The Cherubim

2070 Words
La mañana, ahora más húmeda, picoteaba en la nariz de un joven curioso y con ojos llenos de asombro por todo aquello que veía en la tienda de doña Marta. Sus ojos algo regordetes por la mañana fría sonreían alegres al ver cada libro organizado de forma tan simétrica y atractiva. Por Dios, era el paraíso ante sus ojos, junto con la comida que quedaba cruzando la calle, en especial las donas rellenas de crema de leche. —¿Qué libro debería comprar hoy además de este? —Se cuestiona observando cuatro libros con sus ojos azules, brillantes e indecisos. —Es más difícil de lo que creí. —suspira y cierra sus ojos. —Me sobra plata, pero no quiero despilfarrar dinero. Después mi padrino va a decir que soy un comprador impulsivo. —se lamenta y chilla ligeramente. —Mi niño, compre ese y verá que después de leerlo será más objetivo con lo que compre la próxima vez. —dice con cariño la señora Marta, que mirando a los lados se acerca y pone en sus manos una carta con sello rojo en el centro y la letra H impresa en ella. —Esto es para usted, no la lea todavía, llegue a la casa y ahí la lee, ¿me escuchó? —pregunta susurrante. —Sí, señora… ¿Pero de quién es? Yo nada más la conozco a usted aquí, aparte de mis padrinos. —pregunta, extrañado y algo desconcertado por la situación. —Luego se dará cuenta, léala, es para usted de alguien… que lo quiere conocer. Sino que el muchacho es muy tímido. —dice maternal y suspira. —¿Y quién es? —pregunta con ojos abiertos y brillantes. —No se lo puedo decir, sino se enoja conmigo. Hágale, tome sino de pronto alguien nos ve. —Con prisa entrega la carta y vuelve a su puesto de trabajo emocionada por haber completado la misión. —¿Qué está pasando? —pregunta con el ceño fruncido y mirando raro a la señora Marta que sonríe. —Como sea. Finalmente se decide por El Horla por Guy Maupassant y contento se retira de la biblioteca Antonia. Las cosas han ido bien durante la mañana para el joven, incluso tuvo la oportunidad de ver el hermoso amanecer desde su ventana sin ser interrumpido por sus padres o hermanos mayores. “Al menos tengo paz aquí”, piensa sonriendo con emoción y tranquilidad. Recorrió la plaza, las tiendas de ropa y cualesquiera almacenes para comprar una cosa de cada uno, pues la emoción de vivir por un año en aquella ciudad le resultaba una oportunidad a la que debía sacarle mucho jugo. La noche llegó deprisa lo que causó en el joven algo de susto por lo que decidió tomar el tranvía y llegar a casa pronto, incluso, es tanta la buena suerte que al bajar solo debía caminar una cuadra para llegar a su hogar. “Tengo ganas de un sándwich de jamón lechuga, cebolla, tomate y un buen café con leche”, pensó y repentinamente su estómago rugió, lo que hizo que mirara a su alrededor avergonzado antes de abrir la puerta de la casa. —¡Ya llegué! —grita levemente mientras deja caer algunas cosas sobre el sofá y cansado se sienta en el mismo. Suspira y estira su cuerpo. —Daniel, mi amor, ¿dónde andabas? —pregunta preocupada su madrina, Serafina, mientras lleva dos platos a la cocina. —Deje de llegar tan tarde. —Apenas son las ocho, por eso me vine, no conozco todo aquí obviamente. —Antes venga más temprano, por ahí a las siete de la noche. Uno en un mes no se aprende todo mijo. —suspira. —¿Y cómo le fue? ¿compró cositas? —Sí, unas cuantas, ya voy para el cuarto para bañarme y luego las saco todas. —dice emocionada mientras se levanta de un salto toma todas las bolsas nuevamente y sube con cuidado las escaleras. —Ah, sí, ¿me puedes hacer el favor de hacerme un sándwich de jamón? —pregunta haciendo ojitos a su madrina quien sonríe y niega con la cabeza. —De andar tragando tanta harina te vas a poner gordo como una masita. —Nah, mientras no me enferme con obesidad mórbida, estoy bien. —alza