Oliver retiró su mano y, de repente, las imágenes se disiparon enseguida. Pero no la información, como si ahora estuviera sellada en su mente, trasladadas de forma fotográfica de las páginas a su memoria. Se le ocurrió que esta información podía ser el eslabón perdido que se necesitaba para crear invisibilidad con éxito. De golpe, Oliver soltó un soplido y abrió los ojos. Era el amanecer. Estaba de nuevo en su habitación, tirado sobre el escritorio en el que se había quedado dormido mientras trabajaba en la capa. De hecho, se sentía muy raro, con la sensación persistente de que su poder todavía chisporroteaba por las venas. Se miró fijamente la mano, el dedo índice que había tocado la gamba, abrumado por la experiencia de tener información implantada en su mente aparentemente de la nada.