Parte 2: The Cherubim

2090 Words
La noche pasó larga, suave y silenciosa. Algún otro perro o gato en lo suyo y quizás algunos pasos en la calle, ya saben, apenas algunos llegan de trabajar naturalmente. Pero ahí, entre las sombras, estaba él, aquel hombre de cabellera blanca, cuidando de sus espaldas sin saber de su existencia. Protegiéndolo de cualquiera persona que osara lastimarlo, sacando de él la mejor versión de su instinto animal, no para cazar, sino para cuidar al joven que ahora yace dormido profundamente entre las sábanas. “Sé que no debo hacer esto, lo sé, pero y si no hubiera estado, ¿qué le habría hecho esa muchacha y ese tipo que la acompañaba con navajas?”, se cuestionó internamente al recordar los ojos llenos de miedo de ambos maleantes que seguían al chico. Por la mañana del día 16, Harriet se encontraba algo deprimido, la razón: La carta. Desde aquel día nadie respondió y los peores pensamientos pasaron por su cabeza, angustiado y ciertamente decepcionado al tan siquiera imaginar que no volvería a ver al joven. El día era fresco y ligeramente nublado y gracias a ello su ánimo no mejoraba con la calidad de ambiente que lo estaba rodeando en ese momento frente a la cafetería de la gran biblioteca. “Debe estar muy asustado ahora por lo que hizo, ya no querrá volver a verme, soy un maldito idiota. Quedé como un degenerado y acosador”, piensa angustiado mientras observa un bulto de papas de la tienda de al lado. —¿Quiere papitas criollas, hijo? —pregunta el señor Chuco mientras lo observa algo preocupado. —No… — "Quiero morirme”, piensa, angustiado. —... Yo solo estoy mirando precios para decirle a mi tío y hermana qué prefieren comprar. —dice desanimado. —Idiota, mentiroso. Tienes cara de gente muerta, ¿qué tienes hombre? —pregunta alzando las manos y luego cruzando las mismas, parado de forma graciosa para los ojos de Harriet, quien ríe y niega con la cabeza. —Es que… hice algo que no estuvo bien… Creo… y no sé qué hacer para solucionarlo. —Bah, déjese de bobadas ¿usted como sabe que daño las cosas? No se las crea nada más que eso no es respuesta decente. Vaya y averigüe si de verdad causo algo malo. —hace un gesto con su boca y niega con la cabeza. — Aja y entonces ¡vaya, vaya, carajo! —Sí, ya voy, ya voy. —dice sintiéndose regañado y avergonzado. —Me cuenta si lo mataron o qué por la bobada que hizo. —dice burlón mientras se sacude la tierra de la barriga mientras camina. Harriet suspira y se retira con temor hacia la biblioteca. Al entrar recibe saludos y miradas extrañadas, no es sorpresa dado el ánimo y el aura que emana de él, negativos, poco comunes, aunque suene extraño, jamás había percibido un aura llena de penuria como la de ahora, incluso sabiendo en secreto su tío y hermana que sufre en silencio o al menos así es como lo prefiere. Repentinamente, es jalado de su brazo al interior de la tienda de libros y la señora Marta sonriente, sin dejarlo reaccionar, le muestra un sobre blanco con un emoticón de carrito sellando el mismo. Los ojos de Harriet se iluminan al instante y un respiro liberador sale de sus pulmones. Observa a Marta que contenta palmea sus manos. —Ya dejé, pues, esa cara, que pareces enfermo. —señala el fondo y lo empuja despacio. —Vaya, siéntese en ya al fondo solito y lo lee. —Si… si, señora. —va deprisa al fondo y se sienta nervioso en la silla. Respira hondo y abre finalmente la carta. —Bien… Medellín, miércoles, 16-05-2022 Nueve de la mañana. Señor H: Buenos días... o tardes. Realmente no sé cómo empezar. Rompí un montón de cartas por quedarme un poco corto de respuesta, lo lamento, por eso tardé en responder. Señor, H, para ser honesto, me ha hecho reír mucho tu carta, es como si pudiera escucharte cara nervioso e inseguro de lo que me dirías. ¡No me