En la segunda cita volvieron a su casa, consiguió que ella se corriera comiéndole el coño, que se volviera a correr cabalgándolo, y acabar a cuatro patas, mientras le daba golpes con su pubis en el culo le metía la punta del dedo gordo en el ojete suavemente, a ella le daba un gusto tremendo, cuando se corrió por tercera vez, giró la cabeza mirándolo.
— Te mueres de ganas de metérmela en el culo ¿eh?
Alan se excitó tanto de pensarlo que solo le pudo responder moviendo la cabeza.
— Pues hazlo sin pedir permiso.
Se la metió con cuidado y al rato estaban los dos gritando de gusto, él se corrió dentro gruñendo y gimiendo.
Alan estaba contento de nuevo con su vida, había conseguido algo que hacía mucho tiempo que le faltaba, alguien en quien confiar que le daba amor, Cristina era muy cariñosa con él porque se sentía correspondida. Se veían varias veces durante la semana y los fines de semana que él no tenía a sus hijos. Había vuelto a tener confianza en él y ya era capaz de desenvolverse sin problemas en el sexo.
No hacía mucho tiempo que iba con Cristina, pero cada vez que salían acababan en su apartamento, se besaban, se acariciaban todo el cuerpo, se palpaban sintiéndose la piel y follaban, y de qué manera, los dos estaban encantados, Cristina conoció al verdadero Alan, un hombre fogoso que le arrancaba las bragas y se la comía entera, que la follaba con fuerza, con decisión, utilizaba su fuerza para conseguir formas de follar que ella alucinaba, las empotradas contra la pared la volvían loca. Alan encontró en Cristina una amante incansable, todo lo que le proponía lo aceptaba disfrutándolo y hacía algo que siempre había pensado en hacer y nunca se atrevió, a correrse en su boca, ella se la comía de forma espectacular y cuando se corría se lo tragaba todo o lo dejaba caer entre sus labios poniéndolo a cien.
Cristina casi por casualidad conoció a un hombre del que se estaba enamorando. Tenían conversaciones muy interesantes, podía comentarle problemas de su trabajo y él al ser abogado sabía perfectamente de que le estaba hablando, la ayudaba en todo lo que podía y era una persona sensible. Follando se transformaba, seguía manteniendo las formas pero la fuerza que emanaba, como la abrazaba, la levantaba con facilidad o la colocaba le hacía perder la cabeza y entregarse a él sin restricciones, en aquellos momentos él mandaba y ella se dejaba hacer, valía la pena, sabía cómo lo hacía y porque lo hacía, los orgasmos que acababan llegándole eran tan fuertes que no podía pedirle más.
Aisha se sentía liberada al no tener que ver a Alan, vivía más tranquila, solo la idea de que algún día pudiera arrepentirse de no volver con él la ponía nerviosa, pensaba, ¿y si Marga tenía razón?, pero era incapaz de pensar más allá. Desaparecieron las visitas sexuales a sus amantes, no las disfrutaba y después se sentía mal. Con quien volvió a establecer una amistad fue con Dani, el posible novio que nunca lo fue, volvieron a acercarse en el trabajo y volvieron a salir a cenar algunas veces, siempre como amigos para hablar un rato y tomar alguna copa.
Al primer niño que tuvieron le llamaron Alan porque a Aisha le hacía ilusión que se llamara como su padre, como el amor de su vida, a Alan no le importó, nunca le gustó la idea que los hijos se llamaran igual que sus padres pero si se lo pedía su mujer como le iba a decir que no, pues se llamó Alan y punto, le llamaban Junior para que no se confundieran los nombres. Al segundo le llamaron Mario, cuando Aisha le dijo que le hacía ilusión que se llamara como su padre Alan tampoco le puso ninguna pega, la quería tanto que no la iba a contradecir por ponerle el nombre al niño aunque a él no le gustara mucho.
Una tarde sobre las seis estaba Alan en su despacho hablando con Lidia del trabajo que quería que le hiciera el día siguiente, sonó el teléfono y al mirarlo encima de su mesa vio el nombre de Aisha, le hizo un gesto a Lidia para que lo dejara solo y cerrara la puerta.
Contestó algo nervioso sin tener ni idea porque lo llamaba después de tanto tiempo sin un puto mensaje ni siquiera.
— Estoy en el hospital, han atropellado a Junior en la bicicleta, no sé qué hacer estoy muy nerviosa Alan.
— Ahora mismo voy.
Colgó la llamada sin esperar ninguna respuesta y salió corriendo del despacho. Se encontró con Aisha y su hijo pequeño en la sala de espera, ella cuando lo vio se puso de pie y se acercó rápida a él pasándole los brazos por la espalda apoyando la cabeza en su pecho.
— Perdona que te haya molestado pero estoy desesperada.
A Alan le sorprendió, colocó sus manos en la espalda de Aisha y se quedaron un ratito abrazados.
— Soy su padre Aisha, es normal que me hallas llamado a mí.
Se separaron y se sentaron en las sillas.
— Cuando han llegado del cole me ha pedido permiso para salir en bicicleta, lo hacía muchos días desde que hay sol a estas horas, se retrasaba mucho y yo ya estaba preocupada, me ha llamado la policía para decirme que lo estaban trayendo al hospital, que nervios me han cogido Alan, no encontraba las llaves del coche, casi me voy dejando a Mario solo. Cuando he llegado una enfermera me ha dicho que ha llegado inconsciente y que le estaban haciendo pruebas, que lo normal es que tarden un par de horas, no sabía qué hacer.
Aisha lloraba por su hijo.
— Has hecho lo correcto, tranquila.
Le pasaba el brazo por encima y ella dejaba caer la cabeza en su hombro llorando. Estuvieron un rato así hasta que ella se fue calmando.
— Aisha este no es un buen sitio para un niño, ¿si van a tardar tanto que te parece si llevo a Mario con mis padres y vuelvo?
Aisha apartó la cabeza tapándose la nariz con un pañuelo de papel. Le dijo que era una buena idea pero que volviera y no la dejara sola. Alan llamó por el camino a su madre para decirle lo que había pasado y que le llevaba a Mario para que cenara y seguramente tuviera que dormir en su casa.
Ya de vuelta Aisha seguía muy preocupada pero no se volvió a acercar tanto a Alan. Cuando se quedó sola se pudo tranquilizar un poco, pensó lo que había hecho, lo había abrazado, había vuelto a sentir aquel cuerpo musculoso entre sus brazos, había vuelto a oler su piel y le vinieron a la cabeza imágenes de hacía años volviendo a llorar, se dijo a si misma que no lo volvería a hacer, no le podía dar señales de debilidad.
Salió el doctor para decirles que el niño estaba bien, algunos arañazos nada importantes, lo que más les preocupaba era un golpe en la cabeza, en las pruebas no había salido nada raro pero tendrían que tenerlo en vigilancia durante dos días y si no pasaba nada volver a hacerle las pruebas para asegurar que ya se le podía dar el alta.
Los acompañó una enfermera a la habitación del pequeño, Aisha lo abrazó llorando, Alan le dio un beso en la frente, tenía que luchar para no llorar también, se sentaron uno a cada lado de Junior. El niño parecía que estaba bien, algunas heridas superficiales que le habían tapado con una venda y un chichón en la cabeza que era lo más preocupante.
— Ya puedes irte, yo me quedo con él el tiempo que haga falta.
— Eso no te lo crees ni tú, esta noche me quedo yo también.
Aisha lo miró con mala cara, a él no le importaba como lo mirara, su hijo estaba en aquellas condiciones y no los iba a dejar solos, hablaron con el niño y no se volvieron a dirigir la palabra, pasaron la noche y al día siguiente.
— Vete a casa, dúchate y cámbiate, yo me quedo con él y cuando vuelvas me voy yo.
— ¿Te crees que puedes decirme lo que tengo que hacer?
— Si quieres lo hacemos al revés, me voy y vuelvo quedándome con él todo el día, ya vendrás a relevarme esta noche.
Aisha lo miró enfadada, le estaba dejando todo el día para estar con su hijo y pasar la noche él que era lo más pesado, pero darle la razón le tocaba las narices. Le dio un beso y abrazó a su hijo despidiéndose hasta dentro de un rato, pasó por el lado de Alan.
— No tardaré mucho.
— El tiempo que necesites, no te preocupes.