El matrimonio entre Altea y Leander no era un común, de eso no cabía ninguna duda. Sin embargo, lo que ninguno de ellos esperaba es lo que sus padres le informarían después de la ceremonia. Les costo entender y aceptar la decisión, pero no les quedo otra opción más que obedecer y subirse al carruaje que los llevaría a su nueva vivienda.
Leander conocía perfectamente el palacio que quedaba cerca de la frontera con el imperio de Drunia, ese fue el sitio donde sus padres y él se refugiaban en el verano cuando la abundancia era parte de su vida. Por otra parte, para Altea todo era desconocido, incluso cruzar los limites hacia el imperio que hasta hace poco tiempo era enemigo.
Las ruedas de madera del carruaje se esforzaban por cruzar las calles repletas de piedras y hojas, pero los caballos con su gran fuerza conseguían cumplir el objetivo de avanzar. El heredero del imperio de Ceviel no pronunciaba ninguna palabra, solo estaba sentado del lado opuesto a su esposa y observaba a la mujer que ahora portaba el mismo anillo que él.
No cabía duda de que Altea era una mujer bella, su rostro pálido hacía que sus ojos grises resaltaran de una manera única, y su cabello casi dorado enmarcaba perfectamente los rastros elegantes que poseía.
Leander veía toda esta belleza en ella, pero así todo, no podía olvidar a la mujer que conoció en sus peores momentos en la guerra. Sus ojos se cerraron al recordar a Karyna y un suspiro se escapó de él. Aquella fría noche de invierno volvió a resonar en su cabeza, la forma en que ella lo acogió en su humilde hogar, esa manera que curo sus heridas, y luego con el pasar de los días nació un amor que llevo a que la joven le entregara todo lo que era.
El puño de Leander se cerró de manera instintiva mientras que sujetaba el dije en forma de cruz que colgaba de su cuello, un regalo que ella le hizo la noche en la que se despidieron.
—¿Amas a alguien? —fue la pregunta que se escapó de sus labios.
Altea lo miro sorprendida, pero él no se quedaba atrás, tampoco podía entender como había sido capaz de hacer esa pregunta.
—Esa pregunta es difícil de responder —expreso ella con total sinceridad.
Leander la observo con dudas, trataba de entender lo que pasaba por la mente de la joven, pero no conseguía descifrar el mensaje.
—No entiendo —se decidió por presionar.
—Hasta hace unas horas, mi corazón le pertenecía a un hombre, pero él lo rompió al rendirse tan fácilmente. Pensé que lucharía por mí, sin embargo, me pidió que me enamorara de ti para salvar al pueblo —contó ella y agacho su mirada una vez más.
Leander no distinguía como debía sentirse después de tal confesión. Por momentos entendía que él era el esposo y que mencionar a otro hombre era una absoluta falta de respeto. Luego su mente, le recordaba los términos en los que se llevó a cabo el matrimonio y comprendido que no podía reclamar absolutamente nada.
—¿Puedo conocer su nombre? —averiguo, pero inmediatamente, su esposa negó.
—No quiero que tú ni nuestras familias lo maten, prefiero reservarme esa información —expuso y él sonrió.
—Está bien, lo respetare —explico y ahora era ella quien lo observaba de una forma extraña.
—¿Y tú? ¿Amas a alguien? —rebatió haciendo la misma pregunta.
Una media sonrisa se dibujó en el rostro de él y fue en ese momento que Altea comprendido la respuesta sin que él la dijera.
Un sentimiento extraño la invadió por dentro, sentía celos de alguien a quien no amaba, pero eran esos instinto primitivos lo que la hacían gritar por dentro que él era su esposo y que algo como esto era inadmisible.
—Conocí el amor una sola vez en la vida, y si no estoy con ella en estos momentos es porque debí sacrificarme por mi pueblo —se sinceró.
Él desconocía que esas palabras le dolerían tanto a su esposa. Fue tal la reacción que Altea subió la capucha de la capa que la cubría y oculto su tristeza entre medio de aquellas gruesas telas.
—No te preocupes, yo tampoco sé cómo voy a amarte; ambos fuimos el sacrificio de nuestros pueblos —rebatió en un acto por defender su orgullo, algo que aun no amando a Leander, se sintió herido.
Ella pretendió cerrar sus ojos para descansar en el trayecto, pero así todo escucho las últimas palabras de Leander de Ceviel.
—Tendremos que encontrar la forma.
Esa frase pesaba por lo que significaba, pero también porque el amor no podía ser fingido, y amando a otras personas; no quedaba otra opción.