Subo en el ascensor hasta mi estudio con una estúpida sonrisa
dibujada en los labios. En mi planta hay un estallido de gente
de un lado hacia otro y todos me saludan amables.
Ava, mi asistente, viene hacia mí corriendo. Cuando llega
a mi lado, entrecierra los ojos. Es una chica muy guapa,
morena de pelo y piel, con unos increíbles ojazos color miel.
Siempre va impecablemente vestida con trajes sobrios, menos
los viernes, que se viste más sexi y rompedora para salir
después del trabajo a comerse el mundo.
Lleva un precioso vestido blanco. Estoy segura de que es
escotado por la espalda, pero que ahora mismo está cubierto
con una elegante americana negra.
—Qué buena cara tienes —admira incrédula, pero con una
sonrisa cómplice—. ¿Qué hiciste anoche? —Baja la voz y me
codea el brazo.
—Bueno, fui a un bar nuevo a tomar algo con Paula y
conocí al hermano de Ivet Hazard.
Abre la boca, perpleja.
—¿Cuál? ¿Emmett u Oliver?
La miro con los ojos de par en par.
—¿Los conoces? —pregunto con recelo sobre lo que mi
siempre bien informada asistente pueda contarme de Oliver.
Se echa a reír.
—Todo Nueva York, jefa. —Y es entonces cuando bajo la
vertiginosa caída de mi nube—. No pongas esa cara, Hal.
Oliver Hazard es uno de los solteros más codiciados de
Manhattan, el más importante magnate en los negocios de
todos los puñeteros Estados Unidos de América. Y Emmett es
vicepresidente de su empresa, Hazard Corporations. De sus
vidas privadas se sabe poco, tan solo un par de mujeres que
nunca se ha confirmado que sean nada de cara a la galería y
nada más. Supongo que se guardan bien las espaldas —argumenta pensativa y me contempla con una enorme sonrisa—. Pero cuéntame —cotillea al entrar en mi oficina y
cierra la puerta.
Voy hacia mi mesa y dejo mi maletín.
Me encanta estar aquí. Mi escritorio blanco ordenado a la
perfección frente a dos sillones de piel negra que rodean una
mesita de café de cristal de bohemia tallado y patas de acero
inoxidable. A un lado una gran estantería pegada a la pared de
punta a punta y tras de mí unos enormes ventanales con las
lejanas vistas a la bahía de Hudson. La parte que más me gusta
de mi oficina está al otro lado; una explosión de colores creadas
por las telas, maniquíes, mis máquinas de coser, miles de cajas
de hilos, botones, piedras preciosas y todo un abanico que me
permite crear. Un precioso desorden.
—Los conocimos a los dos. Estaban en un pub. Cenamos
con ellos, lo pasamos bien y luego pasé la noche con Oliver
Hazard.
Ava da unas infantiles palmitas entusiastas.
—No te ofendas, pero ya era hora de que te quitaras las
telarañas del imbécil de tu ex. Y sabes que estoy teniendo
consideración con él.
Chasqueo la lengua. Me giro para colgar mi abrigo y mi
bolso.
—Ya lo sé, Ava. Afortunadamente abrí los ojos.
Sonríe con cariño.
Es mi asistente, pero, sobre todo, mi amiga. Cuando me
embarqué en mi carrera de diseño y empecé a hacerme
conocida, Ava fue la primera integrante de mi organigrama.
Hasta el día de hoy es mi más fiel amiga y confidente.
Saco mi móvil del bolso y lo dejo en la mesa.
—¿Quieres un café?
Asiente reticente.
—Déjame que yo los prepare.
La ignoro. Voy hacia una extensión cerrada de mi
estantería y abro las puertas donde está mi cafetera. Soy una
persona que necesita mucho café cuando estoy inspirada y no
me gusta estar pidiéndoselo a Ava todo el rato, de modo que
no podía faltar una cafetera al alcance de mi mano.
—Pasamos una magnífica noche. Oliver es increíble, muy
educado, divertido, guapísimo e increíble en la cama. Lo tiene
todo —relato sin poder ocultar mi emoción—. Esta mañana
me ha llamado para traerme al trabajo. También quiere
recogerme luego y llevarme a cenar.
Lleno dos tazas de porcelana con estampado rojo.
Las llevo hacia la mesita de café y las dejo frente a los
sillones individuales. Ava salta por el azúcar y vuelve a
sentarse, perpleja.
Tocan la puerta con energía y Paula entra como una
tromba.
—Buenos días, chicas —saluda con alegría y cierra tras de
ella.
—Otra con esa sonrisa radiante —suelta Ava al negar con
la cabeza—. Unas tanto y otras tan poco —gruñe.
Echa azúcar en su taza y remueve el café.
Me río.
—Unas más que otras —advierte Paula y me mira con sus
ojos verdes inquisitivos.
Va muy elegante vestida con un traje pantalón azul marino,
camisa blanca y un precioso pañuelo alrededor del cuello.
—¿A ti también te ha llevado a desayunar el pequeño de
los Hazard? —inquiere Ava.
Paula me observa con los ojos como platos.
Le cedo mi sillón y voy a prepararle un café.
—Espera, espera. Lo último que sé es que salías de su piso
a las seis y pico de la mañana. ¿Qué desayuno?
Ava explota contándole todo. —Eso quiere decir que está
muy pillado, Haley —dice mi romántica amiga.