burlo de ti! Solo me ha parecido muy gracioso y ciertamente lindo... —Dios, no puedo creerlo. —dice mientras el color vuelve a su rostro y sus mejillas ahora carmesí destellan una suave sonrisa llena de nostalgia y felicidad. Respecto al libro, gracias por aquellas palabras me motivan a leerlo, ya que tiendo a tomar libros al azar para leerlos y ver si me decepciono por leer basura o festejaré por haber encontrado algo de oro de buena calidad. Respecto a Lázaro por Leónidas, ayer encontré en la biblioteca de mis padrinos ese librillo y lo leí esa misma noche. ¡Por Dios, es el mejor libro corto e intenso que he leído! Lamento mi emoción incontenible, pero es la mejor recomendación que he recibido en mi vida, te doy las gracias por ello. También gracias por ser honesto conmigo... al menos en una pequeña parte y aunque suena extraño me alegra saber tu edad, eso me causa algo de alivio, ¿sabes? Para ser honesto durante la noche tuve muchas ocurrencias de quien seria y una de ellas es que fueras un psicópata, ¡sí, lo siento, es que algo así no se ve todos los días y no siempre resulta bien hablar con personas a las que nunca has visto! Por Dios me siento muy abochornado y más cuando vi lo que pusiste, ¿niño de ojos azules?, ¿acaso me viste?, para ser sincero eso me ha dado algo de miedo, ¿sabes? Pido amablemente que te expliques al respecto. No entiendo por qué no estoy molesto por esto, realmente llego a ser muy hostil con ese tipo de comportamientos, así que, por favor, no hagas que pierda el interés que tengo... por ti. No quiero que suene mal, solo... me intriga saber quién eres, por como escribes, por cómo te expresas, es realmente poético y poco común. Ahora sabes que debes cumplir con esto, de lo contrario empezaré a sospechar cosas que ni quiero mencionar. Ahora, dime, ¿qué piensa de Lázaro?, ¿demuestra algo que a muchos no les gusta reconocer?, ¿o qué opinas tú? ¡Oh, además!, como yo ya leí una de tus recomendaciones, lo justo sería que hicieras lo mismo por mí, ¿no crees? Son Las Aventuras de Sherlock Holmes de uno de mis escritores favoritos, Arthur Conan Doyle. A muy pocos les gusta leerlo y sí, muy pocos de mi edad se dan el lujo de disfrutar de ello, ya que prefieren leer cualesquiera cosas que no de algo de complejidad a sus mentes o al menos eso pienso yo... Ahora me siento extrañamente emocionado y eso es lo que me asusta. "A las once de la mañana del día siguiente nos acercábamos ya a la antigua capital inglesa. Holmes había permanecido todo el viaje sepultado en los periódicos de la mañana, pero en cuanto pasamos los límites de Hampshire los dejó a un lado y se puso a admirar el paisaje. Era un hermoso día de primavera, con un cielo azul claro, salpicado de nubecillas algodonosas que se desplazaban de oeste a este. Lucía un sol muy brillante, a pesar de lo cual el aire tenía un frescor estimulante, que aguzaba la energía humana. Por toda la campiña, hasta las ondulantes colinas de la zona de Aldershot, los tejadillos rojos y grises de las granjas asomaban entre el verde claro del follaje primaveral. —¡Qué hermoso y lozano se ve todo! —exclamé con el entusiasmo de quien acaba de escapar de las nieblas de Baker Street. Pero Holmes meneó la cabeza con gran seriedad. —Ya sabe usted, Watson —dijo—, que una de las maldiciones de una mente como la mía es que tengo que mirarlo todo desde el punto de vista de mi especialidad. Usted mira esas casas dispersas y se siente impresionado por su belleza. Yo las miro, y el único pensamiento que me viene a la cabeza es lo aisladas que están, y la impunidad con que puede cometerse un crimen en ellas. —¡Cielo santo! —exclamé—. ¿Quién sería capaz de asociar la idea de un crimen con estas preciosas casitas? —Siempre me han producido un cierto horror. Tengo la