Parte 5: Angeleyes

1681 Words
Los días pasaron y Daniel no contestaba ninguna de sus cartas ya viejas. “Ese niño ¿me odia?” se cuestionaba al observarlo de lejos, pensativo y con el ceño fruncido y la nariz ligeramente enrojecida. Las cosas no iban para nada bien en la vida de Harriet en estos momentos, si bien se recuperó por completo, pasaba días enteros, encerrado, incluso noches enteras esperando la carta de aquel chico tan molesto. Se le veía realmente irritado, incluso cuando Martha le preguntaba si dejaría alguna carta el chico solo negaba con la cabeza, sonrojado y no de la vergüenza, estaba realmente enojado. Harriet se cuestionaba durante las noches en que no se quedaba caminando por las calles de la plaza, si había sido demasiado pronto decirle que le gustaba, por Dios, aún no le ha dicho, él te amo que tiene a mitad de garganta. —¿En verdad no debía decírselo? —se cuestiona en voz baja. — Soy un idiota. —Ya lo creo. — Una voz suave y áspera surgió entre aquel callejón oscuro y sin vida. Harriet no pudo evitar sonreír al encontrarse a aquel hombre después de 90 años. —¿Cuántos años han pasado viejo amigo? —Muchos, bastardo, ni siquiera avisas cuando te vas. —se detiene y lo observa. —José Manuel, prodigo hijo del clan Ashdra, ¿ya estás aburrido, que volviste de tus largas vacaciones? —pregunta, sarcástico a lo que sonríe de vuelta. —Hermano, no seas tan arisco conmigo. —suspira y se sienta en la acera en una de las casas viejas, consideradas patrimonio cultural de la ciudad. —Si estuve de “vacaciones” no fue por gusto, al contrario, intentaron matarme… bueno un Plerus intentó matarme, el tercero de ellos. Los ojos de Harriet no podían abrirse más porque su anatomía no lo permitía, el aire se fue un rato de sus pulmones y miró aquellos ojos que le sonreían de vuelta. —Uno de los Plerus está en la ciudad, Harriet. Al igual que él, olí la reencarnación producto de un vínculo, el tuyo. Por eso estoy aquí. —Espero que no sea lo que estoy pensando. —Wow. Cálmate, por supuesto que no es por ello, vengo a ayudarte… —suspira cansado, las ojeras en su rostro entre los vampiros solo es símbolo de una posible enfermedad. —Estoy muriendo, Harriet. —Podemos hablar con mi tío. —dice sintiendo un nudo formarse en su pecho. —Quizás pueda ayudarte. Padre salvó mi vida recientemente, quizás él pueda… —No. —cierra sus ojos y respira hondamente. —No quiero que nadie me salve, Harriet, estoy cansado de esto, Harriet, cansado. —No lo digas a la ligera. Tienes otra oportunidad, quizás si logramos encontrar eso que podría hacernos mortales, puedes hacer una vida nueva. —¡Dije que no, Harriet! —grita repentinamente para luego cerrar sus ojos cansados. —Quiero morir Harriet, ya no puedo con esto, no puedo ver a la persona que amo envejecer y yo seguir aquí… —sus labios temblorosos se hacen presente al igual que sus lágrimas. —Mariano, ya cumplió 24 años y solo… —¿Quién es Mariano? ¿De qué hablas? —confundido lo observa y sostiene su rostro demacrado. —No te preocupes, no es la reencarnación de nadie, pero… he creado un vínculo con él… Por Dios, lo sentencié a muerte, Harriet. —Las lágrimas salen sin parar entre débiles sollozos. —Debo morir así, no volveré a verlo y él no será destrozado por los malditos Plerus. —respira con suavidad y lo mira, aquellos ojos atónitos y llenos de dolor y confusión lo observa. —Amigo mío, tienes tanta suerte de tenerlo… de tener la fuerza para enfrentar a esos bastardos, Dios, yo no puedo hacerlo Harriet, soy un asqueroso cobarde que abandonó entre lágrimas a ese… —Los sollozos y lágrimas ahogaban las palabras que había guardado durante ya más de un año cuando empezó a caer en enfermedad debido a la tristeza. —Harriet, debes estar al tanto de ese niño, ese bastardo está aquí… quizás las pesadillas empiezan a llegar, no lo entenderá, pero… —¿Pesadilla? ¿De qué hablas? —Eres un idiota, ¿tu tío no ha dicho nada? —No, no ha habido tiempo, estuve riendo por un día, luego me enfermé y seguí así por un par de días más, luego lo vi y fue la única forma de recuperarme. —Entiendo. —Lo observa y asiente comprensivo. —Me siento un padre regañando a su hijo por llegar tarde a casa… —ríe repentinamente mientras se apoya en su hombro cansado. —Tengo hambre… —Solo podremos conseguir sangre animal. —Está bien, he estado tomándola desde hace 20 años. —Un vampiro natural siendo vegano, esto es extraño. —dice sarcástico mientras rodea su hombro con el brazo del más débil. —Hablaremos con mi tío, te guste o no. Al menos debes estar vivo hasta que matemos a los dos Plerus que restan en el vasto planeta, ¿escuchaste? —Como digas mamá. —Muy gracioso, vamos, camina. Aquella noche, entre una caminata larga y cansina, llegaron a casa, uno más exhausto que antes y otro alarmado por la condición de su buen amigo José. Su padre no tardó en salir a la sala, pues había percibido el olor de aquel joven que no veía hace décadas, esta vez junto al olor de la muerte. —Mocoso, ¿por qué tardaste tanto en venir? —preguntó mientras quitaba sus ropas con cuidado, pues la hipersensibilidad en su piel aumentaba por las noches y Harvey lo sabía, no ha sido la primera vez que ve a un vampiro morir por la enfermedad extraña que acechaba a algunos desafortunados. —Si hubieses venido te hubiera sanado con mayor facilidad, pero has tardado demasiado, haré todo lo posible para ayudarte… —No quiero parecer una Parca… pero lo diré, ya que estoy muriendo… Harvey… —¿Qué? —Samael… ha vuelto… El color de su piel obtuvo un tono grisáceo, espeluznante y agotador. Sus pupilas normalmente brillantes y llenas de vida, poco comunes en un vampiro, se desvanecieron en lo opaco y sin sentido, sus labios ligeramente fruncidos junto a aquel rostro lleno de desolación se hicieron presente con fuerza, cuando tembló por entero. José, Harriet y Avellana, que apenas se acercaba con algunos implementos médicos de su padre, sintieron un nudo en la garganta que no podían explicar, pero sabían que, jamás, nunca habían visto aquel rostro. Inclusive el vampiro más viejo del planeta, el monstruo más temido de las catatumbas en Egipto, ahora muerto, haya visto aquel rostro en un vampiro, un rostro lleno de tristeza, dolor, ira y temor. Aquello que el ser mundano y usual no ha sabido explicar a pesar de cada una de sus teorías e investigaciones científicas que cada vez cambian a la llegada de algo nuevo. “La ciencia no tiene respuestas absolutas, las matemáticas, si”, dicen con orgullo los mortales, aquellos que desconocen de los seres sin sangre en sus venas, de aquellos sin corazones naturalmente palpitantes. —No. —Aquella palabra salió con debilidad de sus labios secos y apagados. —Harvey… lo siento, pero si no te lo contaba ahora… no hubieras podido prepararte con antelación… —con debilidad toca el hombro de su buen amigo y cierra sus párpados adoloridos. —Acaso… él… —Sí… está buscándote… está en un pueblo según lo que me dijo un Draita… Entreríos… —No, maldita sea, no. —El sonido de aquellas palabras salían temblorosas a lo que Avellana deprisa se acerca y toca su mano. —No me toques. —cierra sus ojos conmocionados y respira profundamente. —Yo… yo… te pondré la inyección de kasja te ayudará a dormir y mañana podré examinarte mejor, estando en esas condiciones, no puedo hacerlo… —se levanta débilmente con la mirada perdida. —Avellana ponle la inyección, me tiemblan las manos. —camina conteniendo las lágrimas, sintiéndose cada vez más enfermo al llegar a su habitación. —Yo iré. Ponle la inyección a José. —Lleno de preocupación, observa a su amigo que le devuelve una sonrisa cansina. —Prefiero verte sonreír como un idiota descarado que no verlo. Déjate atender. —José asiente y su sonrisa desaparece suavemente. Mientras un moribundo se sonreía, el estómago de Harvey se removió con desagrado, las náuseas, el vértigo y las ganas de llorar silenciosamente se hacían presentes. Un profundo dolor se instaló en su pecho y desesperadamente palmeaba el mismo para calmarlo. —Padre… —¿Sabes qué es lo peor de todo esto? Que este maldito dolor no puede sentirlo… no puede por el simple hecho de que ya no me ama, ese maldito bastardo no sabes cuánto lo odio, Harriet. —su voz quebrantada entre sollozos suplicaba, furioso, que aquel dolor desapareciese de su ser para siempre. —¿Sabes lo más triste de esto también? —pregunta escupiendo sus palabras a pesar del evidente rostro lleno de sorpresa y dolor de su padre. —Que nos has mentido a todos estos malditos cientos de años. Nunca te atreviste a decirnos nada sobre ese hijueputa vínculo y ahora después de tanto tiempo nos enteramos a medias lo que pasa entre Samael y tú, ¿sabes qué tampoco es justo? Que estuvieras sufriendo durante siglos por ese vínculo y solo te excusas diciendo que te sientes agotado por tu trabajo, para dormir durante días sin pedir nuestra ayuda jamás. Así que si, toda esta mierda es injusta, padre… —toma una pausa, sintiéndote libre de aquellas palabras en su garganta. — “Harriet, no debes sufrir solo con esto, déjame ayudarte hijo”, ¿lo recuerdas, padre? Porque ahora me siento como una basura por no haberte dicho esas mismas palabras antes. Los sonidos de sus pasos se hicieron profundos y lejanos a los oídos del hombre que dejaba caer lágrimas, entristecido y sin palabra alguna que pudiera remediar aquella traición.
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