El encuentro

1933 Words
—Por nada— respondí con simpleza volteándome hacia la joven que me guiaba hacia mi habitación. Él nos seguía sin decir más. ¿Por qué lo haría? ¿Acaso no era un estratega? ¿Entonces por qué estaría aquí? —Estoy pensando las razones por las que alguien como tú estaría aquí. No cometiste un crimen grave. Ya estarías en el subsuelo de ser así, pero aquí estás gozando un tratamiento preferencial como prisionera— dijo interrumpiendo mis propios cuestionamientos. Me veía con mucha cautela y curiosidad. Lo vi de vuelta con el mismo sentimiento. —No importa, de todos modos solo basta con que te liberen y tus encantos actuarán por si mismos hechizando a cualquier hombre aquí—soltó una risilla por lo bajo. —Solo deja que nuestros chicos te vean—dijo, para finalmente darse la vuelta e irse antes de que pudiese decir algo más. ¿Por qué tanto él como Aerodan sugerían lo mismo? Ni siquiera conocía los estándares de belleza de este lugar. No había visto más mujeres aquí más que en el galeón, los habitantes del imperio que pude ver desde la ventanilla del carruaje y a la joven que me guió hacia mi habitación. Si bien algo tenían en común, era el tono de piel en una escala de dorado al bronce, eran pieles oscuras que lucían perfectas. Antes de cerrar la puerta de la habitación en la que me acomodaron, dispusieron agua, cambios de ropa, comida y demás comodidades. Incluso la cama era tan blandita como la del galeón. Me preguntaba si Dewey estaría tan cómodo como yo ahora. Aerodan, Consejero del Emperador Pensaba y pensaba en cómo decirlo, tal vez sería mejor ocultarlo, de cualquier forma no era tan relevante, pero aún así debía decírselo al Emperador, cualquier cosa anómala debía reportarla con el resto de los altos mandos del imperio. Dejé a la princesa prisionera en una habitación encerrada, separada de su mascota. Me aseguré que fuese un espacio decente, después de todo no había nada malo en ella, exceptuando su extraña aura, su aroma y su curiosa procedencia. Había algo importante en ella que debía averiguar y para ello debía conseguir la autorización del Emperador para mantenerla aquí temporalmente, pero no era algo tan sencillo. Lo sabía perfectamente bien. Los prisioneros que albergábamos aquí, provenían de estas mismas tierras, no de la superficie. ¿Cómo se suponía que le diría que introduje a unos extraños en una de nuestras naves, los pasee por el imperio y ahora están encerrados en las mejores celdas del castillo? Bueno, eso podía decirlo de la princesa, porque su mascota estaba en las celdas del subsuelo y ella estaba en algo más parecido a un cuarto. No podía decirle que lo hice por una corazonada. —Consejero Drakor, le quedan cinco minutos para reunirse con el Emperador en la sede principal—me recordó uno de los camaradas de mi tripulación. Salí bruscamente de mis pensamientos y me apresuré hacia la sede sin dejar de maldecir con cada paso que daba hasta estar finalmente frente a las grandiosas puertas de mármol cincelado. Los guardias anunciaron mi presencia y casi inmediatamente las puertas se abrieron revelando su imponente e inigualable presencia. Estaba sentado en su trono como una maldita escultura viviente. Su mata de cabellos blanquecinos desordenada, su semblante pesado y esa mirada azul eléctrica cargada de furia me indicaban que alguien lo había hecho enojar bastante. Definitivamente era el peor momento para contarle lo sucedido en la expedición. Pasé saliva en un trago con indudable nerviosismo que no quería denotar. El Emperador Dominic Nereus era la viva imagen de su padre rejuvenecida. La sangre real de toda la línea de emperadores que habían dirigido con sabiduría a sus imperios eran auténticos líderes de batalla. Poseían una característica piel bronce, pero su mayor distintivo físico eran las hebras blancas de su cabello acompañadas de ojos glaciales y comúnmente azules semejando las tonalidades del océano o un arrecife. Además, la fuerza, destreza y sobre todo el tamaño de los miembros con sangre imperial podía resultar sumamente destructiva. Yo no era alguien débil ni mucho menos, pero tenía un funcional instinto de supervivencia y sabía perfectamente que él podría hacerme pedazos si así lo deseara. Masajeaba su frente con frustración mientras me observaba caminar hasta estar en la posición indicada. La cámara principal del palacio era aquella donde el trono se depositaba y donde los consejeros imperiales, secretarios y demás puestos importantes del palacio discutían diversos temas frente al Emperador. Todos los presenten quienes habían sido requeridos ya estaban en sus posiciones y lamentablemente yo era el único que faltaba. Demonios, ya había comenzado muy mal. —Consejero Drakor, la impuntualidad no es algo que lo distinga y tampoco es digno de su puesto—regañó uno de los ancianos de los altos mandos a lado mío. —No sucederá de nuevo, Secretario General— respondí sabiéndolo perfectamente. No tuve más opción que mostrar una falsa sonrisa de arrepentimiento. El Emperador se levantó de su enorme trono de roca oscura brillante y se dirigió directamente hacia mí con pasos pesados con aura imponente, haciendo temblar ligeramente el suelo. La expresión en su rostro era distinta a cuando recién entraba, antes estaba fastidiado, pero ahora se veía, ¿intrigado? ¿Desde cuándo a él le intrigaba una expedición cotidiana? ¿Alguien le había dicho lo que hice? Pero eso no era posible, yo era el único junto con mi tripulación que sabían de esto. ¿Tan notoria había sido la presencia de esa diminuta princesa? Mierda, definitivamente estaba en problemas. Él