Parte 2: Angeleyes

1355 Words
—No, no se vayan, se los ruego, por favor. —intenta levantarse, pero su cuerpo se estremece al percibir por medio del olfato aquel olor a cerezas cada vez más cerca. Una suave y pequeña mano se posa sobre su hombro preocupado. —¿Señor, está bien?, ¿qué le pasa? —Aquella dulce voz dejó paz en sus oídos. Tan bella melodía fue escuchada después de décadas y sus constantes sueños de volver a ver aquellos ojos de ángel se harían realidad en pocos segundos. —¿Señor, me escucha? Entonces vio aquellos ojos celestes, un azul tan cristalino y suave que daban ganas de besar suavemente mientras dormía en sus brazos, aquellos ojos que alguna vez vio entre la lujuria de sus cuerpos en las noches que consumían sus cuerpos deseosos del tacto del otro. Aquellos ojos que sonrieron y aquellos ojos que vio llenos de miedo aquel día en que su alma se fue dolorosamente frente a él. Aquellos ojos lo estaban haciendo sentir tanta felicidad, que el color volvió a su rostro, que el dolor desapareció de su pecho y que la energía de comenzar su día había vuelto después de tantos días de enfermedad. Su corazón empezó a palpitar con más fuerza, eso supone que ya están dejando de desgarrarse internamente, las heridas restantes se están volviendo a pegar junto al otro lado de las fisuras. La anatomía de las hienas blancas es tan compleja como lo es la anatomía humana a un mortal. Por ejemplo, si un Hiena blanca sufre de envenenamiento, su intestino delgado en realidad no se quema o descarga, solo le causa indigestión por un par de días y es todo, por tanto, si es capaz de afectar su cuerpo, pero no al punto de matarlo como lo haría a un humano. —Lo siento… Yo. —sin dejar de ver aquellos ojos, traga suavemente y observa su rostro sin disimular en lo más mínimo. El joven, algo avergonzado, baja su mirada y vuelve a observarlo, esta vez extrañado. —¿Le pasa algo? —pregunta realmente preocupado. —Oh, vaya, no, solo creo que me dio vértigo, quizás fue eso y perdí el equilibrio. —sonríe suavemente sin dejar de ver sus ojos. —Entonces venga, siéntese por acá. —toma su brazo y lo guía hasta la banca más cercana. —Espérame ya vuelvo. —Deprisa corre y pide a Martha un vaso de agua fría para él y lo lleva con cuidado de no derramarlo. —Tome, Martha dijo que el agua fría es buena para eso. —Está bien, gracias. Es algo vergonzoso, puedes irte, no quiero dañar tu día. —De alguna manera aún sentía miedo de que el Harriet 2.0 saliera e hiciera de las suyas, pero en realidad no se percató de que en ningún momento estuvo bajo estrés y emociones negativas, solo estabilidad lo que es igual a no Harriet 2.0 —Está bien, no diga eso. Primero quiero estar seguro de que no volverá a caerse. ¿Quiere dulces? Quizás lo ayuden a estabilizar el azúcar, no sé mucho del tema, así que… —Está bien, sí quiero, gracias, eso me hará sentir mejor. —Con suavidad recibe los dulces y rosa ligeramente sus dedos con los del joven que al sentirlo se aleja rápidamente sin entender aquella sensación tan familiar. —Gracias… —Daniel, soy Daniel, es un gusto… —Harriet, soy Harriet también es un placer conocerlo. —De manera caballerosa se dirige al joven que agraciado ríe ligeramente causando una pequeña palpitación en el pecho del hombre de cabello blanco. —¿Qué fue tan gracioso? —No es solo que hablas así y te ves muy joven, pareces de otra época hablando así, ni siquiera mis padrinos hablan así. —sonríe y causa ternura en el hombre frente a él que asiente ligeramente atontado. —Es por mi familia, tenemos un linaje bastante amplio y nuestra forma de hablar pasa de generación en generación. Ya