La Boda

2703 Words
—Si dejas de moverte, podré terminar más rápido, mamá… Me quejo tratando de ajustar el tocado en su armado moño. Me ha pedido que sea yo quien la peine, ya que no quiso dejarse tocar por la estilista que su prometido contrató para este día. «El tan esperado día» Una semana ha transcurrido. Una semana durmiendo en una casa que no conozco, viendo cómo nuestra habitación fue llenada de cientos de presentes. Hombres de traje que entraban y salían dejándole obsequios a mi mamá. Así como mujeres haciéndole pruebas de maquillaje, vestido; también pedicura y manicura. «Una locura total» Por alguna razón, a mi madre no le cayó para nada bien la estilista, tanto así, que la echó de la habitación. Ahora, aquí me encuentro yo, terminándole de hacer el armado moño frente al espejo, en una gran habitación que no es la mía, en una mansión que desconozco, faltando minutos para que ella salga al patio trasero a contraer nupcias con él, Pavel Romanov. «De solo pensar en su nombre, mi cuerpo se desestabiliza» Una semana entera desde aquel día en el restaurante, ignorando su intimidante presencia. Tres veces me lo he topado. Tres veces he pasado por su lado dando un educado saludo nada más. ¿Por qué? Ni yo sabría cómo explicarlo. De alguna manera siento una oscura y peligrosa conexión con él, lo cual está mal, muy mal. Él será el esposo de mi madre en unos minutos, quedando yo, como la “hijastra” en la ecuación. «Estoy mal» Ese hombre me pone los nervios de punta, me hace sentir pequeña. Cuando fija sus intensos ojos azules en mí, me siento sin aire, olvido que decir, como actuar. No debería de sentirme así con él, pero me sucede, y eso me hace sentir tan mal, como confundida. —Cariño, no deseo apresurarte, pero… —Debiste de dejar que la experta te peinara entonces, madre. Bufa estresada. —Tú lo hace más bonito, cariño. ¡Mira lo que has logrado! —Solo es un moño de bailarina y un tocado —digo, peinando su fleco frente al espejo—. Mucho fijador y ganchos de cabello. Tú, con tu belleza, es quien lo hace ver elegante, mamá. Ella me sonríe, toma mi mano y la besa. En esta última semana, ha estado demasiado dulce conmigo. Afectuosa y cariñosa. Supongo que son los nervios, no lo sé. O tal vez, porque añora a la abuela, o quizás, porque a partir de hoy, nos vamos a separar. Ella se vendrá a vivir aquí como esposa de ese hombre, yo me quedaré en casa viviendo ahora sola. «Aunque, últimamente, ya lo estaba» No es algo que hemos hablado de manera formal, pero es lo lógico. Yo no soy nada de ese hombre, nada nos une. Además, soy mayor de edad y puedo vivir sola. Ella merece ser feliz y vivir su romance. Con que yo esté aquí con ella, siendo la única de nuestra familia apoyándola, es más que suficiente. La abuela murió, mi abuelo hace muchos años también. Ella fue hija única como yo, así que, no hay nadie más de parte de los King, salvo mi presencia. —Tú luces hermosa —me dice estando de pie, admirando el peinado que le hice frente al espejo—. Te dije que el vestido verde esmeralda te quedaría precioso. —Me hubiera encantado usar uno de mi closet. —¡Malika! Pavel ha tenido un gesto contigo para empatizar y bajar la tensión un poco. Compró este hermoso vestido de novia traído desde París. Compró el que estás usando, solo fue un gesto, no seas grosera. Me obligo a sonreír. No creo que comprarle un vestido a la hija de tu futura esposa sea un gesto adecuado. Un gesto es una sonrisa, unos buenos días, o tal vez un abrazo de consolación en algún momento triste o feliz, pero no un vestido sumamente costoso, único en su diseño y, además, con un escote bastante pronunciado en la espalda. Eso no es un gesto, es un atrevimiento. Pero, ¿qué puedo hacer? Ella me ha pedido que lo usara, y aquí estoy. Usando un vestido verde esmeralda, luciendo como una más de ellos cuando no lo soy. El vestido no es vulgar, al contrario, es sumamente elegante, sutil y delicado. Es solo que, viniendo de él, es lo que me tiene nerviosa. Además, soñar con su intensa mirada viéndome, no me ayuda en nada tampoco. —¿Lista para entregarme a mi futuro esposo, Bebé? —Lista. Me ofrece su brazo y yo lo tomo. Ambas salinos de la habitación directo hacia el patio donde será la ceremonia. Seré yo quien la entregue a él, y realmente espero con todo mi corazón que sepa cuidarla. A pesar de nuestra distancia, le entregaré a Pavel Romanov, lo único que tengo y me queda. La música de fondo, anuncia la entrada. Avanzo junto a ella, manteniendo una sonrisa radiante, pese a que me siento sumamente nerviosa por las miradas de todos los presentes. Personas que no conozco, que jamás en mi vida había visto. Yo no soy la novia y estoy que me quedo sin aire, no me imagino a mi madre. La veo, se ve preciosa. Muchas veces creen que somos hermanas, ya que ella, al tener sus treinta