CAPÍTULO QUINCE De pie al lado de la barrera de cristal, Oliver miraba hacia abajo al interior de la Escuela de Videntes. La vista era asombrosa. Descendía por lo menos cuarenta pisos y parecía una universidad moderna y en crecimiento. Atravesando el hueco del atrio central había una serie de pasarelas que se entrecruzaban y, por encima de ellas, los estudiantes caminaban, con libros en los brazos y sonrisas en las caras. Había muchos. Muchos niños como Oliver. Observaba, con los ojos muy abiertos, cómo todos los estudiantes iban deprisa y corriendo, apresurándose hasta sus siguientes clases. Parecía que se movían muy rápido, como si alguien los hubiera acelerado. De repente, Oliver se dio cuenta de que todas las pasarelas eran cintas transportadoras. En cuanto la gente desaparecía det