.
De pronto, me giro para quedar de espaldas a él. Volvió a lamer su marca y a mordisquearla, no había dolor alguno.
Sus manos regresaron a mi busto y mientras jugueteaba, sentí la dureza de algo rozando mi trasero.
En este punto era imposible callar los jadeos que escapaban de mis labios y mientras la atmósfera del lugar se calentaba un poco más, el sonido de la puerta rompió la burbuja a la que ambos habíamos sido inducidos.
Bueno, eso podía decir de mí, porque él no pareció darle importancia a quien llamaba en la puerta, pero por mi parte, mi conciencia regresó.
Me removí debajo de él y él se percató de que yo ya no compartía la misma calentura.
Se levantó extrañado liberándome. Se veía muy confundido y desilusionado. Mientras lo observaba, sentí que aquella atmósfera quería envolverme una vez más. Me lancé a sus brazos juntando mis labios con los suyos y él me abrazó correspondiendo el beso, pero de nuevo el ruido de la puerta clamaba por atención y escapé de mi trance por segunda ocasión alejándome definitivamente de él.
Su semblante ahora cambió por completo. Se veía muy molesto, pero no me estaba mirando a mí, estaba observando en dirección a la puerta.
Podía ver perfectamente lo tensa que estaba su mandíbula y sus grandes caninos haciendo acto de presencia cuando separó sus labios a punto de decir algo a quien empezó a hablarle fuera de la habitación. Era la voz de una mujer sumamente enojada.
Cubrí mi pecho y las partes rotas del vestido inútilmente. Lo único que pude ver fue un largo y afelpado abrigo con insignias y piedras preciosas grabadas en él arrumbado en un sillón de la habitación. Nada lucía mejor que eso para cubrirme.
Me apresuré a tomarlo y envolverme en él, mientras su mirada expectante me siguió. Los músculos de su cuerpo lucían muy tensos, pero su rostro se suavizó en cuanto me puso los ojos encima. Al menos podía decir que no estaba molesto conmigo, pero eso no me importaba ahora, tenía que huir de sus garras y de cualquiera que fuera el efecto que tenía en mí.
—Lo siento, no pensé que volvería a perder el control de la misma forma—dijo llamando mi atención. Su mirada guardaba una mezcla de arrepentimiento, desilusión y la confusión que había visto antes. —Tú también puedes sentirlo, ¿no es así?
Quería responder algo. Lo normal habría sido reprocharle por lo que acababa de hacer, sin embargo, mi cabeza estaba inundada de un desvergonzado deseo por permanecer a su lado disfrutando sus suaves caricias.
La mujer que clamaba por atención afuera, empezaba a golpear la puerta con más fiereza. Comenzaba a creer que podría caer en cualquier momento. Me sentía asustada, ¿qué demonios había pasado? ¿Por qué me sentía mal respecto al hecho de irme y dejarlo aquí?
Escuché como chasqueó la lengua y maldijo por lo bajo mientras se acercaba a la puerta con zancadas para abrirla de un tirón. Me quedé inmóvil en mi lugar aferrándome al abrigo que se arrastraba por el suelo, pero que afortunadamente me cubría por completo.
—¡¿Por qué te demoras tanto en abrirme, Dominic?!— gritó una mujer muy parecida a él. Excepto que sus ojos tenían un color muy parecido al de la sangre. Podía verla desde mi posición en el otro extremo del cuarto. Era altísima y lucía un magnífico vestido carmesí.
—¿Qué haces aquí?— cuestionó él mostrándole sus colmillos de forma amenazante. —Tu lugar ya no es aquí, regresa a tu Palacio—ordenó de forma severa.
—Vengo a ver a mi hijo y me encuentro con tan repugnante trato para tu prometida—. ¿Prometida? ¿Me acabo de enrollar con un hombre comprometido? Claro que eso no era lo más importante, pero no acababa de estamparme con sorpresas.
Entre mis pensamientos no me percaté de que aquella mujer me estaba fulminando con la mirada desde la puerta de la habitación, como si acumulase un odio extremo hacia mí.
Decir que me sentía atemorizada se quedaba muy corto para describir el cómo me estaba sintiendo. ¿Me harían algo? No tenía idea de con quién me había metido, pero a juzgar por el tono autoritario que ocupaba con Aerodan y con aquella mujer, me esperaba algo realmente malo.