Alan atravesaba conduciendo la ciudad, era un viernes y el tráfico era muy intenso, la gente se volvía loca por salir de fin de semana, llegó a su casa y metió en el garaje el SUV que tanta ilusión le hizo al comprárselo unos meses antes, dejó el maletín del trabajo en su despacho y se aflojó la corbata saliendo al salón, Aisha bajaba las escaleras vestida para la cena de aquella noche con Teresa y Tomás, se le iluminaron los ojos al verlo, ella estaba guapísima, se abrazaron y besaron con pasión. Alan se fue a cambiar y bajó con los tejanos rotos y el polo de rigor, Aisha lo miraba riendo, habían pasado muchas cosas, él accedió a todo lo que ella le pidió con paciencia para volver a estar juntos, pero convencerle de que se vistiera de otra manera no pudo conseguirlo nunca.
Hablaron mucho sobre ellos, de lo que pasó, de las posibilidades que podrían haber tenido si se hubieran mantenido juntos. Alan nunca quiso saber lo que había hecho Aisha durante el tiempo que estuvieron separados, pensaba que lo único que conseguiría es cabrearse más con él mismo, no era idiota y conociéndola sabía que algo debió hacer para mantenerse sexualmente activa, y muy activa, pero, ¿para qué remover la mierda?, volver a hacerse daño, su amor por ella estaba por encima de todo. A ella sí que le contestó a todo lo que quiso saber con sinceridad, como solo sabía hacer. Los dos habían madurado de aquella experiencia tan dura, pero en el fondo seguían siendo los mismos, dos buenas personas sin malicia.
Volvieron a encontrar la felicidad en familia, se querían y se deseaban con locura, Aisha volvió a encontrar al amor de su vida, al animal salvaje que Alan llevaba dentro cuando le hacía el amor, al hombre sensible y sincero que le daba más cariño del que podía necesitar, otra cosa que aceptó y lo disfrutó fue darle a su marido lo que le quedaba por hacer con ella, sexo anal y comérsela hasta que se le corriera en la boca, se acostumbró y le acabó gustando, no se iba a jugar que otra hija de puta se lo quitara por darle algo que ella no le daba, se sentía orgullosa de que Alan fuera el único que se lo había hecho. Alan volvió a descubrir a la mujer que le dejó marcado para siempre de joven, su dulzura, su pasión, la mujer que se desvivía por cuidarlo y mimarlo. Los dos estaban más convencidos que nunca que el otro era, "el amor de su vida", que nadie podría ocupar sus corazones como lo hacían entre ellos.
Alan estaba sentado en una hamaca tomando el sol, los niños jugaban alegres en la piscina y Aisha ordenaba la mesa del porche para comer, se miraban sonriendo felices. Pero en el fondo, los dos eran conscientes que su relación no volvería a ser como antes, a ella le quedaba un punto de desconfianza en su interior, y él, se libró de la tristeza en los ojos pero seguía con el sentimiento de culpa, algo se les había muerto durante aquel proceso. Tal vez, por el gran amor que sentían uno por el otro llegarían a resucitarlo algún día, solo con el tiempo sabrían si lo habían conseguido.