—No. Con firmeza lo digo luego de poder tener la voluntad para hacerlo. Su mano no se mueve y yo no dejo de sostener su muñeca con fuerza al punto de enterrar mis uñas. Estoy segura de que siente lo afilado de ellas a través de la tela de su traje y, aunque no le cause un dolor insoportable, algo está sintiendo. Sus besos en mi cuello se detienen, se aleja y fija su dilatada mirada en la mía. Trago grueso al ver en ellos el peligro. Mi piel se eriza, pero no debido a lo que estoy sintiendo, sino al instinto de supervivencia que ha despertado de repente. Hace un segundo, estabas gimiendo con desespero ante sus intensos besos y sus dedos tocando mi centro con descaro. Ahora tengo miedo. La mirada de Pavel es oscura, sus facciones se endurecen, su rostro se ensombrece. Su mandíbula est