Prisionero de ella

1657 Words
Capítulo 20 —¿De verdad tienes que ir a una junta? Elías, habíamos quedado en ver el banquete para la recepción después de la boda —se quejó Helena, yo me vi en la obligación de mentir, no me sentía orgulloso de eso, pero necesitaba ver nuevamente a Alex. —Cariño, te prometo que estaré contigo en toda la organización, pero debo ir a esta reunión, es sumamente importante —hablé con convencimiento, ella hizo puchero con los brazos cruzados, terminé de arreglarme la corbata y me acerqué para besar su mejilla. No estés triste, sabes que detesto verte así, te voy a compensar, ¿a dónde te gustaría ir este fin de semana? —utilicé el chantaje, porque sabía bien que Helena amaba salir de compras y todas esas cosas de mujeres. Ella amplió una sonrisa y antes de poder contestar puse mi dedo en medio de sus labios. —Piénsalo bien, cuando regrese quiero que me digas y no tendrás restricciones esta vez, podrás usar la tarjeta dorada que tanto te gusta —hice más tentadora la oferta y cedió al instante. Me rodeó el cuello con ambos brazos besando mis labios, sin embargo, sentí tan extraño ese beso. Desde la noche anterior comencé a tener experiencias un poco raras, como que la cercanía con Helena era diferente y empecé a hacer comparación, sabía que eso estaba mal, pero mi cabeza no dejaba de ver a Alex en todas partes. Sus ojos marrones se hicieron presente y la sonrisa hipnotizante que era capaz de convencerme hasta de lanzarme de un quinto piso, reinó en mis pensamientos al punto de encontrarme prisionero en mi propia mente. Ella creó una especie de hechizo con ese beso, me encadenó a su esencia maravillosa, al deseo de volver a tenerla entre mis brazos una vez más. Subí al auto conduciendo al lugar de encuentro con Alex, pensé en tantas cosas para preguntar, anhelando saber la razón por la cual guardó el anillo que le regalé hace tantos años. Mi teléfono sonó y activé el manos libres para poder hablar con tranquilidad, al tiempo que conducía. La voz de Alex se hizo presente, provocando una corriente satisfactoria en cada lugar de mi cuerpo, sentí emoción al escuchar la suavidad de su voz, que parecía ser música para mis oídos. —Hola, Elías, estoy aquí, pero no te veo —expresó. —Lo siento, se me hizo un poco tarde, pero estaré ahí en unos 15 minutos, puedes pedir algo mientras llego —propuse —Ok, pediré vino, te veo aquí —finalizó colgando la llamada, me apresuré a llegar porque el hecho de hacerla esperar, me generaba inquietud. Estuve en el sitio en el tiempo que indiqué y bajé del auto, para que lo aparcaran, avancé a la entrada siendo recibido por un hombre de traje y porte bastante pulcro, expliqué al sujeto que había hecho una reserva a mi nombre y que una mujer ya debía estar esperando, él sonrió guiándome hasta la mesa donde se hallaba Alex. Cuando la vi en ese lugar, sentada, sujetando una copa en su mano derecha, viendo a todos lados como un escaneo con sus ojos marrones brillantes y perfectos, todo mi mundo se congeló en ese instante, no podía concebir que esa fuera la Alex de 10 años atrás, todavía recordaba la primera vez que mis ojos se posaron en ella. Era una pecosa flacucha, su cabello color zanahoria resaltaba entre su rostro blanco lleno de puntitos marrones, esa nariz pequeña y respingada parecía la de un conejito y desde ese momento, jamás pude sacármela de la mente, Alex Santiago, pasó a ser mi obsesión y no había momento en que no pensara en ella, por eso fue tan fácil ceder ante sus encantos inusuales, el hecho de aparentar molestarla, solo fue un truco para estar cerca de ella lo suficiente. Y años después ahí estaba, una mujer escultural, sus labios teñidos de un rojo carmesí se veían provocativos desde cualquier ángulo que la mirara, además de ser tan hermosa, lo cual la hacía incapaz de pasar desapercibida. Avancé hasta la mesa y ella alzó la vista, sonrió poniéndose de pie para saludarme con un beso en la mejilla. —Pensé que tendría que acabarme la botella yo sola —bromeó y negué. —No, por supuesto que no, jamás permitiría eso, se me hizo un poco tarde, por… —quise poner una excusa y ella me interrumpió. —Tu prometida —dijo dando un sorbo a su copa, hice una mueca rascando mi cuello mientras me acomodaba en el asiento. —Eh, bueno, es que, yo… —No tienes que explicármelo, entiendo, además esto es una reunión de amigos —aclaró dejando la copa sobre la mesa mientras guiñaba un ojo. Esas palabras me dolieron, fueron como una cuchilla justo en el corazón, porque no toleraba el hecho de pensar que Alex y yo podríamos ser amigos. —Y cuéntame, qué tal