Parte 6: Touch by Touch

1075 Words
—¿Qué?… —pregunta sin aliento y con ojos completamente ensombrecidos. José y a Avellana al notarlo se alejaron ligeramente. Harriet es más peligroso de lo que otros clanes creen, solo un m*****o de los Uros sabe lo realmente sanguinario que es cuando se enoja o cuando sufre lleno de dolor. —No debes alterarte, pero recomiendo que te vayas ahora, ese niño no la está pasando bien y sospecho que todo lo que ha pasado hoy es señal de que algo se avecina. —respira hondo y se sienta en la segunda escala de las escaleras, fatigado. —Mantén la calma en cuanto lo veas, quizás esté afiebrado, sus padrinos le han bajado la fiebre seguramente, pero… es mejor que vayas, solo tú puedes ayudarlo… Dios Harriet, espera. —apresurado intenta levantarse, pero siendo ya demasiado tarde al sentir el fuerte viento dentro de la casa, alborotar sus cabellos, se deja caer en la escala nuevamente. —Maldita sea, qué susto. —Avellana observa su alrededor mientras organiza su cabello. —¿Fue a verlo? —Sí. Maldito mocoso, nunca me escucha. —Iré a verlo. —¡No! —grita rápidamente. —No…—recupera el aire y vuelve a hablar. —Aún sigue recuperándose esos días de crisis, por tanto, estará alterado si llega a percibir el olor de otro vampiro. —En otras palabras, Vellanita, te va a arrancar la cabeza si siquiera te acercas a esa casa. —dice José observándola sin mucho ánimo. —Es mejor que te quedes aquí cuidando a estos dos desahuciados. —Cállate bastardo, el único que se va a morir, eres tú. —Avellana. —Lo siento padre. —mira a José que sonríe victorioso. —Llevaré a padre y luego te llevaré a mi alcoba, debemos hablar de Mariano. —¿Qué? ¿Cómo? —tembloroso la observa sorprendido. —Te sonará a coincidencia, pero… —respira suavemente. —Mi Ángel y tu noviecito son familia. —Esto no puede ser cierto. —Oh, sí que lo es. Durante la tarde Harriet vigiló con cautela al joven Daniel, que triste observaba sus libros. No había podido dormir desde hace unos días debido a las pesadillas y el cansancio empezaba a pasarle factura con la falta de apetito y bajo ánimo. Llegada la noche Harriet, impaciente, rascaba su cuello de tanto en tanto al verlo finalmente dormir gracias a un té de hierba que su tía le había preparado minutos atrás. Pasaron, 15, 20 hasta 30 minutos y el joven seguía dormido, al parecer aquella bebida habría servido. Harriet, complaciente, sonrió y tan pronto el brillo en sus ojos apareció, se esfumó al escuchar los pequeños sollozos del menor. —No. —Haciendo caso omiso a las advertencias de su tío, entró en un abrir y cerrar de ojos a aquella habitación, temblando y cerrando sus ojos por unos instantes al sentir el olor impregnado en cada rincón de la habitación de Daniel. —Ayúdenme. —solloza y jadea entre pequeñas lágrimas que se deslizan por sus mejillas demacradas. —Mmm… —tiembla entre las sábanas. —Daniel, tranquilo, estoy aquí. —dice suavemente acercando su mano a su rostro mientras se arrodilla con cuidado de no hacer ruido. —No, aléjate, no. —sus sollozos se intensifican cada vez más, lo que pone en alerta a Harriet, observando la puerta y a lo lejos la pequeña conversación llena de preocupación de sus padrinos. —Pequeño, estás bien, Daniel, cálmate. —Mmm…—Y ese sonido lleno de miedo acabó con la paciencia del peli blanco al instante. —A la mierda. Toma sus labios cuán dulces de leche y los acaricia con sus labios húmedos y llenos de deseo, de aquel deseo que estaba siendo guardado durante décadas y que solo faltaba ese pequeño detonante para que este tomara la responsabilidad y saciara tal hambre. Los labios de Daniel, suaves, carnosos y ahora siendo humedecidos por la lengua y labios, de aquel hombre que creía solo estaba besando en sueños, estaba gimoteando suavemente, llenos de placer y un sin nombre de emociones, alejando aquellas pesadillas y agotamiento de su ser. Harriet, sintiendo perder el control, tomó con propiedad el cuerpo del chico, y como Romeo y Julieta, se besaron, profunda, suave y fervorosamente. Los jadeos se hicieron presentes y el calor empezó a llenar aquella habitación. Harriet jadeo sorprendido al darse cuenta de que se dejó llevar sin freno y descuidó el hecho de que el chico está dormido. “Dios”, pensó extasiado al observar su rostro tan vulnerable y erótico, aquellos labios húmedos e hinchados le llamaban para una segunda ronda, pero debía negarse penosamente al ver que este jadeaba suavemente con algunas gotas de sudor deslizarse por su frente. Harriet tragó entero al observar demás sus labios y acariciar con su pulgar. —Por todos los santos, eres tan… —respira ligeramente acelerado al ver su rostro y cuerpo descansar sobre sus brazos y pecho. Con cuidado toca sus pestañas y sonríe suavemente atontado. —Daniel. —suspira enamorado sin duda alguna. —Mi Daniel, algún día te diré quién robó tu primer beso y quizás me castigues por eso con lindas rabietas. —sonríe al recordar sus orejas rojas aquel día cerca de la panadería y el señor patata, fatigado de tanto correr. Su sonrisa desaparece y sus sentidos le advierten la cercanía de alguien, su madrina. —Adiós, Daniel. —Rápidamente, coloca sobre la almohada la cabeza del más joven y se retira sigilosamente por la ventana de la habitación. —Dani. —pregunta con suavidad al ver al niño dormir y con mejillas sonrojadas se alegra. —Qué bueno, estás de mejor color. —dice para sí misma mientras acomoda la manta sobre su cuerpo. Harriet observa lejos, a través de la ventana y ríe suavemente al escuchar sus palabras. —Si supiera por qué estás así. —Harriet. Aquella voz, profunda, fue escuchada por sus oídos, quedando paralizado al instante. Al voltear se encuentra con nada más y nada menos que el mismísimo Samael, en carne y hueso y toda la inmortalidad que pueda poseer. Al analizar mejor su rostro, a través de aquella luz suave, observa aquellos ojos llenos de sufrimiento y cansancio, de culpa y temor a no sé qué cosa que lo perturba y eso Harriet desea saberlo hoy o mañana, pero lo necesita para comprender el porqué de las cosas.
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