Angeleyes

1499 Words
Durante la mañana siguiente las cosas no estaban mejorando, todo lo contrario, sufrió de constantes dolores abdominales y vómitos sanguinolentos y putrefactos. El sabor era insoportable y las jaquecas causando vértigo todo el día, ganas de dormir eternamente y no sentir tanto dolor. Abrir los ojos no era una buena opción, las córneas ante cualquier pequeña luz, incluso si esta era amable, lo hacían gritar de dolor, su piel sonrosada y ojos doloridos, parecieran estar rodeados de una mancha de sangre rosada alrededor, la hipersensibilidad de sus sentidos, eran tal, que debían apagar todos los relojes de manilla incluso de los relojes de muñeca. Su tío sorprendido se quedó impactado observando, pues nunca había visto a un hiena blanca con alta sensibilidad, incluso en esta etapa que naturalmente dentro de su clan sucedía a todos. Harvey, después de tanto pensarlo, decide hacer lo impensable, más bien, nunca lo ha hecho en sus más de miles de años de vida. —Avellana. —llama a su hija en voz casi inaudible y si no fuera por su habilidad para escuchar a largas distancias no le hubiera prestado la más mínima atención. Encima de ello la chica no ha podido dormir por vigilar a su hermano toda la mañana y parte de la tarde, además no ha podido ver a su novio y el chico ha estado algo triste y en ocasiones se irrita porque cada vez que le invita a cenar, desayunar o pasar el día con él no puede por una situación personal la cual nunca quiere hablar. —¿Qué? —pregunta suavemente. —¿Qué pasa? —pregunta despertando de sus pensamientos llenos de preocupación. —Lamento si todo esto está causándote problemas con tu novio, no creas que no lo sé. —suspira y sonríe al ver los ojos sorprendidos de Avellana. —Dios, ¿tanto se nota? —suspira algo cansina. —Mi Ángel ha estado muy triste, molesto e incluso cuando voy a verlo a su trabajo en la jardinería de la señora Juliana me ignora y se le ponen los ojos llorosos…—frota su rostro, frustrada. —¿Frustrada porque el mocoso está triste o porque solo has podido tener sexo con él por teléfono? —ríe a carcajadas al ver el rostro avergonzado, sorprendido y abochornado de su hija. —¡Bastardo! ¡¿Estabas espiándome?! —No, no, es que tú eres mala ocultando cosas. No se me hace extraño que esté molesto contigo, con su “Papi.” —Esa fue la gota que derramó la sopa en la hoya. La chica se quedó boquiabierta sin saber qué explicación dar. —No sabía que eras de esos fetiches. Además, no está mal, solo me sorprende lo ruda que eres con él, no imagino como es en el acto. Mi mente se perturba. —sonríe burlón al ver su rostro sonrojado. —Joder, ya dime qué quieres, me muero de la vergüenza. —Deja que vea al niño. —suspira e incapaz de verla a los ojos por lo probablemente asustada, molesta y extrañada que debe encontrarse. —No me mires así. —¡¿Estás jodido de la cabeza o qué?! Por supuesto que no voy a hacer eso ahora. ¿Qué tal si sale ese maldito doble maniaco? Sabes que no podré contra él. Me matará. —Confundida y ansiosa se levanta del sofá y camina de un lado a otro sin comprender la situación. Observa a su tío que aún sigue en silencio. —Espera… —lo observa sorprendida. —¿No tienes ni la más mínima idea de que es lo que está pasando con él? ¿Verdad? —Exacto. —suspira. —No tengo idea de lo que está pasando con tu hermano. Nunca había visto en milenio una reacción tan altamente tóxica en el cuerpo de un Hiena blanca o siquiera en el de un Vampiro ordinario. —con ojos llenos de confusión mira en dirección a la habitación de Harriet. —Si no gastamos todos los recursos, no sé si sobreviva por mucho tiempo. —Dios padre Santo. —se levanta al punto de la exasperación completa. —¿Entre esos recursos está ese mocoso? —Sí. No tenemos más opciones, incluso si voy a Egipto por las mejores hierbas del planeta Kertaya, no servirá de nada. Escuche rumores hace dos mil años… de una un supuesto Hiena blanca que había muerto de manera inexplicable, solo dijeron que se volvió loco y murió… Nunca me cuestioné si alguna de nuestras medicinas tradicionales o métodos se le habían aplicado a ese sujeto, pero ahora que lo pienso, el único que sabe de esa historia por completo es… —Samael. —rendida cae sobre el sofá y cierra sus ojos entre un largo y profundo suspiro. —¿Solo debo llevarlo? —pregunta decidida al ver que no había otra posible solución en sus manos. —Sí, solo deja que lo vea, es todo. Evita en lo posible que se acerque al chico, puede volverse impulsivo al estar tan cognitivamente perturbado. —suspira preocupado. —Si se hace una masacre en plena mañana, te culparé a ti por la eternidad estando muerta. —No me opongo. Llévalo pronto, debe sentirse peor que ayer. La mañana apenas estaba comenzando en los alrededores de la biblioteca. Carritos de churros, jugo de caña, ropa y demás se organizaban con calma mientras los vendedores hablaban entre ellos gustoso, uno que otro fumando cigarrillo y otros apenas desayunando para resistir la mañana hasta el almuerzo. La luz era suave y tenue, pero no para los ojos de un Hiena blanca agónico. Avellana, al terminar de hablar con su padre, subió de inmediato y con algo de prisa se bañó y vistió, en cuanto terminó fue en busca de su hermano, quien estaba medio dormido, realmente pálido, más de lo que ya sus pieles pueden hacer notar al exterior. Lo desnudo y baño con esfuerzo, afortunadamente de las tres, es quien poseía en aquel momento mayor fuerza física, pues su hermano era incapaz de mantenerse estable al caminar. Al terminar de cambiar lo vistió como él se viste de costumbre y la verdad es que convenía dado el color que sus brazos hacían notar, uno muy enfermizo que un doctor vería alarmado. —Hermano apóyate en mis hombros, debemos salir hoy, vamos. —Con esfuerzo toma a su hermano y baja las escaleras con suavidad para no caer y terminar poniendo a su hermano en estado de coma. —Hermana… No puedo, déjame ir. —Aquellas palabras salen débilmente de sus labios y sus párpados sensibles se cierran al sentir la luz proveniente de afuera al estar abierta la puerta del pasillo. —Te golpearé y mataré yo misma, si no me haces caso ahora, muévete. —Con fuerza lleva a su hermano hasta el auto estacionado en frente de casa. —Avellana, te dije que lo trajeras, no que lo amenazaras de muerte. —Harvey, algo exasperado, la representa y mediante señas le pide que suba al joven demacrado a la parte trasera deprisa para evitar la mirada de los vecinos.[1] El viaje duró un aproximado de 30 minutos, no era demasiado, por ello Harriet acostumbraba a caminar hasta la gran biblioteca con tranquilidad. Avellana toma a su hermano y ayuda a que este se apoye de sus hombros con cuidado, toma sus mejillas y lo observa dolorosamente. —Escúchame, no dejes que salga ese maldito loco o terminarás por matarme a mí y no podrás cargar con esa culpa jamás. —Avellana… ¿De qué hablas?… —pregunta cansado sin ser capaz de verla a los ojos. Observa el piso en el que se encuentra parado con esfuerzo y mira asustado después de pocos segundos el mismo. —No… No, sácame… sácame de aquí. —asustando intenta huir de su hermana y del lugar, pero su tío impide su paso. —Déjame ir, por favor, papá. —suplicante toma sus ropas y las aprieta tembloroso. —Míralo, Harriet. —dice su tío sorprendido y conmovido por ver aquel rostro que alguna vez le sonrió con ternura y amabilidad. —Míralo, Harriet, Dios no puedo creer que esté aquí ese maldito mocoso. —su voz se quiebra al final y las lágrimas se acumulan en sus ojos ligeramente sin dejar de observar a aquel chico que trató un día como su hijo más preciado y querido. —Ese bastardo sigue sonriéndole a todo el mundo. —Aquellas palabras fueron una daga para el corazón de Harriet que lloró silenciosamente entre sus brazos. Sin previo aviso su tío se aleja y le deja caer al suelo, Avellana se acerca a su tío, furiosa y con una mirada entiende por qué lo ha hecho, ambos se alejan y dejan al hombre demacrado, asustado y bien vestido, de rodilla en la entrada de la biblioteca. Marta le da una mirada a Avellana y asiente penosa al ver a su niño en el suelo.
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