Soltero codiciado.

1833 Words
Subo en el ascensor hasta mi estudio con una estúpida sonrisa dibujada en los labios. En mi planta hay un estallido de gente de un lado hacia otro y todos me saludan amables. Ava, mi asistente, viene hacia mí corriendo. Cuando llega a mi lado, entrecierra los ojos. Es una chica muy guapa, morena de pelo y piel, con unos increíbles ojazos color miel. Siempre va impecablemente vestida con trajes sobrios, menos los viernes, que se viste más sexi y rompedora para salir después del trabajo a comerse el mundo. Lleva un precioso vestido blanco. Estoy segura de que es escotado por la espalda, pero que ahora mismo está cubierto con una elegante americana negra. —Qué buena cara tienes —admira incrédula, pero con una sonrisa cómplice—. ¿Qué hiciste anoche? —Baja la voz y me codea el brazo. —Bueno, fui a un bar nuevo a tomar algo con Paula y conocí al hermano de Ivet Hazard. Abre la boca, perpleja. —¿Cuál? ¿Emmett u Oliver? La miro con los ojos de par en par. —¿Los conoces? —pregunto con recelo sobre lo que mi siempre bien informada asistente pueda contarme de Oliver. Se echa a reír. —Todo Nueva York, jefa. —Y es entonces cuando bajo la vertiginosa caída de mi nube—. No pongas esa cara, Hal. Oliver Hazard es uno de los solteros más codiciados de Manhattan, el más importante magnate en los negocios de todos los puñeteros Estados Unidos de América. Y Emmett es vicepresidente de su empresa, Hazard Corporations. De sus vidas privadas se sabe poco, tan solo un par de mujeres que nunca se ha confirmado que sean nada de cara a la galería y nada más. Supongo que se guardan bien las espaldas —argumenta pensativa y me contempla con una enorme sonrisa—. Pero cuéntame —cotillea al entrar en mi oficina y cierra la puerta. Voy hacia mi mesa y dejo mi maletín. Me encanta estar aquí. Mi escritorio blanco ordenado a la perfección frente a dos sillones de piel negra que rodean una mesita de café de cristal de bohemia tallado y patas de acero inoxidable. A un lado una gran estantería pegada a la pared de punta a punta y tras de mí unos enormes ventanales con las lejanas vistas a la bahía de Hudson. La parte que más me gusta de mi oficina está al otro lado; una explosión de colores creadas por las telas, maniquíes, mis máquinas de coser, miles de cajas de hilos, botones, piedras preciosas y todo un abanico que me permite crear. Un precioso desorden. —Los conocimos a los dos. Estaban en un pub. Cenamos con ellos, lo pasamos bien y luego pasé la noche con Oliver Hazard. Ava da unas infantiles palmitas entusiastas. —No te ofendas, pero ya era hora de que te quitaras las telarañas del imbécil de tu ex. Y sabes que estoy teniendo consideración con él. Chasqueo la lengua. Me giro para colgar mi abrigo y mi bolso. —Ya lo sé, Ava. Afortunadamente abrí los ojos. Sonríe con cariño. Es mi asistente, pero, sobre todo, mi amiga. Cuando me embarqué en mi carrera de diseño y empecé a hacerme conocida, Ava fue la primera integrante de mi organigrama. Hasta el día de hoy es mi más fiel amiga y confidente. Saco mi móvil del bolso y lo dejo en la mesa. —¿Quieres un café? Asiente reticente. —Déjame que yo los prepare. La ignoro. Voy hacia una extensión cerrada de mi estantería y abro las puertas donde está mi cafetera. Soy una persona que necesita mucho café cuando estoy inspirada y no me gusta estar pidiéndoselo a Ava todo el rato, de modo que no podía faltar una cafetera al alcance de mi mano. —Pasamos una magnífica noche. Oliver es increíble, muy educado, divertido, guapísimo e increíble en la cama. Lo tiene todo —relato sin poder ocultar mi emoción—. Esta mañana me ha llamado para traerme al trabajo. También quiere recogerme luego y llevarme a cenar. Lleno dos tazas de porcelana con estampado rojo. Las llevo hacia la mesita de café y las dejo frente a los sillones individuales. Ava salta por el azúcar y vuelve a sentarse, perpleja. Tocan la puerta con energía y Paula entra como una tromba. —Buenos días, chicas —saluda con alegría y cierra tras de ella. —Otra con esa sonrisa radiante —suelta Ava al negar con la cabeza—. Unas tanto y otras tan poco —gruñe. Echa azúcar en su taza y remueve el café. Me río. —Unas más que otras —advierte Paula y me mira con sus ojos verdes inquisitivos. Va muy elegante vestida con un traje pantalón azul marino, camisa blanca y un precioso pañuelo alrededor del cuello. —¿A ti también te ha llevado a desayunar el pequeño de los Hazard? —inquiere Ava. Paula me observa con los ojos como platos. Le cedo mi sillón y voy a prepararle un café. —Espera, espera. Lo último que sé es que salías de su piso a las seis y pico de la mañana. ¿Qué desayuno? Ava explota contándole todo. —Eso quiere decir que está muy pillado, Haley —dice mi romántica amiga. —¿Qué dices? —salta Paula—. Haley