y cinco, no la consideran una madre. Añadiendo que el cuerpo que tiene y los hermosos ojos que ha heredado de mi abuelo, le dan ese plus para hacerla lucir como modelo de revista. Mi corazón se exalta al verla con sus ojos cristalizados fijos en su objetivo. Él, el hombre de traje n***o, con una rosa blanca que decora su saco, de pie, con sus manos detrás de su espalda, mirando a mi mamá como si fuese lo que es; un tesoro. Trago grueso al hacer contacto visual con su intensa mirada. Una leve, pero muy leve sonrisa se forma en sus labios causando que mi corazón de un vuelco. No sé si es de burla debido a que estoy usando el vestido que yo mismo le fui a entregar molesta, alegando de que no podría usarlo, o al hecho de que ahora será el hombre más feliz del mundo al recibir el tesoro que le estoy entregando. Desvío mi mirada, me enfoco en un punto ciego sin dejar de sonreír. Debo de asumir que estoy feliz y a gusto, cuando en realidad, estoy nerviosa y con ganas de irme a mi casa cuanto antes. Lo único que se dé Pavel, es que es un millonario dueño de una gran cadena de hoteles a nivel mundial. Romanov Hotels & Resorts es todo lo que me dijo ella cuando le pregunté sobre él y lo que hacía. Es poderoso, millonario e importante, por ese motivo, hay guardias de seguridad por todos lados y lo entiendo, pero igual me ponen nerviosa. Además, dentro de todos los invitados, la mayoría son hombres, lo que aumenta mi ansiedad. Una cosa es que miles de personas, por amor a la danza y el arte, me vean bailar, a estar siendo observada por personas que con tan solo una llamada, podrían volver mi vida, un paraíso, o el mismísimo infierno. —Le estoy entregando todo lo que tengo, señor Romanov. Cuídelo. Es lo único que le digo mostrándome amable al llegar frente a él. No dice nada, se limita a asentir y sostener la mano de mi madre. Me dispongo a tomar asiento en el lugar que me corresponde, justo al lado de su hermano menor, Sasha Romanov. Así me lo presentaron en la cena de ensayo del otro día. Y al lado de él, su padre junto a su actual esposa. Los demás, todos Romanov. Le sonrío y él hace lo mismo conmigo y nos disponemos a ser testigo de la unión de ambos con una gran sonrisa. […] Miro a las personas desde mi asiento celebrando. Unas parejas bailan el Jazz que suena de fondo, otras, simplemente, conversan de forma amena y tranquila. La veo a ella, bailando en medio de la pista con él, y no puedo evitar dejar salir una lágrima de felicidad. Todo está hermoso, no negaré que su ahora esposo, cumplió cada una de las peticiones de ella al pie de la letra. Sencillo, pero elegante, fue lo que pidió y él se lo otorgó sin rechistar. A pesar de todo, estoy sumamente feliz por ella. La sonrisa en su cara lo dice todo. Ella está enamorada. —¿Deseas bailar? —me pregunta mostrándome una gran sonrisa—. Al parecer, somos los únicos sin pareja aquí. Me comentaron que eres una excelente bailarina, por no decir, la mejor de tu generación. —Mi mamá siempre dice eso —me levanto de mi asiento y acepto su mano—. Pero si lo soy, señor… —Dime Sasha, por favor. Conmigo no necesitas llamarme por “señor”, Malika. Eso déjalo para mi hermano. Niego sin decir algo. Llego a la pista de baile y coloco mi mano sobre su hombro mientras sostengo la otra. Él coloca su mano en mi espalda baja, pero no me siento incómoda, ya que su hermosa sonrisa pícara me hace sentir tranquila. Desde que lo conocí, se ha mostrado bastante relajado y eso es raro, para ser hermano de Pavel, es sumamente raro. —Bueno, Sasha —digo y el asiente—. ¿Qué se siente ser el único que parece amigable en esta fiesta? Una carcajada espontánea deja salir contagiándome a mí también. —Malika, lo que sucede, es que yo soy el único que es amigable en verdad —dice con una seguridad, que no sé si está jugando conmigo o hablando en serio—. Mejor responde tu una cosa, ¿qué se siente ser la más hermosa de todas las invitadas? Abro mis ojos ante su atrevimiento, pero sin sentirme ofendida. —Supongo que nací bendecida con el don de la belleza —digo y el vuelve a reírse como lo ha hecho al principio—. Solo estoy bromeando, hay mujeres más hermosas aquí, pero gracias por el halago, Sasha. Mejor bailemos. Asiente y deja a un lado su coqueta actitud. Bailamos la pieza entre chistes y comentarios curiosos sobre la fiesta. Por ejemplo, me he enterado de que hay hombres importantes aquí en el ámbito legal, policial y político, algo que no creí, fuese capaz. Al parecer, Pavel Romanov, conoce gente con poder en la ciudad. —Me he divertido, Sasha. Si me disculpas, iré al algún tocador de esta inmensa casa. —Puedo llevarte si quieres —alzo mi ceja ante su ofrecimiento—. Estoy bromeando, Malika. Niego mostrándole una sonrisa. —Nos vemos luego. Me alejo de Sasha, el hermano de Pavel; el único que realmente es