sabes, cosas de familias ricas. —dice sin sumarle mucha importancia alzando sus hombros. El niño sonríe y asiente emocionado. —¿Y de qué familia vienes?, si no te molesta la pregunta, claro. —No, no, tranquilo, me… agradas, así que te lo contaré. —respira hondo y maquina aquella mentira por un bien mayor y temporal. —Pertenezco a una de las familias más ricas de Medellín, Los Velázquez, ¿has escuchado de ellos? —Sí. —responde emocionado. —He leído sobre ustedes, cómo pusieron los primeros cimientos y cómo se convirtieron alguna vez en la familia más rica de Colombia, es genial. —Así, aún seguimos siendo de renombre, pero ya no tanto como antes. Todo es más tranquilo y sin mucha llamadera de atención. —Pero es casi imposible no identificarlos. —dice suavemente entre sus divagaciones. —¿Por qué? —pregunta algo nervioso. —Por su aspecto, es realmente poco común. —Oh, eso es cierto. —observa sus hermosos ojos celestes y sonríe con suavidad a su sonrojo que se hacía cada vez más grande. —¿Y cómo me ves a mí?, ¿soy muy feo? —¿Qué? No, digo… —nervioso salta en su puesto. —Tú… este…—Aquellas palabras eran deseadas por sus oídos, pero el momento se queda en ese solo momento, pues, su amada hermana interrumpe. —¡Hermanito! Estás por acá, estaba buscándote. ¿Quién es él? —pregunta divertida al ver la mirada de “Voy a matarte cuando salgamos por esa puerta” de su hermano ahora brillante como una paloma recién bañada. —No me lo vas a presentar. Mucho gusto soy Avellana, ¿tú eres? —Yo soy Daniel, hola. —dice tímidamente, al ver a una mujer tan hermosa como ella, se encoge en su puesto e intenta luego de unos segundos erguirse en el asiento. —¿Qué buscas por aquí hermanita? —pregunta entre dientes. —Solo hice un amigo hoy y ya vienes a quitármelo. —Puedo ser amigo de los dos, digo no hay nada de malo. —Oh. —ríe victoriosa. —¿Ves?, el niño también me ve como una buena amiga. Además, él puede tener los amigos que quiera ¿verdad? —Supongo que sí. —Algo confundido y nervioso los mira ambos. —Bueno, creo que ya nos debemos irnos, Avellana, nuestro padre debe estar esperándonos. —Empuja a su hermana sin mucho cuidado y sonríe al chico con suavidad. —Muchas gracias por cuidarme hoy, Daniel, espero volvernos a encontrar. —Sí, adiós… Harriet. —salen aquellas palabras con algo de vergüenza y mira sus ojos una última vez antes de sonreír con suavidad e irse al interior de la tienda feliz de haber conocido a un joven extraño y misterioso. Eso de alguna manera causó en él mucha emoción, por lo que aquella sonrisa se quedó plasmada en su rostro el resto del día. —Perra sarnosa. —dice disgustado e irritado. —¿Por qué hiciste eso? —Primero, esta perra sarnosa se llama Avellana y es tu hermana, muy de malas que te tocó tener a un diamante tan hermoso como yo o eso dice mi novio. Yo le creo. —Tranquilamente, toma el volante y enciende el auto en pocos segundos. —Segundo y muy importante, no puedo dejar que te acerques demasiados, es más, no debí dejar que lo vieras, pero a padre le dio el síndrome de corazón de pollo y dejó que tuvieras contacto con el mocoso. —El auto avanza poco a poco hasta llegar a la carretera y avanzar con total normalidad. —Y tercero, pero mucho más relevante. El perro asqueroso eres tú. Te ves asqueroso, enfermo y más feo cuando no lo estás. —sonríe al verlo carcajear ligeramente. —No le veo la gracia, güevón. —suspira algo pensativa mientras sigue conduciendo. —¿Por qué no lo intentaron antes? Ya estaba agonizando hace días, ¿por qué ahora? —No lo sabíamos. —¿Qué? —pregunta, extrañado. —¿Cómo que no lo...?
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