Parte 2: I Love You So Bad

1116 Words
—Ese joven eras tú. —dice apenas audible, con la garganta seca tapando sus labios al ver los ojos moverse explosivos del joven frente a ella por tal revelación. —Esto...tú… ¿De qué… de qué estás hablando? —sin soportar las lágrimas estas se deslizan junto a manos ligeramente temblorosas y terriblemente sudorosas. Se levanta, espantado, acariciando su cabello sin poder creer lo que salía de su boca. —Mira. —Le muestra sin mes la foto de un joven idéntico, de pies cabeza, con un aspecto más maduro, pintado a fino color y pulso, en una página completa, con el cabello más lardo y abundante, pero con el rostro regordete y fino al mismo tiempo de quien lo mira. Aquellos ojos tan azules como los suyos, aquellos ojos sonrientes que los miraban, a él un joven que fue un adulto en el pasado. —Cuando naciste, tus padres, toda la familia, no podía estar más asustada, pero al mismo tiempo profundamente bendecida por tu nacimiento, habías vuelto, después de más de 500 años…500 años en los que un vampiro sufrió por tu perdida y ahora quizás esté sufriendo por tu aparición… claramente si está tan asustado como para acercarse a ti enteramente y decirte quién es, es porque un Plerus, quizás el último que queda… está buscándote. —¿Vampiros?¡¿de qué demonios estás hablando?! —¡De seres que aún son una incógnita para la familia!... para cualquier humano que haya visto alguna vez uno y lo hayan pasado por loco… no entiendo… no entiendo ¿de dónde salieron? ¿Cómo surgió todo esto? Pero, solo sabemos que existen clanes, que existen comunidades y una de ellas es incontrolable, sanguinaria y animal a comparación del resto de los clanes que se mantienen al margen sin causar alborotos, gran parte de esa regulación es debido al Ministerio de los Uros, una comunidad de 7 u 8 miembros más antiguos, los vampiros más viejos. —¿Y… y la otra parte? ¿Quiénes regulan la otra parte? —Los Hienas Blancas. —¿Quiénes? —Los Hienas Blancas... son el segundo clan más poderoso de la jerarquía, aunque… ahora solo quedan 4 o 5 miembros, pero no dejan de ser poderosos. —suspira y se sienta, cansina. —Desconozco su paradero, desconozco que serán de ellos, pero ahora, por lo que me contaste hace unos días… Él volvió por ti y sospecho que no ha sido la única vez que lo has visto. —Yo…yo…—recordando al de cabellos blancos, observa a través de la ventana pensativo. —Harriet… se llama Harriet. —Bien, pues así se llama ahora, hace 500 años tenía un nombre completamente diferente y cometió genocidio. —¿Qué? —Sí, genocidio, extermino a un pueblo completo y según la historia familiar… “lloraba sangre, lloraba lágrimas como el color del madroño, lleno de dolor y desesperanza…” —cierra sus ojos recordando a su abuelo y aquella frase tan impactante y dolorosa de imaginar. —Puedes ver el libro de pi a pa y encontraras cosas que, si bien son difíciles de creer, para esta familia ya todo es posible y lo deberá ser para ti de ahora en adelante, hijo. Aquel libro causó punzadas en su cuerpo, extrañas pero que al mismo tiempo se sentía familiares, como si su cuerpo estuviera liberando aquellas sensaciones del pasado, uno oscuro y lleno de penumbra. Sus sentimiento a medida que leía aquel libro, lleno de mucha y a veces poco información sobre algunos términos, le hacían entender con claridad, el misterio que rodea al señor Harriet y su extraña lejanía, una que cada vez que este aparecía y desaparecía causaba daño a su corazón, pero sabiendo aquella triste historia del “Ángel de cabello blanco”, como le apodaron en el libro, su sufrimiento era el doble y tuvo que soportarlos por más de 500 años en soledad a pesar de la compañía de lo que seguramente es su familia. La tan sola idea de que este hombre había exterminado hasta el último ser vivo de aquel pueblo, ahora inexistente, le hacía temblar, temeroso, conmovido y al mismo tiempo terriblemente afligido y culpable “¿Todo esto… todo este sufrimiento fue por mi causa?”, se cuestionó pensativo y ligeramente penumbroso. Las dudas crecieron aquella noche y sin duda debía averiguar al amanecer la verdad, mucha más de la que ya había escuchado. Tan pronto como cerró los ojos fueron abiertos, sintiendo que las horas conciliadas fueron minutos y se levantó, perezoso pero dispuesto a vestir y desayunar rápidamente de la casa. —Madrina, iré a la biblioteca. —No, espera, es peligroso, no sabemos quién está ahí afuera además de Harriet. —Sé que no me hará daño… lo sabemos…—mira con pesar el libro en sus manos. —Pero debo ir, debo averiguar más, quizás en la biblioteca pueda encontrar más sobre él, sobre todo lo que pasó. —Está bien, pero no vayas solo así, llévate esto. —se retira un collar del cuello, con una simbología que alguna vez su padrino le llamó “objeto de cosas Hippies” —¿Ahora es un amuleto mágico? —No exactamente, pero si se acerca un Plerus esto lo alejará de inmediato, les causa ceguera, es momentáneo, pero si estás en medio del peligro tendrás oportunidad de huir. —Está bien, regresaré tan pronto como pueda, te amo madrina. —Te quiero mucho mi niño, ve con cuidado. La ciudad estaba húmeda, mucho más de lo normal y el frío era profundo hasta calar los huesos. Daniel nunca se había abrigado tanto como aquella mañana y su nariz sufría las consecuencias del clima mucho más. Con rapidez cruzó la calle, corrió, se fatigó rápidamente y se detuvo en una panadería para comprar una bebida, la más caliente que tuvieran para calentar su cuerpo. No había desayunado y su madrina, por primera vez en la vida no lo había regañado por eso, sabía que tenía derecho a salir de casa tan deprisa, pues el hambre no era mucho y menos en aquella circunstancia extraña en la que se encontraban involucrados “Elijah Ezra Abramov Friedman de Azoulai...”, recuerda mientras toma de aquella bebida achocolatada y caliente. Aquel nombre alguna vez le perteneció en la vida pasada y sí que era complicado de pronunciar rápidamente, en aquellos tiempos el vocabulario. Además de eso, claramente pertenecía a una familia muy adinerada, bastante poderosa y eso se notaba por la calidad de los dibujos o retratos, un lujo que cualquiera no se podía permitir con tan solo tener tres o cuatro propiedades en aquel entonces.
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