Una noche lluviosa un coche de alta gama circulaba por las retorcidas carreteras de un pequeño puerto de montaña, Alan conducía mirando de tanto en tanto a su hijo en el asiento trasero, el niño se distraía mirando por la ventanilla pero hacía claramente una carita de estar agobiado y cansado. Alan sonrió y le preguntó a su hijo como estaba, el niño le dijo que tenía hambre, no era de extrañar, hacía casi un par de horas que lo recogió en la casa de su madre y no habían parado, el chaval debía estar hambriento y aburrido de tanto coche, le contestó que pronto pararían. En ese momento Alan aceleraba por una larga recta con pocas curvas que le llevaría directamente a su destino.
Hacía pocos años que se había divorciado de Nuria, la madre, con la que vivieron una bonita historia de amor. Se conocieron cuando él estaba acabando sus estudios en Barcelona por casualidad, Alan se levantó de una silla cuando acabó de tomarse algo en una terraza, coincidiendo que en ese momento pasaba Nuria con una taza de café, chocaron y le tiró la mitad del café al suelo, aquella primera mirada a los ojos de los dos fue determinante, la agilidad de reacción de Alan para disculparse e invitarla a otro café que se tomaron juntos el inició de la relación.
Fueron creciendo como pareja, un año más tarde Alan acababa la carrera y encontraba trabajo, después de otro año se casaban en una boda tradicional delante de la familia y amigos. A los tres años y medio de haberse conocido nació Quique, por aquel entonces Alan había cambiado de empresa y vivían en una gran ciudad no muy lejana de donde había residido toda su vida Nuria, la familia estaba unida y no se vislumbraba que pudieran llegar malos momentos, pero llegaron. Una oferta de trabajo para Alan en un país extranjero fue el inicio, le ofrecían ir a trabajar a una gran empresa de fondos de inversión, la experiencia y los conocimientos que podía conseguir en ese nuevo trabajo más el importante sueldo no se podían dejar pasar, mejorar el inglés y que Quique, su hijo, lo aprendiera de pequeño decantó la balanza para que la familia preparara las maletas y se mudara.
Fue precisamente mientras vivían allí cuando se separaron con Nuria, a ella nunca le gustó aquel país, ya se fue a regañadientes y porque sabía que él tendría un buen trabajo aceptó, siempre tenía frio, nunca se atrevió a conducir, claro que eso lo entendía Alan, no era fácil hacerlo al revés de cómo lo hacemos nosotros, por la izquierda, la relación se fue deteriorando. Los continuos fines de semana que Nuria volvía con su hijo a España para estar con la familia no fue suficiente para que la pareja aguantase, al ser una multinacional Alan tenía que estar pendiente de los mercados en todo momento por si se había de hacer algunos cambios en las inversiones, incluidos los fines de semana, o casi todos. Nuria no se atrevió a pedirle a su marido que dejara ese trabajo y él no podía perder la oportunidad que tenía en ese momento, resultado, acabaron separándose.
Nuria volvió con su hijo, en eso estuvieron de acuerdo, él lo veía cuando se podía escapar algún fin de semana y durante sus cortas vacaciones. Alan cada mes le hacía un ingreso en la cuenta bancaria de Nuria para que pudieran vivir sin estrecheces, de todas maneras Nuria encontró un trabajo de enfermera que era lo que había estudiado, con su sueldo no necesitaba que su marido, o mejor dicho, su ex marido, le ingresara tanto dinero para mantener el nivel de vida de ella y el niño.
Un año y medio más tarde Alan había cumplido sus objetivos, realmente aquel trabajo le apasionaba y podía haber seguido con él siempre, pero, no poder ver a Quique todo lo que él deseaba le hizo dejarlo. Antes buscó alguna cosa en España para volver, precisamente encontró una oportunidad en la pequeña ciudad donde se crio, no estaba al nivel del anterior, todo lo contrario, era una pequeña y desconocida empresa que invertía pequeñas cantidades de unos pocos clientes, pensó que con su experiencia ejerciendo de director de inversiones podía ser un reto mejorarla. Por otro lado tendría a su familia cerca para cualquier cosa que necesitara él o su hijo, pensó que dos horas de coche era suficiente distancia para no ver continuamente a su ex mujer, a la vez que la podría recorrer sin demasiado esfuerzo para ver al niño o estar a su lado si le pasaba algo. No le costó mucho ponerse de acuerdo con Nuria por el régimen de visitas o fines de semana que estaría con Quique, todo parecía irse aclarando en su vida pese a la noche de perros que hacía.
Ya estaban a punto de entrar en la ciudad donde residía el padre, pensó en buscar un bar donde parar para que el chaval se tomara una merienda—cena y descansara un poco, vio uno que hacía buena pinta con unos ventanales muy grandes, aparcó el coche en batería delante y salieron los dos corriendo protegiéndose de la lluvia.
Lara era camarera en la ciudad donde vivía desde pequeña, también trabajó en un supermercado, primero en el almacén y reponiendo, más tarde de cajera. Le ofrecieron el trabajo de camarera en uno de los bares restaurantes más grandes de la ciudad y cansada de pasar productos por la caja y que el sueldo estaba mejor aceptó. Aprovechando que tenía veinte minutos de descanso salió por la puerta trasera del restaurante, se quedó debajo de un balconcito para no mojarse, sacó un cigarro de un paquete y se lo puso en la boca, buscaba el mechero por los diferentes bolsillos del uniforme maldiciendo el mal tiempo que hacía, llovía a cantaros, se encendió el cigarro y miró para arriba saboreándolo mientras una espesa columna de humo salía de su boca.
Su mirada, perdida y triste la tenía clavada en la pared de enfrente de la estrecha calle, pensaba mientras caía la lluvia, sus ojos se abrían y cerraban, saboreaba el cigarro y hacía alguna mueca, como si los pensamientos le estuvieran recordando algo desagradable. Lara era un mujer muy guapa, lo decían muchas personas que la conocían, pero nunca se le conoció ningún novio o pareja, siempre la vieron sola, pensativa, tímida y poco dada a hablar cosas de su intimidad.
Tiró el cigarrillo y miró el reloj, se cumplía el tiempo de descanso, volvió a abrir la puerta y entró al restaurante por la cocina, su compañera estaba cogiendo unas cartas para llevárselas a unos nuevos clientes que acababan de entrar, Lara se las pidió para seguir ella con el trabajo y que la compañera pudiera descansar un poco.
Se acercó a la mesa, un señor tenía delante a un niño con quien hablaba y le hacía reír, mientras caminaba veía al niño, le pareció muy guapo y simpático, pensó que a esa edad todo lo ves muy bonito y feliz, se paró al lado de la mesa dándole al que se suponía debía ser el padre la carta, Alan primero miró su nombre escrito en una placa en la parte izquierda del pecho y luego le miró los ojos, por un momento se quedaron mirando fijamente, los ojos se clavaban en los del otro, Lara fue la primera que apartó la vista nerviosa, dejó la carta del niño a su lado y se fue, Alan se giró para verla por detrás sin tener muy claro que le pasaba aquella mujer, pensó que debía ser tímida y él la había intimidado con la mirada sin pretenderlo, le dijo a su hijo que escogiera lo que quisiera y le prestó atención a la carta sin darle más importancia a lo de la camarera.
Lara esperó detrás de la barra que volviera su compañera Isa del descanso, le pidió que fuera ella quien los atendiese con la escusa que tenía que ir al baño, Isa les cogió la comanda hablando un rato con ellos haciéndole alguna broma al pequeño, cuando pidió en la cocina lo que habían escogido apareció Lara.
—¿Qué tal?
—Es un padre con su niño, el chaval está despierto y es muy simpático, van a comer algo antes de llegar a su casa, por lo visto son nuevos en la ciudad.— Le contestó Isa mientras cogía unos cubiertos y servilletas para llevarles.
—¿Y él?
—Si te refieres al padre está como un queso, es guapo de narices y muy amable, lástima que yo ya estoy emparejada, pero tú…
—Calla, calla.
Lara se fue colorada a atender otras mesas, Isa reía, le gustaba ponerla en esa tesitura y ver como se le ponían las mejillas coloradas a su compañera. Se conocían desde que ella entró a trabajar, por lo visto Lara ya hacía unos años que estaba allí, fue ella quien le enseñó el funcionamiento básico del restaurante y como ser correcta con los clientes, alguna vez habían ido a tomar algo después del trabajo y hablaban un rato, era con la única persona que Lara se relacionaba con la que tenía más o menos confianza, Isa siempre la vio como una chica guapa muy tímida que le costaba relacionarse con los demás, aunque curiosamente el trabajo de camarera lo hacía muy bien, incluso dándole conversación a los clientes cuando era necesario.
Alan y Quique acabaron de comerse los bocadillos, pidió la cuenta, Isa cachondeándose más de Lara le preguntó si quería ser ella quien se la llevara, salió corriendo en otra dirección, Isa se descojonaba de risa.
Llegaron a la casa que Alan había estado preparando para vivir, una casita en una buena zona de la ciudad, se ducharon y le preparó a su hijo un vaso de leche caliente con galletas antes de irse a dormir los dos.