sus hombros y ríe mientras sube las escaleras. Al entrar a la habitación se encuentra con las ventanas aún abiertas. —Menos mal que no hay mosquitos, porque si no me muero aquí hoy. —suspira y deja todo sobre la cama para después acercarse y cerrar las ventanas. No tardó mucho para entrar a la ducha y bañarse con agua tibia, lo mejor para relajar el cuerpo después de un largo día de turismo. Al terminar se cambió y al salir encontró el plato con el sándwich y café con leche sobre la mesa de noche. —Bueno ¿por dónde empiezo? —observo todo con detenimiento y su mirada cayó sobre aquella misteriosa carta de esta mañana. Sin saber porque su corazón empezó a palpitar con algo de rapidez. —No creo que sea la gran cosa… —tomó la carta y empezó a leer la misma con algo de nerviosismo. Medellín, domingo, 13-05-2022 Nueve de la mañana.  Niño de ojos azules: Buenos días, de verdad que escribir esta carta me ha puesto muy nervioso, ¿sabes? Sé que no me conoce y lamento si esto le asusta, no es mi intención perturbarlo. Por favor, no vea esto como si fuera parte de una broma, de una forma de acoso o de intimidación, no, eso sería terrible y lo que más me haría sentir miserable es ver tus ojos asustados por mi impertinencia. Me ha parecido muy interesante lo que has escogido para leer, debo decir que la obra, El Horla por Guy Maupassant, es una de mis obras favoritas. El miedo a lo que no puede verse es tan terrible que incluso lo escrito no tiene tanta valía que lo vivido con horror, por Dios, "No es lo mismo escribir de posesión que ser poseído", lo dijo un buen amigo mío, con el que hablo regularmente. Esa obra que ahora tienes en tus manos es la más hermosa y al mismo tiempo trágica que he leído. Hasta gracia me da el cómo trato con todas mis fuerzas de quitarte todas las sorpresas que encontrarás en aquel libro, lamento si eso te hace enojar, pero seguro sabrás que lectores tan ávidos pueden llegar a ser demasiado emotivos al hablar de un libro. —¿Acaso me estaba viendo de lejos? —se cuestionó algo incómodo pero intrigado. Dejando aquello de lado, seguiré presentándome de manera extraña, ya que mi timidez me impide ir más allá, por ahora. Admito en primera instancia que soy mayor que tú, se nota a leguas que eres un muchacho muy joven y que una de las cosas que te preguntarías desde un primer momento, es ¿cuál es mi edad?, bien, tengo 23 años, aunque mi gramática incluso léxico, han dicho, es de una persona demasiado adulta para un cuerpo y rostro tan despampanante, eso he escuchado. No exagero, te lo juro, creo que recibo más halagos al día que el viejo perro gordito y tierno del celador de la biblioteca. Dicho esto, no diré más, pues no quiero arruinar más mi primera impresión, ya es bastante con que no puedas ver mi rostro aún. Quisiera entonces darte un largo, pero interesante fragmento de una obra, que sé, será de tu agrado y quizás desees comentarme mañana, que has encontrado de interesante y si te gustaría leerla gustoso... Deseo realmente poder leer una respuesta de tu parte, ¡pero no quiero que te sientas presionado! Eso no, si no quieres saber más nada de mí, solo déjame saberlo en un pedazo de papel si así lo quieres. —Por Dios. —ríe ligeramente al imaginar aquel rostro de vergüenza y nerviosismo, mirarlo cara a cara tratando de dar explicación. Sintiendo entonces algo de ternura por aquel desconocido. "Cuando Lázaro salió del sepulcro, donde tres días y tres noches yaciera bajo el misterioso poder de la muerte, y, vuelto a la vida, tornó a su casa, no advirtieron sus deudos, al principio, las malignas rarezas que, con el tiempo, hicieron terrible hasta su nombre. Alborozados con ese claro júbilo de verlo restituido a la vida, amigos y parientes prodigábanle caricias y halagos sin cesar y ponían el mayor esmero en tenerle