les va juntos, me pareció que Helena es muy agradable —interpeló curiosa, sin dejar de sonreír y sentí incomodidad por tener que hablar de mi relación con ella. —Pues, sí, Helena es buena persona y nos llevamos bien —contesté en un tono suave —Comprendo, me alegra ver que seas feliz —añadió moviendo el vino en su recipiente, parecía estar pensativa y entonces la espina de la duda me abordó —¿Y tú? —empecé y ella levantó la mirada arqueando una ceja. —¿Yo qué? —contestó con intriga. —Bueno, hay alguien especial —deseé saber, pero haciendo parecer que el tema no fuera tan relevante para mí. Alex amplió una sonrisa y se enderezó poniendo ambas manos en la mesa. —Pues, diría que no es algo serio, pero si me gusta, es guapo —mencionó juguetona y esa espina creció más afincándose en mi pecho, definitivamente los celos me estaban carcomiendo. —Hmmm, que bien, y piensas casarte en algún momento con él —insistí saber, sin darme cuenta de que iba por un camino que me llevaban a un barranco. —No lo sé, aún no me siento lista para el matrimonio, pero lo podría considerar —dijo sin tomar en cuenta que ya en ese punto, me quemaba por dentro. Apreté los puños debajo de la mesa, porque detestaba la sensación de pensarla en los brazos de otro hombre, ella siempre fue mía, prometimos estar juntos y casarnos, y el destino puso obstáculos impidiendo que eso ocurriera, sin embargo, yo aún me sentía dueño de Alex, como si estuviera apartada especialmente para mí, sonaba egoísta pensar de esa manera, siendo que yo me comprometí con otra mujer, pero no quería soportar esa idea. —¿Ocurre algo? Te quedaste muy callado y serio —mencionó intrigada, yo intenté fingir una sonrisa, pero no pude hacerlo. Acerqué una de mis manos a la suya, exactamente donde tenía el anillo y sostuve la mirada. —Será que aún esperas al dueño de este anillo —sugerí y se quedo muda por segundos, pasé mi dedo haciendo círculos suaves sin dejar de verla al rostro. —El dueño de este anillo, le dio un anillo a otra —me recordó quitando su mano, hice silencio y sonrió—. Sabes, me parece tan curioso que sientas celos de otro hombre, es algo hipócrita, ¿No lo crees? —cuestionó y no pude responder nada porque en realidad tenía razón. —Alex, sabes como ocurrieron todas las cosas y tu madre me hizo pensar que no deseabas estar conmigo —expliqué y ella entornó los ojos haciendo una mueca, como si para ella fuera repetitivo el hecho de que su madre estuviera involucrada en asuntos convenientes a sus relaciones amorosas. —Entiendo todo eso, y créeme que nunca te hubiera pedido esperarme, eso sería algo egoísta, pero hay un problema en esta situación —puntualizó y arrugué el ceño lleno de curiosidad. —¿Qué? —interpelé. Levantó la comisura derecha de su labio y en un gesto pícaro contestó sin tapujos. —Pues que tú y yo obviamente deseamos lo mismo, y siendo honesta, no quisiera interferir entre tú y Helena —fue al grano, demostrando así que ella podría ser mejor persona hasta que yo, porque únicamente de mi cabeza no salía la idea de hacerla mía, pero sin importar cuan grande fuera ese deseo, ella no cedería debido a que su orgullo lo impedía. —Quisiera que las cosas hubieran ocurrido de una manera distinta —murmuré viendo la copa en la mesa. Alcé la vista nuevamente hacia Alex concentrándome en sus ojos. No puedo cambiar ninguna decisión que tomé, y ese es mi mayor castigo —agregué poniéndome de pie para marcharme. Avancé hasta la salida, resignado a que lo nuestro siempre fue un imposible, ella no podría ser mía y nunca lo fue. Por eso el destino se encargó de dirigir ambos rumbos en direcciones totalmente distintas. Caminaba rápidamente volviendo a mi auto, pero antes de poder abrir la puerta, ella sujetó mi brazo haciéndome voltear de inmediato, fijó sus ojos brillantes en los míos, y en ellos visualice lágrimas de profunda tristeza, yo no toleraba verla llorar, si hubo algo que siempre deteste y con lo cual luché hasta el cansancio, fue a la idea de verla sufrir, eso me debilitaba rompiéndome por dentro. —Elías —murmuró mi nombre y no soporté un segundo más sin poder besar esos labios que siempre amé sentir, así que la aprisione apretando su cintura fina contra mi cuerpo, para devorarlos en una acción desesperada. Ella intento escaparse, pero al igual que yo anhelaba ese contacto. Me empujó a la puerta haciendo que mi cabeza se golpeara contra el vidrio de la ventanilla y jamás dejo de besarme, mordió mi labio inferior en un gesto atrevido y antes de darme cuenta estábamos camino al hotel más cercano.

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