—¿Qué dices? —salta Paula—. Haley es como un icono
del placer. El muy salido querrá ver todas sus colecciones para
luego fardar con sus amigos de ella. —Dentro de mí algo
explota de pura decepción—. Pequeña, ya sabes que los tíos
cuando saben quién eres lo primero que te preguntan es qué
conjunto llevas debajo.
Escondo mi incomodidad tras mi taza de café y el
estómago se me encoge cuando recuerdo que se quedó con mi
ropa interior.
—Bobadas. Oliver Hazard puede tener a la mujer que
quiera. No creo que sea de esos —suelta Ava. Aunque lo dice
con ánimo de apoyarme, me hundo más en mi desconfianza.
—Dos noches más y serás historia para Oliver Hazard, Haley
—promete. Me quedo sin respiración unos segundos—.
Hazme caso, sé de hombres. Lo mejor es no involucrarte con
ellos. El amor duele, no es bonito, ni compasivo. Ya te has
dado cuenta con Matt —me recuerda. Bajo con rapidez la
mirada.
Sé lo que dice por ayudarme, pero joder...
—Vamos, Paula, todos no son iguales. —Ava sale en mi
rescate y Paula la fulmina.
—De nosotras tres, ¿a cuál le ha ido bien en una relación
seria con un tío? —En mi oficina se hace el silencio—. Pues
eso digo —resuelve, después me mira—. Le has gustado
mucho, sí, pero lo mejor es que mantengas las distancias.
Disfruta de tus días con él sin ilusiones y luego a otra cosa,
mariposa. Me lo agradecerás cuando te deje.
Ava gruñe.
—No le hagas ni puto caso. Todos no son iguales. ¿Te dijo
a ti Emmett que te quedaras en su casa a dormir? —Paula la
mira muy seria—. ¿Te ha llevado al trabajo? ¿Te ha invitado a
desayunar? Incluso van a cenar luego, por el amor de Dios
—exclama Ava, exasperada—. Os habéis gustado. Puede que
no esté pensando en pedirte matrimonio, pero está claro que
quiere intentarlo con ella. ¿Qué hombre hace eso? —inquiere
más relajada.
—Un gay que no ha salido del armario—se burla Paula.
—Mírale la cara —dice Ava, señalándome—. La han
follado mejor que en toda su vida.
Ambas me miran y de pronto rompemos a reír a
carcajadas.
Tocan la puerta y Ava se levanta para ir a abrir a Claire, de
recepción, quien le entrega una caja rosa palo con un precioso
lazo dorado. Cierra con el pie. Me observa con una pícara
sonrisa y deja la caja en mi mesa.
Las dos me rodean y admiramos el presente.
—Es un conquistador nato —masculla Paula cuando saco
la tarjeta de entre los lazos y vemos en el dorso el nombre
grabado en dorado de Oliver Hazard.
—Ábrela, ábrela —presiona Ava sin poder contenerse—.
Oh... qué bonitas.
Sonrío al admirar los capullos de rosas rosa pálido que
rellenan perfectamente la caja.
—La verdad es que sí —dice Paula.
Ambas la miramos, incrédulas. Ella sonríe y pone los ojos
en blanco.
—¿Qué dice la nota? —cuestiona Ava.
Sostengo el sobre en mis manos y me lo llevo al pecho.
—¡Ay, por Dios, Haley! —grita Paula, horrorizada.
Me echo a reír a carcajada limpia.
—Anoche no eras tan reacia al amor —me burlo.
Gruñe.
—Sí lo era, solo que en esos momentos sentía con otro
órgano.
Vuelvo a reír.
—Es peor que un tío —resopla Ava entre risas.
—Por eso nos llevamos tan bien —comenta con una
sonrisa maliciosa y se gira para coger su bolso—. Bueno,
preciosidades, me tengo que pirar. Os dejo aquí entre cupidos
y corazones flotantes. Tengo trabajo. Y tú —me señala con el
dedo—, ve con calma. Me lo agradecerás. —Asiento. Suaviza
la mirada y me abraza—. Aunque estoy con Ava, tienes muy
buena cara.
Sonrío radiante.
—Sí, claro. Tú vas a ver si el hermano te ha enviado flores
también —la pincha Ava.
Paula se vuelve con una sonrisa fría.
—Mira, pues los conejos del zoo tendrían alimento para un
rato con ellas —responde maliciosa, haciéndonos reír—. Te
llamo, pequeña.
Asiento.
—Yo también me voy, jefa. Tengo que enviar unos
diseños. —Ava vuelve a ser mi mejor profesional.
Asiento por enésima vez.
—Bien. Ava. No me pases llamadas. Si se me va el santo
al cielo, avísame a las seis.
Sonríe.
—Muy bien.
Y sin más, sale por la puerta, dejándome frente a una caja
de rosas y un sobre.
Respiro hondo y lo abro.
Gracias por la noche de ayer y por compartir el desayuno conmigo,
aunque si te digo la verdad, ya estoy deseando volver a verte.
Contando las horas, nena.
Oliver.
Sonrío como una tonta romántica empedernida.
Sin darle muchas vueltas a los consejos radicales de Paula
y con las exageradas expectativas de Ava, intento mantenerme
imparcial y le mando un mensaje.
Haley: Oliver, muchas gracias por las rosas son preciosas.
Yo también estoy deseando verte tan solo dentro de... 8 horas y 47
minutos.
Dejo el teléfono en la mesa con una sonrisa. Voy a mi zona
de creación y me siento frente a mi caballete para hacer el
diseño.
Sé lo que quiero hacer desde que me vi en el espejo esta
mañana: rosado como mis mejillas y brillante como mis ojos.
Sonrío.
Bien, hagamos magia.