nunca había hecho eso, ni siquiera se tomaba la molestia de levantarse de su trono en reuniones así. ¿Quizás podría ser por haber llegado tarde? Era cierto que se trataba de la primera vez que era impuntual frente a él, pero estaba casi seguro de que no le importaría lo suficiente como para acercarse y darme un sermón él mismo. ¿Qué podía ser aparte de eso? Tenía que ser por la princesa. Se detuvo delante de mí, me sacaba una cabeza más el muy desgraciado. No le bastaba con lo amenazante que era por sí mismo, tenía que venir a restregármelo. No es que fuéramos extraños, en realidad éramos muy buenos amigos con anterioridad, pero éramos bastante distintos. Él ahora mismo estaba en su posición como Emperador, y sobre todo, estaba ardiendo de ira sobre algo que yo desconocía y habían momentos en los que tenía un pésimo carácter a causa de ello. ¿Quién lo había molestado de este modo? No podía ser yo, ¿o sí? Probablemente había sido su irritante prometida que por desgracia sería la nueva Luna y Emperatriz de nuestro imperio. La ceremonia para oficializar su unión más allá de ser prometidos estaba siendo postergada por el mismísimo Emperador. La detestaba, pero lamentablemente ella era la Princesa de un reino con una poderosa artillería de magia, principalmente. Nadie obligaba al Emperador a casarse, pero era bien sabido que un imperio requería una Luna, aunque fuese elegida y no destinada, como se suponía que debía ser. Algunas veces, encontrar a la pareja destinada era demasiado complicado sin importar la clase social o la r**a a la que el individuo perteneciera. Solo la Diosa de la Luna sabía cómo acomodaba las cosas. Comenzó a olfatear cerca de mí y me congelé. Sus malditos sentidos eran todavía más agudos que los míos. —¿Qué es ese olor?— me interrogó con una voz severa y arisca. Los presentes en la sala se congelaron en sus lugares al igual que yo como si ellos estuviesen siendo interrogados. —Mejor dicho, ¿de quién?— sus profundos ojos azules se clavaron como dagas en los míos. —Ah…, vera Su Majestad—tartamudee ligeramente. —Sucedió algo improvisto en la expedición— sonreí con nerviosismo. Él me estaba viendo muy impaciente de mi respuesta así que la tensión me obligó a soltarlo, no podía sostenerlo más. —Traje a dos rehenes de la superficie, pero tengo una buena razón para haberlo hecho—mentí, no tenía ni una maldita razón para haberlos traído, al menos no ninguna que le importase a él. —Es solo un licántropo y una simple humana, no se preocupe, yo lidiaré con ambos, asumo mis responsabilidades—aseguré. —Llévame con la humana—ordenó con una voz que taladró en mis oídos hasta golpear mi cerebro. Mierda… —Su Majestad, es solo una humana, no merece estar en su presencia— intenté disuadirlo, pero no estaba funcionando. Comenzó a caminar por sí solo a la salida de la cámara principal dejando a todos plenamente confundidos. —¡Guíame!—vociferó. El maldito me estaba poniendo los nervios de punta. No tuve más remedio que caminar y guiarlo hacia el pasillo de habitaciones donde había mandado a la princesa. Estando en la entrada, las criadas y guardias estaban aún más nerviosos que yo, y claro estaba. El Emperador no tenía ni la más mínima necesidad de pasearse por ahí, seguramente pensarían que habían hecho algo muy malo. —Es aquí…—señalé la puerta. Quería golpear mi cabeza contra la pared. Le dije perfectamente a Nyra que no se acercara al Emperador, pero yo mismo se lo había traído a su puerta. Él no se demoró ni un segundo más en abrir por sí mismo la cerradura de la puerta luego de haberme arrebatado las llaves de las manos. Se veía increíblemente ansioso por verla y yo no entendía esa imperiosa necesidad. —Espere, Su Majestad. Quizás la princesa se esté cambian…—me detuve en seco ante mi estúpido error. Él volteó a verme con una filosa y penetrante mirada, como si me advirtiera que algo me iba a suceder. —Es decir… —¿Princesa? Dijiste que era una simple humana de la superficie— interrogó de nueva cuenta. Observé los movimientos de su nariz, estaba olfateando y se había detenido de abrir la puerta. Reí con nerviosismo. —Viene de un reino muy simple y pequeño— defendí. —¿Aerodan?— escuché mi nombre de una dulce y suave voz del otro lado de la puerta. Maldición, ya escuchó el alboroto. Dominic me volteó a ver aún más amenazante sin hacer ni un ruido. —¿Por qué no entras?— volvió a hablar ella. Quería entrar y aventarle un cojín en la cara para que se callara por un momento. —Ah…Nyra, solo aguarda, ¿quieres?—. No escuché respuesta alguna de su parte. Parecía haber entendido. Dominic ya ni siquiera volteaba a verme, pero podía saber que estaba impaciente por verla. Eso era ridículamente extraño. Sabía que olía diferente y que había algo distinto en ella, pero no creí que él también lo notaría de la misma forma que yo. Finalmente abrió la puerta de par en par revelando a Nyra de pie frente a la puerta un tanto alejada con una mirada curiosa que cambió repentinamente a una llena de sorpresa al ver a Dominic. En sus manos sostenía un tazón pequeño vacío. Apenas terminó de comer. Aún tenía el vestido de tonalidad olivo puesto y su cabello estaba ligeramente desordenado. Seguramente había descansado un momento. Pude ver que Dominic se quedó pasmado haciendo un contacto visual profundo con ella. No podía verlo bien, pero sabía que estaba abstraído contemplándola. Reconocía perfectamente su belleza, era una especie de belleza única, pero él creció rodeado de mujeres hermosas, ¿de dónde yacía la sorpresa? Ella tampoco podía separar sus ojos de él.
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