a punto la comida y la bebida y ropas nuevas. Vistiéronle hábitos suntuosos con los colores radiantes de la ilusión y la risa, y cuando él, semejante a un novio con su traje nupcial, volvió a sentarse entre los suyos a la mesa, y comió y bebió con ellos, lloraron todos de emoción y llamaron a los vecinos para que viesen al milagrosamente resucitado. Y los vecinos acudieron y también se regocijaron; y vinieron también gentes desconocidas de remotas ciudades y aldeas, y con vehementes exclamaciones expresaban su reverencia ante el milagro... Como enjambres de abejas revoloteaban sobre la casa de María y Marta. ⤞Y lo que de nuevo se advertía en el rostro de Lázaro y en sus gestos, reputábanlo naturalmente como huellas de la grave enfermedad y de las conmociones padecidas. Era evidente que la labor destructora de la muerte, en el cadáver, había sido detenida por milagroso poder, pero no borrada del todo; y lo que ya la muerte lograra hacer con el rostro y el cuerpo de Lázaro, venía a ser cual el diseño inconcluso de un artista, bajo un fino cristal. En las sienes de Lázaro, por debajo de sus ojos y en las demacradas mejillas, perduraba una densa y terrosa cianosis; y esa misma cianosis terrosa matizaba los largos dedos de sus manos y también en sus uñas, que le crecieran en el sepulcro, resaltaba ese mismo color azul, con tonos rojizos y oscuros. En algunos sitios, en los labios y en el cuerpo, habíasele resquebrajado la piel, tumefacta en el sepulcro, y en esos sitios mostraba tenues grietas rojizas, brillantes, cual espolvoreadas de diáfana mica. Y se había puesto obeso. El cuerpo, hinchado en el sepulcro, conservaba aquellas monstruosas proporciones, aquellas protuberancias terribles, tras las cuales adivinábase la hedionda humedad de la putrefacción. Pero el cadavérico hedor de que estaban impregnados los hábitos sepulcrales de Lázaro, y, al parecer, su cuerpo todo, no tardó en desaparecer por completo y al cabo de algún tiempo amortiguóse también la cianosis de sus manos y su rostro y se igualaron aquellas hinchazones rojizas de su piel, aunque sin borrarse del todo. Con esa cara presentóse a la gente, en su segunda existencia; pero aquello parecía natural a quienes le habían visto en el sepulcro. ⤞Lo mismo que la cara pareció haber cambiado también el carácter de Lázaro; pero tampoco eso asombró a nadie ni atrajo sobre él demasiado tiempo la atención. Hasta el día de su muerte, había sido Lázaro un hombre jovial y desenfadado, amigo de risas y burlas inocentes. Por esa su jovialidad simpática e inalterable, exenta de toda malignidad y sombra de mal humor, cobrárale tanto cariño el Maestro. Ahora, en cambio, habíase vuelto serio y taciturno; jamás gastaba bromas a nadie ni coreaba con su risa las ajenas; y las palabras que rara vez salían de sus labios, eran las más sencillas, corrientes e indispensables y tan faltas de sustancia y enjundia, cual esos sonidos con que el animal expresa su dolor y su bienestar, la sed y el hombre. Palabras que un hombre puede pronunciar toda su vida, sin que nadie llegue a saber de qué se duele o se alegra su profunda alma." —Lázaro por Leónidas Andreiev. De H... Emocionado corrió a la estantería de libros del primer piso y busco, con esmero, aquel libro que alguna vez había escuchado decir a su padre en la cocina. “Aquí está”, piensa triunfante al encontrarlo. Suspira algo pensativo y observa su alrededor y vuelve a sonreír extrañamente conmovido por la situación. —¿Debería responder de vuelta? —se pregunta susurrante para luego agitar su cabeza y subir a su habitación y cerrar la puerta de esta tras él. —¿Quién serás tú? —supone en voz alta mientras el sueño poco a poco hace que sus pestañas se sientan pesadas sobre los párpados.
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