amigable, ignorando su carisma y coqueteo. Realmente sí que es amigable. Me abro paso entre los invitados hasta alejarme de ellos. Llego a la puerta trasera de la mansión y entro al interior buscando un tocador. Veo a una de las mujeres del servicio y me acerco a preguntarle donde queda el más cercano para ir a él. No es que esté necesitada hacer alguna necesidad, es que deseo tener un momento de respiro, echarme agua en la nuca y respirar contando hasta diez, para salir nuevamente y disfrutar con mi mamá su día especial. Abro la puerta y entro yendo directamente hacia el lavado. Abro la llave y mojo mis manos pasándola por mi nuca. Me miro frente al espejo y dejo salir el aire lentamente. Me sostengo con fuerza del lavado y cuento hasta diez para así salir y mostrar mi mejor cara. Hay algo que no me gusta de todo esto, no sé si se deba a que todo se ha dado demasiado rápido y ya estoy al borde, o porque sé que estoy sintiendo sensaciones que no debería. No puedo controlar la tentación que estoy experimentando. Eso me hace sentir sumamente mal, pero mientras más me digo en la mente que no, más mi cuerpo reacciona ante él. Cierros mis ojos y me repito una y otra vez que debo de controlar mi cuerpo, mis temores y emociones. Sonrío como si estuviese en uno de mis recitales, me yergo y decido a salir de aquí para ir con ella. Camino hacia la puerta y la abro. Me detengo en seco al mirar esos ojos azules que me hacen tambalear desde que los conocí. —¿Sucede algo con mi madre? — pregunto ocultando el asombro y él niega. —¿No me recuerdas? —inquiere con ese acento y yo lo miro confundida. Él avanza dos pasos, causando que yo retroceda tres. Lo veo cerrar la puerta del baño y mi pulso se dispara en segundos—. No te asustes, Bebé. No te haré daño. —No estoy asustada y el “Bebé” está de más. Ahora, te pido amablemente que me cedas un permiso para salir de aquí. —Entonces no me recuerdas… —dice con su característico acento ruso. Hay días donde logra ocultarlo, hay momentos como este, que no—. Permíteme recordarte quién soy, Malika. No me muevo, ni siquiera sé por qué no grito, o al menos intento detenerlo. Simplemente, me quedo estática, como si él de alguna manera tuviese poder sobre cada uno de mi cuerpo, y en este instante, me ha privado de mover algún músculo. —Veintinueve de Junio del dos mil veintidós —susurra cerca de mi ido, causando que toda mi piel se erice—. Tu cumpleaños número dieciocho. Trago grueso ante sus palabras. Levanto mi cabeza para verlo a los ojos debido a su altura. Lo detallo casi que sin pestañear, sintiendo como a poco el aire me falta. Los recuerdos de esa noche me invaden como si fuese una película rápida en mi cabeza. Yo, con Britt, y algunos compañeros más, bailando, tomando y celebrando mi mayoría de edad en uno de los mejores clubs de la ciudad en el área Vip. Gracias a las influencias de los padres de Britt, pudimos ingresar sin necesidad de hacer fila. Bailé tanto como tomé alcohol, que incluso yo… —No… —niego en un susurro que me deja en vilo—. No, no, no. —Sí. Afirma tajante. «No puede ser» Niego casi que en medio de un ataque de histeria. Intento alejarme, pero él es más rápido y me toma por la cintura con fuerza, causando que una ola de placer me golpee dejándome aturdida. —¿Me recuerdas ahora, bailarina? Niego, presa del temor, por lo que eso significa, pero también, ardiendo por dentro, por lo que eso ahora causará. —No —miento. —Entonces, permíteme recordártelo. Retrocedo, él avanza haciéndome chocar con el lavado. Ataca mi boca en un intenso beso que me desarma. No pienso, no razono. Me entrego a la tentación, al pecado; a lo prohibido, peligroso y a lo que no debe de ser. Ahora comprendo por qué mi cuerpo se siente así, porque mis emociones se alteraron cuando lo conocí aquel día. Porque lo conoce, mi cuerpo lo conoce de la manera más insana que existe. Cada latido acelerado, el calor en mi vientre, los escalofríos ante su cercanía, todo eso me sucede, porque ya se quién es. Pavel Romanov se llevó algo que guardé con tanto recelo desde mi adolescencia y entregué sin medir las consecuencias de mis actos en una noche de alcohol y desenfrenos. Y es que fue tanto el impacto que él ocasionó en mi poco estado de lucidez de aquella noche, que no pude negarme, sino que más bien, dejé que hiciese con mi inexperto y virgen cuerpo lo que quisiese. Otorgándole el derecho de besarme, de desnudarme, de tocar cada parte de mí al punto de hacerme gritar como loca. Le di el derecho hacerme suya, marcándome como si fuese mercancía con besos y mordeduras. Justo como ahora se lo estoy dando mientras me carga y me sube al lavado, sentándome sobre el frío mármol, mientras que sus anchas manos suben la tela de mi vestido. Este que él mismo escogió para mí.
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