convicción, Watson, basada en mi experiencia, de que las callejuelas más sórdidas y miserables de Londres no cuentan con un historial delictivo tan terrible como el de la sonriente y hermosa campiña inglesa. —¡Me horroriza usted! —Pero la razón salta a la vista. En la ciudad, la presión de la opinión pública puede lograr lo que la ley es incapaz de conseguir. No hay callejuela tan miserable como para que los gritos de un niño maltratado o los golpes de un marido borracho no despierten la simpatía y la indignación del vecindario; y, además, toda la maquinaria de la justicia está siempre tan a mano que basta una palabra de queja para ponerla en marcha, y no hay más que un paso entre el delito y el banquillo. Pero fíjese en esas casas solitarias, cada una en sus propios campos, en su mayor parte llenas de gente pobre e ignorante que sabe muy poco de la ley. Piense en los actos de crueldad infernal, en las maldades ocultas que pueden cometerse en estos lugares, año tras año, sin que nadie se entere..." —Arthur Conan Doyle por Las Aventuras de Sherlock Holmes. —Vaya, por poco olvido las veces que leí estos libros. Le gustan mucho. —sonríe atontado mientras sigue con la mirada cada palabra. Espero sea un libro de tu agrado porque es una saga bastante amplia ¡Quizás no leas el resto y está bien!, pero al menos lee el primer libro y dime qué opinas sobre él. Daniel José Méndez Sandoval... —Vaya, tu nombre es tan hermoso como el anterior, tan hermoso como siempre has sido todo tú. —sonríe mientras sus labios tiemblan entre suaves lágrimas llena de pesar y dolor al recordar aquel fatídico día que lo convirtió en el monstruo que tanto ha ocultado en una jaula, masacrando un pequeño pueblo por entero. Avellana con una mirada sospechosa observa a su hermano que extrañamente feliz, demasiado feliz hasta causarle envidia, cocina el desayuno más perfecto y delicioso que nunca ha visto jamás “¿Qué le cuesta una arepa con quesito? ¿Qué puta mosca le pico?”, se cuestiona internamente mientras bebe despacio su taza de chocolate con leche bien caliente. —Quiero pastelitos de avena. —dice observando como su hermano sonríe con suavidad y asiente en respuesta. —Y avena con fresas, mango y kiwi. —De acuerdo, ardilla. —¡Qué ardilla ni qué coño! ¿Qué te pico o qué? —se acerca rápidamente y toca sus mejillas sin delicadeza. —¿Estás bien?, estás sonriendo mucho, me preocupa. —Estoy bien, déjame en paz. —quita su mano suavemente, lo que lo hace aún más extraños a los ojos de Avellana. —Dijiste que fuera feliz, lo estoy siendo ahora. —Sí, lo dije, pero no que fueras una especie de maníaco que nos conozco. —dice fingiendo preocupación. —Qué dramática eres. —Di lo que quieras, estás muy raro. —se sienta y lo observa. — Tengo una carta que Alberto dejó aquí ayer, dijo que te la entregara porque Marta no estará por un par de días y como a ese viejo le encanta pegarse sus caminadas, la trajo hasta aquí, el señor cartero. —Harriet deprisa se acerca a ella y la toma de las manos. Avellana sorprendida, lo mira con un rostro extraño y confundido. —Suelta, loco. —¿Dónde está? —pregunta, ansioso. —¿La carta? Ha estado todo el rato en el mesón que tienes al lado, idiota, estás tan drogado que ni siquiera te percataste, ¿seguro que eres un vampiro?, tus habilidades sensoriales las pongo en duda ahora ¿sabes? —pregunta sin dejar de ver aquel rostro brillante que sin duda a pesar de lo extraño que pueda ser su comportamiento le causa ternura. —Aliméntame. —La comida está lista. Toma lo que quieras. —toma el pequeño papel y frunce el ceño extrañado por el tamaño de aquella carta. —Como sea, me voy a comer, luego saldré por la tarde. No olvides desayunar, drogadicto. —dice burlona y se retira.
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