Parte 4: Touch by Touch

1233 Words
—Está bien. —De acuerdo, ve a bañarte, haré el desayuno para los dos. —dice cuál niño emocionado y sale deprisa dejando a su tío sonriendo nostálgico. —Mhmm… —aprieta sus manos adoloridas y observa que aquellas cicatrices vuelven a aparecer. Sus ojos se llenan de lágrimas, enfurecidos y cierra los mismos para respirar hondo. Las cosas iban a ponerse más graves de lo que se imaginaba. Lograr quitar el efecto de una opción tan potente, una que quemaría la piel de un humano con tan solo una gota, es ya una clara señal de que está dispuesto a encontrarlo. Si bien esta marca no funciona como un GPS moderno, da la sensación a una de las partes que la otra persona está cerca. Harvey no teme verlo porque le aterrorice, teme verlo porque su corazón creerá nuevamente sus palabras y no podrá resistirse a tan bella sensación y calidez. A eso teme, a entregarse nuevamente a los brazos de aquel hombre que lo abandonó sin mediar palabra. En el centro el día parece bastante normal, olor a pan, a galletas cuca, a buñuelo, empanada y café con leche, las cosas parecen estar tranquilas, pero más allá de lo superficial, de lo que ve un ser humano normal, pan, buñuelo, gente y empanadas, sí eso ven, pero Harvey ve pan, buñuelos, empanadas, huele el aroma del café con leche, siente el mínimo tacto de la brisa con su piel y observa cuidadosamente a las personas a su alrededor. Cada sonido, cada risa causaba que sus sentidos se estremeciesen una y otra vez. —Tío cálmate. —¿Ah? —Desorientado, observa el rostro de Harriet y espabila un par de veces antes de sacudir la cabeza y darse cuenta de lo que estaba haciendo. —Lo siento… solo estoy demasiado estresado… —¿Y asustado? —Solo un poco… —suspira y observa el cielo ligeramente nublado. —Creo que debería ir a la tienda ahora y tú deberías ir a recoger cartas, si es que hay. Parece que va a llover. —Cuando tú lo dices, sé que lloverá. Eres brujo, por eso haces tantos venenos en tu habitación. —Mocoso atrevido. —ríe y niega con la cabeza. —¿Dónde nos encontramos? —Aquí en la cafetería está bien. —Harriet lo observa detenidamente. —Padre, si tardas un minuto iré a buscarte. —Más te vale que lo hagas. —asiente y sonríe ligeramente al verlo a los ojos. —Nos vemos hijo. —Adiós papá. Para empezar, la excursión en aquella hermosa tienda de artes, llamado por Harvey “El paraíso de los mediocres” de manera sarcástica, quiere decir que solo aquellos privilegiados pueden disfrutar del amor que el arte entrega a través de cada trazo y la historia que esta puede contar. Empezaremos por mencionar los artículos más habituales para él, un aficionado del arte, un enamorado de los colores, que, a diferencia del clan de los Draita, puede percibir y sentir felizmente. Inevitablemente, su sonrisa aparece entre tanto temor y nostalgia, entre las heridas que perforan su pecho, cuál coladera, aunque suene tenebroso. Aunque hay lápices de colores de distinta calidad, formas y grosores, y pueden adquirirse sueltos o en estuches que van desde las 12 hasta las 120 unidades y que son una auténtica maravilla. Harvey prefiere siempre la marca Valkiria, su favorita, la mejor del mundo, dice de manera inconsciente mientras dibuja en su habitación la mayoría de las veces, así que sí, no siempre se dedica a hacer juguitos de colores y llenos de magia. Lápices, sacapuntas y otros tipos de implementos básicos que se han acabado hace aproximadamente 7 meses en casa, caen uno tras otros en la canasta que al parecer no será suficiente para todo lo que está comprando. Parece casi compulsivo, pero, todo lo contrario, todo es necesario. Entre los útiles que se encuentran en la canasta, se encuentran aquellos los necesarios para practicar las principales técnicas creativas, es decir, óleo, acrílico, acuarela y pastel, hay que decir que las tres primeras tienen en común que utilizan los pinceles para realizar sus trazados, mientras que la última, en cambio, lo hace con barritas de colores a Harvey no le gusta mucho utilizar barritas, la sensación pastosa en sus dedos es insoportable y eso siempre, desde antaño le ha molestado. Una punzada suave y llena de nostalgia se instala en su pecho al recordar cuando Samael, sí, él, fabricaba a mano los pinceles como obsequio. —Señorita, ¿podría bajar dos cuadros de tela de un metro? Por favor y gracias. —Observa el color dorado de los dos pasteles para comparar cuál es más dorado y conveniente. Frunce el ceño al notar el profundo silencio dentro de la tienda. —Señorita. —deja los pasteles sobre el estante y voltea para encontrar la tienda completamente vacía y la mujer de espaldas observando las acuarelas del estante. —Señorita. —observa los audífonos en sus oídos y suspira irritado. —Señorita, hace rato, le estoy hablando. —alza su voz y esta ni se inmuta. Se acerca y da toques en su hombro molesto y entonces ve las manos suspendidas a la altura de su cintura y las pupilas de sus ojos reflejados en el espejo del mueble al lado de ella. La mitad de su cuerpo sufre escalofríos repentinos y sus manos, suaves, sudorosas y blanquecinas, tiemblan junto a sus lágrimas, aquellas lágrimas que fueron derramadas cada noche en nombre de aquel hombre que creó una grieta en su corazón, en su suave y humano corazón. —Señ… —ahoga un quejido al escuchar el viento cerrar todas las puertas y ventanas del establecimiento rápidamente. —Harvey. Aquella voz profunda, seductora y dulce, resuena en sus oídos tortuosamente, cerca, demasiado cerca. Su cuerpo reacciona instintivamente para escapar de aquel hombre antes de ver su rostro, antes de verlo y caer en la debilidad completa. —No, mírame, Harvey, por favor. —súplica cerca de su oído mientras este forcejea entre rasguño y llanto. —Suéltame, déjame ya. —dice desesperadamente entre sollozos, incapaz de abrir sus ojos y ver su rostro, sabe que a pesar de estar apresado de espaldas podrá ver su rostro desde arriba y eso sería fatal. —Mi Agares, por favor. —ruega mientras lo abraza con fuerza para que no huya, sintiendo las uñas del contrario clavarse furiosas sobre su piel. Los sollozos de Harvey se intensifican y sus manos temblorosas pierden la fuerza al escuchar su nombre, el original salir de aquellos labios que hicieron arder su piel durante incontables noches en el pasado. —Agares, por favor mírame, déjame explicarte. —¡No, déjame! —Empuja con todas sus fuerzas, las únicas que le quedaban, hasta caer al piso arrodillado y sentándose sin alzar la cabeza, sin ver aquellos ojos verdes y suaves. Los sollozos siguen su marcha sin detenerse entre lágrimas y agotamiento. —Por favor, vete, te lo ruego, vete. —junta las manos suplicando sin tener más recursos de los cuales disponer para que se aleje. —Samael, vete, vete… Por favor, vete… —Aquel viento, ahora fragante aroma del océano, dulzón y cálido, inunda sus fosas nasales y remueven su cabello, para luego desaparecer por completo. Temeroso, abre sus ojos y observa a la recepcionista que confundida lo mira y luego sacude la cabeza.
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