Ambos nos sobresaltamos. Miro a la chica de unos quince años que nos observa con los ojos llenos de furia. Es guapísima. Tiene el pelo rubio y los ojos grises como... como... su padre. Oliver me cubre al correr el albornoz. Es entonces cuando le contemplo; hace una mueca de disculpa al mirarme y vuelve la mirada a la chica. —Carol, ¿qué haces aquí? Ella se cruza de brazos, molesta. —Perdona por molestarte, papá. Ya veo que prefieres estar con chicas que parecen mis hermanas, a estar conmigo que soy tu hija —profiere entre chillidos y sale pitando hacia el interior de la casa. Miro a Oliver, quien suspira frotándose la cara y me mira lleno de frustración. —Perdóname, se supone que este fin de semana estaba con su madre. —Me sostiene con firmeza cuando intento levanta