Parte 7: Anything To Say, You Are Mine

1165 Words
—Ay, habló papá oso. —Avellana, no me hagas enojar. Ahora lárguense. —hace un ademán a lo que todos se quedan confundidos. —¿Y cómo por qué nos iríamos a la porra? —Porque Agares y yo tenemos algo pendiente y ustedes nos interrumpieron. —¡Samael! —Lárguense o les parto el cuello. —Adiós papá, suerte. —Adiós señor Harvey, Samael, bonito día. —Adiós papá, Samael, no lo mates. Todos desaparecen rápidamente del lugar entre una fuerte brisa, removiendo sus blancos cabellos. —Cariño, ¿en qué quedamos? —Samael sonriente se acerca a su amado que intenta darse a explicar. Siendo ya las 11 de la noche, la ansiedad se estaba comiendo enteramente a Harriet, la necesidad de ir a verlo estaba creciendo cada vez más y la migraña le acompañaba. Se levantaba una y otra vez para ir al baño, para ir a la cocina y comer panela cruda, observaba la sala y encendía el televisor. —Harriet, te voy a romper el pescuezo, lárgate de aquí a ver al mocoso y déjame dormir. —Con frustración, Avellana aparece frente a sus ojos y alza su voz, irritada. —Harriet… —suspira. —Escucha, si deseas verlo, ve y ya está, por ahora no hay nada que lo impida y si lo hubiera no creo que fuese un impedimento sino más bien un motivo para que incluso, con toda la pena del alma, le digas la verdad si no es que lo descubre antes, como hace tantos años… —Eso es lo que temo, no querrá escucharme y averiguará todo por su cuenta, es algo que no ha cambiado en lo más mínimo… —niega con su cabeza y se sienta en el taburete de la cocina. —No hay forma de que pueda impedirlo. —Harriet, tú en verdad no tienes miedo de que sepa nada más lo que pasa. Tú tienes miedo de que huya de ti. —se cruza de brazos y observa los ojos sorprendidos del contrario, reacción que trata de disimular. —Es mejor que te pongas los pantalones y le digas antes de que sea demasiado tarde y decida, incluso irse sin decir nada. —Avellana… —Avellana, nada, es la verdad, díselo… O se lo voy a decir yo. Y no te atrevas a amenazarme. —advierte y desaparece entre una suave brisa a su habitación. —Dios, me estoy volviendo loco. Al fin al cabo decidió hacer presencia después de semanas lejos del chico, incluso las cartas habían dejado de circular por el hiatus del peli blanco. La noche no colabora mucho a su humor, aunque suene irónico, le hace sentir más culpable y temeroso del recibimiento del chico, probablemente lo odia a estas alturas, aunque parezca infantil, es más importante de lo que una persona del común considera dentro de su psicología. Con precaución se asomó entre las sombras y tenue luz en dirección a la ventana del chico, este estaba viendo televisión, quizás alguna película, serie o telenovela. Tomaba con parsimonia una malteada de fresa junto a galletas de cereza dulce. Sus labios se movían suavemente al masticar, lo que causa en la garganta de Harriet, resequedad, por Dios, cómo necesitaba probar aquellos labios tan dulces y húmedos. —¡Daniel! —¡Señora! —el joven de mejillas regordetas por la comida responde como puede. —¡¿Quieres pan caliente de maíz con queso?! —¡Sí, señora y un vaso leche con dos cucharadas con mermelada de fresa, por favor! —¡Tú y tus inventos raros! —¡Ajam! —ríe agraciado por la situación. —Estamos gritando como viejas de campaña en el mercado. —Mira tú purgante. —la madrina entra rápidamente y deja la bandeja a lado del chico. Observa la basura a su alrededor y suspira. —Niño ¿pasa algo? —No, nada, solo tengo mucha hambre. —Mentiroso. —No quiero hablar de eso ahora, déjame en la maratón. —Mocoso saliste todo el día a comprar y comer palitos de queso, postres y más dulces. Si te sientes ansioso por algo, dímelo directamente, no te pongas a comer así. —Bien…—muerde el pan de maíz con queso en rodajas. —Solo no me siento de ánimo, así que… Quise salir para sentirme mejor y no funciona mucho. —Está bien…—dice pensante. —Tu padrino no está y regresa mañana, cuando vuelva puedes salir con él para comprar ropa, no tienes y la que tenías la volviste una cochinada por andar montándote en todo palo del patio. Déjame, voy donde la señora Amelia y que me dé alguno de los tés que ella vende para ayudarte con ello ¿sí?, estás muy nervioso y no tengo té en casa. —pregunta con suavidad mientras acaricia su cabello. —De acuerdo. —asiente con suavidad mientras mastica apenado. —Está bien, vuelvo en unos 30 minutos, ya sabes que la vieja vive lejitos. —Está bien, coge el carro, el taxi a estas horas es peligroso. —Sí, mi amor, yo saco el carro. Coma, pues. —lo señala con su dedo. —No vas a comer nada más, terminas eso y esperas al té. —Sí, señora. El silencio se hizo y volvió a colocar Perritos al rescate en la televisión. “Ni una carta, ni una carta en semanas, ¿semanas? Dos meses, es un mentiroso idiota”. —Idiota. —tira el trozo de pan en el plato. —Tú no tienes la culpa. —señala al pan y lo observa por un momento antes de volver a cogerlo. —Tú sabes rico, a quesito y maíz, no tienes la culpa de mi glotonería y mal humor. Qué rico. —saborea el pan con delicia. —Quiero otro. —toma el último sorbo de leche con mermelada de fresa y se levanta. —Perdón madrina. —suspira y coloca en pausa la caricatura. —Papá, patatas. —canta mientras saca tres panes gordos de maíz. —Queso, queso y mantequilla. —salta emocionado y con pereza. —Leche. —abre la nevera y sirve un gran vaso de leche. —Mermelada de mora, es mejor. —rebusca en los cajones y observa con cuidado la cocina. —Ay, no, ¿otra vez? —hace pucheros y lloriquea. —Te amo madrina, ¿pero por qué pones eso tan arriba? —ansioso y hambriento se monta en el mesón con cuidado para abrir los cajones de arriba. —Ya casi. —se sostiene inseguro a los lados y alcanza la mermelada de mora, pero entonces ve los kiwis caramelizados y observa por unos segundos. —Unos cuantos no hacen daño. —se estira lo más que puede para alcanzarlo. —Ya… Casi…—casi aguantando la respiración da un estirón final el cual le hace perder el equilibrio, cierra sus ojos esperando el terrible impacto y chilla asustado en el proceso.
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