es como un icono del placer. El muy salido querrá ver todas sus colecciones para luego fardar con sus amigos de ella. —Dentro de mí algo explota de pura decepción—. Pequeña, ya sabes que los tíos cuando saben quién eres lo primero que te preguntan es qué conjunto llevas debajo. Escondo mi incomodidad tras mi taza de café y el estómago se me encoge cuando recuerdo que se quedó con mi ropa interior. —Bobadas. Oliver Hazard puede tener a la mujer que quiera. No creo que sea de esos —suelta Ava. Aunque lo dice con ánimo de apoyarme, me hundo más en mi desconfianza. —Dos noches más y serás historia para Oliver Hazard, Haley —promete. Me quedo sin respiración unos segundos—. Hazme caso, sé de hombres. Lo mejor es no involucrarte con ellos. El amor duele, no es bonito, ni compasivo. Ya te has dado cuenta con Matt —me recuerda. Bajo con rapidez la mirada. Sé lo que dice por ayudarme, pero joder... —Vamos, Paula, todos no son iguales. —Ava sale en mi rescate y Paula la fulmina. —De nosotras tres, ¿a cuál le ha ido bien en una relación seria con un tío? —En mi oficina se hace el silencio—. Pues eso digo —resuelve, después me mira—. Le has gustado mucho, sí, pero lo mejor es que mantengas las distancias. Disfruta de tus días con él sin ilusiones y luego a otra cosa, mariposa. Me lo agradecerás cuando te deje. Ava gruñe. —No le hagas ni puto caso. Todos no son iguales. ¿Te dijo a ti Emmett que te quedaras en su casa a dormir? —Paula la mira muy seria—. ¿Te ha llevado al trabajo? ¿Te ha invitado a desayunar? Incluso van a cenar luego, por el amor de Dios —exclama Ava, exasperada—. Os habéis gustado. Puede que no esté pensando en pedirte matrimonio, pero está claro que quiere intentarlo con ella. ¿Qué hombre hace eso? —inquiere más relajada. —Un gay que no ha salido del armario—se burla Paula. —Mírale la cara —dice Ava, señalándome—. La han follado mejor que en toda su vida. Ambas me miran y de pronto rompemos a reír a carcajadas. Tocan la puerta y Ava se levanta para ir a abrir a Claire, de recepción, quien le entrega una caja rosa palo con un precioso lazo dorado. Cierra con el pie. Me observa con una pícara sonrisa y deja la caja en mi mesa. Las dos me rodean y admiramos el presente. —Es un conquistador nato —masculla Paula cuando saco la tarjeta de entre los lazos y vemos en el dorso el nombre grabado en dorado de Oliver Hazard. —Ábrela, ábrela —presiona Ava sin poder contenerse—. Oh... qué bonitas. Sonrío al admirar los capullos de rosas rosa pálido que rellenan perfectamente la caja. —La verdad es que sí —dice Paula. Ambas la miramos, incrédulas. Ella sonríe y pone los ojos en blanco. —¿Qué dice la nota? —cuestiona Ava. Sostengo el sobre en mis manos y me lo llevo al pecho. —¡Ay, por Dios, Haley! —grita Paula, horrorizada. Me echo a reír a carcajada limpia. —Anoche no eras tan reacia al amor —me burlo. Gruñe. —Sí lo era, solo que en esos momentos sentía con otro órgano. Vuelvo a reír. —Es peor que un tío —resopla Ava entre risas. —Por eso nos llevamos tan bien —comenta con una sonrisa maliciosa y se gira para coger su bolso—. Bueno, preciosidades, me tengo que pirar. Os dejo aquí entre cupidos y corazones flotantes. Tengo trabajo. Y tú —me señala con el dedo—, ve con calma. Me lo agradecerás. —Asiento. Suaviza la mirada y me abraza—. Aunque estoy con Ava, tienes muy buena cara. Sonrío radiante. —Sí, claro. Tú vas a ver si el hermano te ha enviado flores también —la pincha Ava. Paula se vuelve con una sonrisa fría. —Mira, pues los conejos del zoo tendrían alimento para un rato con ellas —responde maliciosa, haciéndonos reír—. Te llamo, pequeña. Asiento. —Yo también me voy, jefa. Tengo que enviar unos diseños. —Ava vuelve a ser mi mejor profesional. Asiento por enésima vez. —Bien. Ava. No me pases llamadas. Si se me va el santo al cielo, avísame a las seis. Sonríe. —Muy bien. Y sin más, sale por la puerta, dejándome frente a una caja de rosas y un sobre. Respiro hondo y lo abro. Gracias por la noche de ayer y por compartir el desayuno conmigo, aunque si te digo la verdad, ya estoy deseando volver a verte. Contando las horas, nena. Oliver. Sonrío como una tonta romántica empedernida. Sin darle muchas vueltas a los consejos radicales de Paula y con las exageradas expectativas de Ava, intento mantenerme imparcial y le mando un mensaje. Haley: Oliver, muchas gracias por las rosas son preciosas. Yo también estoy deseando verte tan solo dentro de... 8 horas y 47 minutos. Dejo el teléfono en la mesa con una sonrisa. Voy a mi zona de creación y me siento frente a mi caballete para hacer el diseño. Sé lo que quiero hacer desde que me vi en el espejo esta mañana: rosado como mis mejillas y brillante como mis ojos. Sonrío. Bien, hagamos magia.
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