Parte 8: Anything To Say, You Are Mine

1538 Words
—Por Dios, Daniel. —con agilidad sobrenatural llega al lugar y sostiene al chico entre sus brazos como a un bebe, teniendo cerca su rostro y agitadas respiraciones. —T-t-tú… —tartamudea impresionado, asustado y ciertamente desconcertado, ¿qué hacía ese hombre en su caso? Más importante ¿Qué hace Harriet en su casa? ¿Cómo sabe dónde vive? ¿Cómo es posible que llegara tan rápido? —Daniel, déjame explicarte. —sintiendo una ligera angustia y tensión por la situación lo observa y entonces ve sus ojos llenarse de lágrimas, asustado. —Lo siento mi amor. —susurra lo último y toca la nuca del chico con suavidad. Un suave jadeo se escucha por parte del chico que suavemente cierra sus ojos hasta desmayarse finalmente sobre su hombro. —Por Dios, Daniel. —suspira frustrado y advertido de lo que acaba de pasar. —Ahora no querrás dormir sin saberlo todo… Con rapidez sube las escaleras y deja al joven sobre la cama con cuidado. Observa su habitación, limpia, con algunos peluches de las ferias que se hacen a diario en la ciudad y sobre todo libros esparcidos por todas partes. —De verdad, eres más revoltoso que antes, susurra para sí mismo y suspira. —Mmm…—se remueve con molestia el chico en la cama. —Esto es imposible…—sorprendido, observa al chico despertar poco a poco algo desorientado y en medio del pánico escapa rápidamente por el balcón de la habitación. Serafina llega a casa y debido a una sensación extraña baja del auto y sube a la habitación de Daniel, encontrándolo dormido con dos panes de maíz y un vaso de leche con mermelada. —Este mocoso, le dije que no se empipara más. —Mmm... —con suavidad abre sus ojos y asustado se sienta en la cama y observa la habitación, ignorando a su madrina. —Hola, hola ¿estás bien? ¿Qué pasó? —pregunta preocupada observando los ojos angustiados y lloroso del niño. —¿Madrina? ¿tu viste a alguien dentro de la casa? —tembloroso y confundido juega con sus manos. —Yo creo que alguien entró, creo que lo he visto antes. —No mi amor, nadie, no hay nadie además de tú y yo aquí, de hecho, fuiste a la cocina a buscar más comida y seguramente te quedaste dormido cuando te sentaste en la cama. Sabes que duermes como un tronco. —suspira y acaricia su mejilla, nunca lo había visto tan asustado. —Le voy a preguntar a los vecinos si vieron algo entraño. ¿Te parece? —Está bien. —asiente algo desorientado. La noche transcurre entre la ansiedad y la confusión. ¿Cómo es posible que Daniel despertara tan rápido? Esa era una de la dudad de Harriet, una que no le dejaba conciliar el sueño. “Imposible es como si mis poderes no le hubieran causado nada”, reflexiona y se levanta para caminar dentro de la habitación, tratando de resolver aquel enigma. —Me vio, se dio cuenta de que era el señor Harriet, por Dios. Con desesperación se acerca a la ventana, con el firme deseo de regresar y explicarle todo hasta el final. Lleno de angustia tiro de sus cabellos y se colocó en cuclillas para pensar mientras observaba el piso a baldosado de la habitación. Algo era seguro y es que el chico lo había identificado, además, recuerdo a detalle lo que había sucedido, y sin duda esto le causaría mayor terror. Cuestionamientos como ¿Por qué el señor Harriet estaba en su casa?... ¿Cómo sabia donde vivía?... ¿Es la primera vez que entraba a su casa tan silenciosamente? Serian algunos de los muchos cuestionamientos que estarían pasando en esta noche de posible insomnio en la mente del chico. —Pero sino iba pudo haber muerto en esa caída o quedar en condiciones lamentables. —suspira aliviado al recordar aquel momento. —No me arrepiento de haber ido. —¡Harriet! —gritando desesperado, Harvey entra a su habitación apresurado con un Samael tratando de calmarlo. —Harriet, mira… esto no puede ser. —entra en sus manos un papel, algo antiguo incluso y áspero. —Estaba dentro de un sobre pegado en la puerta del patio. —Agares, cálmate un poco. —¿Cómo quieres que me calme con esta carta? —exasperado lo observa y luego respira frustrado. Harriet lee atentamente aquella carta que tanto ha alterado a su padre. Sin creer aquella advertencia directa del segundo y último Plerus del planeta. He visto una Almenara. Queridos colegas, qué gusto me ha de saludarlos, en especial a un joven de melena blanca que miran con amor a una Almenara. Debo admitir que me causa envidia y mucha rabia verle sonreír, pero me causa sobre todo felicidad, puesto que tendré que comer para Navidad si es posible. Digo, hombre, si es posible porque tiene a su lado a un Corregidor de buena fuerza, que no dudaría, sí que no, en matarme cuando quiera. No le cuesta formar una barahúnda entre mi gente y los pocos que conforma la suya fuerza. Pero verás en esta faltriquera tan bellas decoraciones para usted, qué es buena personita, personita porque no hay nada que pueda compararse a mi presencia. Agares, sin más que decirles amados colegas, me dirijo a ti para que avises a tu hijo que traigan una buena galera, que la tenga muy pronto, una muy buena, para recoger a los muertos, pero no por el Garrotillo. Siempre suyo, Baltazar Bien Amado de Baviera. —Maldito Plerus…pero… —huele la carta. —No fue él quien lo dejó ahí, fue un Draita. —¿El clan Ashdra ahora está en contra de nosotros? —Avellana entra alarmada y termina de acomodar su abrigo. —Habíamos llegado a acuerdo de paz con esos malditos bastardos. —No te apresures, ya hablé con Amadeus, me dijo que no tenía la menor idea de esto, lo llame en cuanto recibimos la carta. —suspira. —Creo que son desertores del clan, presumo que son 7 u 8, pero ya son demasiados y mucho más teniendo a dos humanos en riego. —observa a Harriet ya Avellana. —Hablando de riesgos. —La peli blanca devuelve la carta. —Mi Ángel ya sabe todo respecto a nosotros, he ido contándole poco a poco durante estos años, así que lo traeré para mantenerlo seguro aquí. —dice con total tranquilidad, haciendo caso omiso a los ojos exaltados de su padre. —No tienes derecho a negarse, tú tienes a tu esposo y yo tengo a mi prometido, lo traeré y punto. —Sale de la habitación a gran velocidad y desaparece de la vista de los presente. —Es mocosa malcriada. —Padre, tiene razón, ya hemos recibido esta carta, lo mejor será mantenerlo aquí, al menos él lo sabe y podrá adaptarse… —¿Hace cuánto no le escribes a ese niño? —Samael con silenciosa preocupación, cuestiona al peli blanco. —Hace… cuatro meses. —Por Dios. —frota su frente. —¿Por qué eres tan torpe? ¿Qué lograbas con no escribirle? —Que se alejara de mí, pero claramente no servirá de nada si sigo haciéndolo uy mucho menos… después de lo que hice ayer. —Dios, todos ustedes me van a volver loco. —Agares, espera. —No, necesito tomar un respiro. —desaparece del lugar sin dejar rastro. —No le prestes atención de momento, está muy preocupado, es todo. —Lo sé… —mira sus manos. —Ayer estuvo a punto de abrir la cabeza con el mesón, estaba buscando mermelada y estaba en una posición peligrosa… sino hubiera llegado él…. —Está bien. —comprensivo acaricia su hombro. —En varias ocasiones salvé la vida de tu padre sin que ninguno de ustedes, incluyéndolo, se dieran cuenta de que estaba ahí, así que comprendo que lo hayas hecho, hiciste lo correcto —Pero en mi caso se ha convertido en un problema. —Pues uno necesario, ¿sino te hubiera identificado, le hubieras dicho la verdad a pesar de ello? Seguro que no… No digo que estar expuesto al peligro, tener tantas dudas y temores respecto a lo que habrá presenciado se algo bueno para su estado emocional, pero eso te retará mucho más a que seas valiente y puedas decirle toda la verdad. Te sugiero que no le impidas saber lo que por derecho le pertenece. —Esto es demasiado peligroso, padre. —¿Desde cuándo ser un Hiena blanca es cosa de hippies? —El peli blanco ríe en respuesta y asiente aun con la constante angustia moverse en su pecho. —Así es un Almus Vitu, no hay nada que pueda detener esa curiosidad e incluso sucesos que siempre deseas evitar. Van a pasar exactamente porque deben encontrarse, así es como funciona…Es un enigma, pero es lo que inevitablemente debe suceder, ya sea para bien o para mal. —acaricia la cabeza del muchacho con cariño. —Deberías pasar a la biblioteca, quizás. Tu padre me dijo que la frecuentabas para pasarte caratas con el niño, quizás, quién sabes, se estén acumulando ahí. Descansa, hijo…
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD