The Black Parade

1032 Words
—Bastardo. —dice cerca de su oído una voz idéntica a la suya. Harriet, sentí su cuerpo pesado y desganado y un olor sangre podrida repentinamente entró a sus fosas nasales, causando náuseas al intentar. —Ay, ya va a vomitar el bebé. —dice de manera burlesca aquella imagen de sí mismo tan malévola. Harriet al abrir los ojos lentamente, se encontró, pues, en un bosque envejecido y bañado en sangre putrefacta. En los árboles colgaban órganos internos, rasgados y algunos masticados hasta más no poder, incluso algunos con pedazos de ropa, de quién sabe qué desdichados. Lo que era césped, ya no lo era, lo era la piel de los muertos, fangosa y pegajosa; El cielo, que era cielo ennegrecido y siniestros, brillaba ligeramente para quien observa aquel paisaje, muriera por la repugnancia o la soledad profunda. Los olores ciertamente eran indescriptibles, pero lo más cercano a las heces de rata se encontraban en los suelos cubiertos de piel humana y putrefacta, aquella sangre no era diferente a la textura del petróleo, con la sola diferencia de que este podría hacerte vomitar hasta sangrar la garganta y el aire que se aspiraba era tan pesado que causa vértigo siquiera intentar pararse sobre el suelo, si es que se le puede llamar así. —Hola pasajeros, bienvenidos al inconsciente del hijo de puta aquí presente. —señala a Harriet mientras habla a una audiencia inexistente. —El muy bastardo nos ha sometido a este terrible vuelo, por favor, abrochen sus cinturones, aunque vayan a morir de todas formas. —dice finalmente entre risas y suspira. —¿Dónde… dónde estoy? —pregunta débilmente. —¿No te enseñaron en el colegio a prestar atención? —pregunta con fastidio. —Estamos en tu inconsciente. —sonríe con descaro. —Sácame de aquí. —dice enfurecido y débil mientras intenta levantarse. —¡Sácame, sácame de aquí, ay, sáquenme! —dramatiza de manera burlona mientras ríe enloquecido. —Ay, pero qué buen chiste Don Cuco. —suspira. —Ojalá pudiera, pero no pude porque tú no quieres salir de aquí por marica. —¿Qué? —Lo que escuchaste, por marica no quieres salir. —se acerca suavemente, al contrario. —Pasa que tienes miedo de despertar…—toma su rostro bruscamente y lo obliga a mirarse a sí mismo, malvado y sin escrúpulos. —... y ver a ese niñito con cara de nena por el que te estás muriendo, ¿no deseas tanto tenerlo en tus brazos porque no te tocas las pelotas, te haces fuerte y te vas de aquí?, ¿acaso hay alguna razón por la que quieras quedarte? —aleja su rostro con brusquedad. —Yo… yo, no puedo, no puedo verlo. —Las lágrimas empezaron a acumularse en sus ojos, sintiendo un profundo vacío y dolor incomprendido. —Cobarde. —dice sin más, observándolo con repugnancia. En cambio, Harriet sin saber que decir, tensa su cuerpo y baja su mirada derrotado y rabioso por la razón que aquella palabra lleva. —¡Tú no lo entiendes! —grita entre lágrimas enfurecido. —¡¿Qué mierda no entiendo?! —toma su cuello. —¡¿Qué es lo que no entendemos Harriet?! ¡¿qué?! —atrapa su mirada. —¿A qué le tienes miedo, Harriet? —Tengo miedo de que me odie y desprecie por ser una bestia, yo… yo…—dice entre sollozos y lágrimas incontrolables. —... yo lo amo y tengo miedo de que me desprecie… prefiero morir. —dice débilmente entre sollozos. —... morir… morir. —Adiós, Harriet. —dice repentinamente su figura oscura con una suave sonrisa macabra y tenebrosa. En su mano derecha aparece una daga de granito blanco y sin tener ninguna oportunidad esta es clavada en el corazón de Harriet que, dolido y sorprendido, lo observa atónito. —No dejes que se acerquen, Harriet… no dejes que se acerquen, Harriet…—Aquella voz se hundía en la oscuridad junto a toda aquella putrefacción y desesperación. —Harriet… Harriet. —Una voz suave y femenina acariciaba sus oídos mientras poco a poco despertaba con dificultad. —Harriet. —¡Suéltame! —agitado, salta de la cama, atónito, sudoroso y ansioso, observando su alrededor, sus manos hasta caer al rostro de su hermana, que con ojos sollozos y asustado lo observa. —Avellana… —Hermano. —se acerca deprisa y acaricia el rostro de su hermano con cariño mientras este solloza aún sin saber qué hacer o decir. —Tranquilo, tranquilo, cálmate, todo va a estar bien. —¿Qué pasó? —pregunta tocando sus manos. — ¿Qué pasó, Avellana? —Empezaste a reír, Harriet. —dice aquellas palabras y ve como su hermano tiembla sorprendido. —Sé que… sé que sabes que él está aquí. —seca las lágrimas de su hermano que, lleno de emociones indefinidas, empieza a sollozar. —Bastardo, siempre te sales con la tuya, ¿no? —ríe mientras sigue secando las lágrimas del contrario. —Siempre. —suspira y observa a su hermano, que ahora tranquilo y respirando suavemente, cierra sus ojos y niega con la cabeza. —Hermana, estoy tan feliz de que esté aquí, pero… pero... —deja caer algunas lágrimas, temeroso. —¿Pero qué hermano? —pregunta extrañada. —Las cosas ahora son distintas ahora, alégrate y acércate a él. Por favor ya no te castigues de esta forma, te lo ruego, vive y sonríe, llora de felicidad si así lo necesitas y ten a quién amas a tu lado. —dice mientras acaricia sus mejillas. —Ya basta, ya deja de sufrir, para, para ahora. —suplica entre lágrimas mientras lo abraza y esté cansado de aquella cárcel emocional, devuelve el abrazo con gusto y más fuerzas que nunca, llorando junto a su hermana, dejando salir de su pecho todo aquel dolor. Aquella noche, Harriet Bram de Brezo, durmió después de 500 años sin insomnio, terrores nocturnos y desvelos tortuosos. Después de 500 años, su alma descansó entre sus manos suavemente y respiró aquella noche, sintiendo la felicidad, la dicha y el pesar que causa liberarse de una cruz tan pesada como la de cristo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD