Después de lo que para Leander y Altea pareció una eternidad, ambos entraron al palacio. El lugar era enorme, tenia varias recamaras, salones, y hasta un hermoso jardín. En tiempos donde las riquezas abundaban, el emperador de Ceviel había contratado a los mejores artistas del momento para que plasmaran su arte en las paredes y techos del lugar. Sin duda alguna el sitio era hermoso, pero para Altea todo se veía gris.
—¿Y el personal? —cuestiono ella mientras caminaba por los largos pasillos repletos de pinturas.
—Tienen órdenes de no interactuar con nosotros. Estamos en tiempos de crisis, por ende, son pocos y solo harán lo necesario para que tengamos de comer y que todo este limpio —expuso Leander caminando a su lado.
Altea no respondió a sus palabras, solo asintió levemente y continúo observando el lugar mientras que se preguntaba si tendría que compartir la alcoba con su esposo o también habría un acuerdo especial para esto. Por el otro lado, él estaba lleno de contradicciones.
Por una parte, sabía que si quería que las cosas marcharan como todos esperaban, debería acercarse a Alte. Sin embargo, por otra parte, no quería forzarla a nada. En el fondo, Leander era consciente que obligar a Altea a algo sería contraproducente, aunque también su decisión de debía a lo que el continuaba sintiendo por Karyna.
Ella se detuvo al final del pasillo donde un semicírculo vinculaba las entradas a las habitaciones principales y miro algo confundida la extraña distribución de los ambientes.
—Esa será tu habitación, y aquella será la mía —anuncio Leander finalmente y ella asintió.
La joven no tenía mucho que decir, solo fue hacia la imponente puerta doble de su habitación, y entro dándose cuenta de que, de alguna extraña manera, su equipaje ya aguardaba por ella.
Con el pasar de los minutos, Altea y Leander descubrieron que no solo estaba aquel pequeño cofre con ropa que vino con ellos en el carruaje, sino que la mayoría de sus pertenencias. Sin embargo, las pertenencias estaban todas en la habitación que ocupaba Altea.
Leander, escucho su nombre a la distancia y un tanto preocupado fue a ver su esposa para entender lo que sucedía. Ella inmediatamente le conto la situación y le mostro la ropa. Ambos dedujeron que sus padres fueron los responsables de que todo esto llegara aquí, lo no sabían es que la pareja dormiría en cuartos separados. Altea miro a Leander como tratando de comprender que hacer y él firmemente cerro las puertas de los guardarropas.
—Deja las cosas aquí, no queremos que ellos se enteren de que dormimos en cuartos separados —indico y ella lo miro con confusión.
—Cuando arreglen nuestros cuartos la servidumbre se dará cuenta y posiblemente alguien lo comunique a nuestros padres —expuso ella conociendo que no todo se quedaría entre las paredes de este palacio.
—Me asegurare de que eso no suceda, tú no te preocupes —le aseguro él con firmeza y luego, sin pronunciar una sola palabra más, se retiró de la habitación de su esposa.
Leander decidió recorrer el palacio asegurándose de que cada rincón estuviera resplandeciente. Sus años en el ejército, lo habían convertido en un hombre muy diciplinado, pero también en alguien que no conocía lo que significaba estar quieto. Salió a los jardines mientras que su cabeza recordaba los momentos que vivió en este lugar y a pesar del frio que aún se sentía, se acercó a la orilla del lago y se quedó viendo a la nada.
Su mente le gritaba mil cosas a la vez, por momentos se sentía culpable por estar en ese lugar sin hacer nada más por su gente. Luego recordaba a Karyna y sus sentimientos se convertían en una tempestad. A pesar de todo esto, también era consciente de que debía hacer cumplir las palabras de aquella leyenda y enamorarse de Altea, pero ¿Cómo?
Él siempre había sido un hombre coherente, no creía en la magia en ninguna de sus formas, tampoco en los curanderos del imperio, y mucho menos en leyendas, pero ahora no le quedaba otra opción más que dejar atrás todo en lo que él creía y hacerse a la idea de que aquella leyenda era cierta.
—¿Cómo puedo enamorarme de ti? —se preguntó en voz alta hasta que el sonido de unos pasos lo hicieron voltear a ver.
—Yo también me pregunto cómo puedo enamorarme de ti —hablo Altea quien había seguido a su esposo hasta la orilla del lago.
Él sonrió y se acercó a ella.
—¿Es extraño? ¿No? Normalmente te enamoras de alguien si siquiera pensarlo, pero ahora que le estamos pidiendo al corazón que se enamore de alguien en específico, no podemos —menciono y ella sonrió.
—¿Y si comenzamos de cero? —pregunto ella.
Él la miro con dudas y es que no comprendía sus palabras.
—¿Cómo sería eso? —averiguo finalmente y sin decir una palabra, Altea le ofrecio su mano.
—Mucho gusto, Altea Drunia, hija del emperador Guillermo de Drunia, también esposa de Leander Ceviel —hablo con una sonrisa en su rostro y él sonrió también.
Siguiendo el juego de su esposa, el tomo su mano y beso su dorso.
—Un placer conocerla, soy Leander Ceviel, hijo del emperador Felipe de Ceviel, también esposo de una bella mujer llamada Altea Drunia —pronuncio sorprendiendo a Altea con esas últimas palabras.
—¿Bella mujer? —cuestiono y él asintió.
—Muy bella mujer —reitero y una mirada nueva se reflejaba en los ojos de ambos, era muy temprano para llamarlo amor, pero tal vez era el inicio de algo nuevo, algo diferente.