Parte 4: I Love You So Bad

1201 Words
La cantidad inmensurable de libros que cubrían la pared de enfrente era única, libros de los años 1200, 1400, algunos en italiano, otros griegos, varios pergaminos y lenguas probablemente ya inexistentes entre el lenguaje usado actualmente. Lápices, carboncillo y varias libretas de color amarillo y blanco apilada especialmente en un lugar. Lleno de curiosidad se acerca y rápidamente revisa el interior de los cuadernos. Su rostro estaba plasmado en ellos, sentado, leyendo e incluso acostado ciertamente semidesnudo o desnudo, de eso desconocía, pero al ver el pecho y la clavícula expuesta daba una clara idea en qué momento fue dibujado en aquel entonces. Inevitablemente su respiración se detuvo, pues incluso su cuerpo completamente desnudo y de espaldas acostado en la cama había sido dibujado a la perfección y detrás de aquel dibujo se encontraba una nota escrita con tinta bastante envejecida. “Amor mío, muero por saber qué dirás de este hermoso dibujo que de tu cuerpo e dibujado, tan hermosa y tersa piel que pude probar esta noche... tan suaves labios que no dejaba de gritar mi nombre lleno de placer, me convertían en un hombre indecente y con pensamiento pervertidos…Hermoso Ángel podrías volver a ser mío las próximas noches durante muchos años…”, una lágrima suave se desliza por su mejilla al leer aquello que le hacía sentir calidez y hormigueo en cada parte de su cuerpo, lo sentía tan suyo que creyó estar leyéndolo en aquel entonces, extasiado aquella noche que vendría al próximo día para verle. Con mayores ansias leyó y observo cada dibujo y cada nota escrita tras los dibujos, entonces encontró una última página, con las vivas marcas amarilla y arrugadas por las lágrimas que algún día cayeron, y en ella una nota más “Mi hermoso Ángel, te he perdido y ahora ya no hay nada que pueda dibujar, ni siquiera la flor más hermosa me permite observarla y el dolor de cada día me llena de un terrible deseo por morir, por morir y volver a tus brazos aunque sea verte desde el infierno blandiendo tus hermosas alas desde el cielo, calmaran este terrible profundo dolor que siento mi hermoso querubín”, aquella carta fue escrita en 1856, la última nota de aquella libreta y la última libreta que se encontraba entre el montón, lo que sugería que un día del año 1856, Harriet, dejó de escribir y dibujar para siempre. Las lágrimas no tardaron en caer poco a poco y los sollozos hicieron presencia sin más. El dolor que emanaba aquella carta era tal que sus manos hicieron temblar profundamente entristecido, sintiendo una ligera punzada en su cabeza sosteniendo esta, un poco mareado. Tosió sintiendo sus pulmones cerrarse por un momento a causa del llanto. —Vuelvo a ver a la pequeña Almenara de ese bastardo y lo encuentro llorando desconsolado, qué interesante. Daniel, asustado, se levanta rápidamente, sorprendido y confundido. El hombre de quizás dos metros ríe a carcajadas mostrando dos pequeños colmillos que el joven juraría vio salir un poco más. Divertido, el hombre observa su alrededor y respira hondamente. —Joder, este lugar está impregnado de tu olor desde antes de que siquiera descubrieras esta pequeña cripta. —da un paso hacia adelante causando que Daniel tropiece al retroceder y por poco, caiga. —Me dieron una orden, pero… realmente quiero probar tu sabor y si mueres al menos Harriet verá tu cadáver. —Lentamente lo acorrala en la pared y este sin palabra alguna deja caer algunas lágrimas asustado y en aparente estado de shock. —A…aléjate de mí... —casi inaudible, advierte el joven de ojos azules, que cerrando sus ojos espera lo peor de aquellos ojos ennegrecidos que lo observaban con maldad. El chillido de un animal en agonía se escuchó, lo que causo que sus manos instintivamente fueran a sus oídos tapándolos, asustado y temeroso de lo que estaba sucediendo. Repentinamente empezó a hiperventilar, sollozando, entrando en crisis, aterrorizado. —Daniel... —Se escuchó a lo lejos. —¡Daniel! —grita finalmente aquel hombro sosteniendo sus brazos, tirando de separarlos de sus oídos. —Mírame, Daniel, mírame, todo está bien, estás a salvo. —Yo... —agitado se lanza sus brazos sin siquiera ver con claridad su rostro. El hombre no duda en abrazarlo para calmar el tesoro de tan tenso momento. —No abras los ojos hasta que yo te lo diga. —el joven asiente en respuesta rápidamente, apretando su agarre. —Está bien. —toma su cuerpo con cuidado y lo carga caballerosamente como latría un príncipe a su reina en sueños. La caminada fue ligeramente lenta, pues, se encontraban libros y algunos escombros en el camino. Al sentir que salían de aquella habitación al sótano principal se compuso entre sus brazos y observo ligeramente desorientado su alrededor hasta encontrarse con dos cálidos ojos melosos que le observaban maternal y lleno de preocupación. Tan humanos que, a pesar de que evidentemente es un vampiro, al parecer mucho más poderoso que aquel que iba a matarlo sin pensarlo dos veces, se veía un alma pura, un alma que ha sufrido durante muchos años, cansado, pero al mismo tiempo en paz y en busca de un poco más de ella. —Gra…gracias, señor. —baja su rostro intimidado por su presencia, sin duda era un hombre con porte y aura que ni siquiera el señor Harriet tiene. A pesar de ello, era un aura extrañamente cómoda y amigable, completamente inofensiva. —Y-ya puede bajarme ¿por favor? —Oh, lo siento, claro que sí. —su voz suave y cálida inundó sus oídos con suavidad, haciéndole sentir protegido y a salvo, se sentía tan hogareño que creyó estar hablando con el amigo más cariñoso del mundo. Se atrevería a jurar que era tímido y de poco hablar, quizás lo era, quizás no, con los recientes descubrimientos de un vampiro lleno de tanta humanidad ¿por qué no podría existir? —Yo… —lo observa pensativo, como si tratase de recordar en lo más profundo de sus pensamientos, aquel rostro. —¿Yo lo he visto en alguna parte? Porque siento que si te he visto. —Señor. —El joven de ojos color miel se arrodilla ante el chico, que sorprendido, baja rápidamente nervioso. —¿Qué haces? De-detente, ni siquiera me conoces. —toca sus hombros sin saber qué hacer y observa en sus ojos claro remordimiento, algo le estaba haciendo hacer aquella reverencia. —Señor, usted alguna vez salvó mi vida en el pasado y nunca pude darle mi gratitud debido al miedo, al temor. —Incapaz de seguir viendo aquellos ojos azules baja la mirada entristecido. —Usted nunca me vio como un monstruo y me enseñó a valorar las pequeñas cosas buenas que hacía por los demás en secreto. Señor... —Su voz temblorosa enciende las alarmas en Daniel, que sintiendo profunda pena acumula lágrimas en sus ojos. —Perdóneme, no pude salvarlo, señor. —Un gigante frente a él, aquel hombre tan imponente y con la apariencia más engañosa que nunca había visto, jamás, llora cual niño avergonzado y lleno de una tristeza, que el corazón de Daniel sintió tan paternal al punto de abrazarlo finalmente.
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