Zanahoria
Capítulo 1
Zanahoria
La vida desde el inicio es un sin fin de acontecimientos que muchas veces nunca terminamos de comprender, desde que nacemos somos enseñados de distintas maneras a como enfrentar las circunstancias durante nuestro crecimiento. Demostrando así que los seres humanos jamás estaremos preparados para los eventos que ocurren a diario, y no es por ser pesimista, pero es que al existir tantos sucesos complejos es imposible estar preparado para todos ellos… —solo es una lógica simple—lo he aprendido con el tiempo a pesar de que no soy una experta, he llegado a esa conclusión, —¿Y quién soy yo?—bueno, solo diré que soy alguien a quien le han ocurrido cosas inesperadas y que no bastarían unos cuantos párrafos para contar la historia de su vida.
***
—Alex, ya te dije que te apures—inquirió mamá desde el pie de las escaleras. Siempre llegamos tarde porque te tardas una eternidad.
Mi madre era una mujer exagerada a muerte, quizás yo podía demorarme un poco porque mi espíritu era como el de una anciana metido en el cuerpo de una niña. Realmente agradecía tener una nana que me ayudara con mis cosas, de no ser por Emily yo hubiera estado pérdida. No obstante mamá siempre estaba agitada y se debía a su trabajo, como jefa de una empresa referente a relaciones públicas era un desafío para ella el día a día, todo el tiempo estaba de aquí para allá y mi padre… Bueno, bien gracias, él era lo que podía decirse un hombre ausente en nuestro hogar, y no se debía a que nos abandonó, al contrario, él amaba a mi madre y a mí, pero su trabajo lo consumía aún más que a mi madre. Es por eso que la única persona con la que podía contar era mi nana, la cual estaba 24/7 a mi lado, ayudándome para no tropezar con mis propios pies y caerme de boca.
—¡Carajo, voy a llegar tarde por ustedes dos!—se quejó con fastidio. No sé ni para qué rayos te contraté Emily—le reclamó.
Ambas bajábamos las escaleras a toda prisa recibiendo los regaños de mi madre, pero yo la verdad prefería ignorarla y correr al auto lo más rápido posible para ahorrarme, “sus palabras de aliento” siempre consideraba esas cosas negativas como algo que no valía la pena escuchar, por lo tanto, obviaba cada palabra de Alena cuando se ponía en ese plan.
En el camino ella no dejaba de hablar por el manos libres de su teléfono y discutir con alguien llamado Óscar de publicidad, como su conversación no me generaba interés, solo me concentré en mirar los letreros de los establecimientos en cada calle que pasábamos, era algo como un hábito que creé para matar tiempo y no morir de aburrimiento mientras mi progenitora seguía en sus ocupaciones. Mi vida era lo que podría decirse, una eternidad constante de ser ignorada por mis padres ocupados y una lucha por encajar y ser “normal” todas esas cosas eran enumeradas en una lista metal que yo hacía, intentando mejorar esas cosas que podían verse fáciles para cualquier ser humano normal y que para mí se volvían complicadas.
Ese día se podía decir que era igual a los otros, todo como siempre, Alena salió como loca luego de dejarme en la acera de la escuela. Yo avanzaba arrastrando los pies para mezclarme con los otros estudiantes hasta llegar a los pasillos largos de los corredores donde se encontraban los lokers. Caminé con desánimo hacia el mío para abrirlo y meter mis cosas en su interior, luego lo cerré dándome media vuelta para ir a mi clase correspondiente.
Todo marchaba bien, en lo que cabía. Pero justo antes de entrar al aula, alguien se interpuso en mi camino para no dejarme pasar… Levanté mi cabeza y así ver al intruso, mis ojos se encontraron con los de él. Era un niño de mi edad, o quizás un poco mayor, aparentaba 13 años, pero su actitud era de rebeldía, con carencia de modales y respeto por cualquier persona de su entorno.
Temerosa, quise pedirle con amabilidad que me permitiera pasar, pero ese tipo de niños huelen el miedo a kilómetros y saben aprovecharse de eso.
—¿Y quién eres tu pelo de zanahoria?—instó con burla y una risita de suficiencia.
Yo bajé la cabeza avergonzada, si había algo que realmente odiaba era el color de mi cabello, yo era una pequeña pecosa con un cabello rojizo, o mejor dicho un color zanahoria fuerte y ojos grandes de color marrón avellana. Mi aspecto siempre me causó inseguridades que odié, y que ahora un sujeto desconocido estaba sacando a la luz para avergonzarme delante de todos los presentes.
—¿Te comió la lengua el gato?—preguntó con osadía. ¡Habla pecosa!
Estaba tan apenada que las mejillas me ardían, podía sentir la pesada mirada de todos y los comentarios al fondo que se referían a mí, eso fue lo peor, pues yo no sabía como reaccionar a las confrontaciones directas y al sentirme presionada recurría a las lágrimas como un recurso nulo de solución. Podía sentir mis ojos arder a punto de expulsar las gotas de agua, pero para no hacerlo peor únicamente respiré y con la poca voz que me quedaba intenté acudir al lado amable del niño que se interponía en mi camino para poder entrar a mi clase.
—P-puedes dejarme pasar— tartamudeé, pero el chico solo se rió de mí con un tono de burla y tajante pronunció:
—Vaya, sí que eres muy rara—escupió acercando su rostro al mío para inclinarse. Y mira esos ojos, espera ¿Estás llorando?…
Rayos, lo que me temía
Ya no había nada que pudiera hacer, me aferré tanto al cuaderno en mi pecho que casi me traspase con el objeto, bajé más la cabeza dejando caer las gotitas por mis mejillas, él seguía riéndose al igual que todos, los cuales cantaban una canción a coro: —¡Llora, llora, pelo de zanahoria!
Me encontraba ahí paralizada, sollozando en silencio, mientras el autor de ese suceso se reía en mi rostro junto con los demás, entonces fue cuando llegó la maestra de esa clase y todos corrieron adentro del salón, sin embargo, él no se movió y se acercó un poco más como si ya no hubiera tenido suficiente puso su rostro frente al mío para expresar con malicia:
—Te veo luego zanahoria.
Bajé más la cabeza, casi sentí que la quería meter en la tierra como un avestruz, y me quedé ahí parada como una estúpida estatua.
—Alex, ¿Qué haces ahí?—preguntó confundida la maestra, pero yo no respondí nada y entré al aula de clases, y al pasar por los asientos podía escuchar los susurros de mis compañeros burlándose y llamándome zanahoria. Quise ignorar eso con todas mis fuerzas, pero fue imposible al llegar en el último lugar recosté mi cabeza sobre mis brazos sollozando en silencio hasta que la clase se terminó.
Cuando llegó la hora del almuerzo, ni siquiera tenía ganas de salir, pero con el poco ánimo que me quedó lo hice. Entonces, fue cuando la maestra me abordó para hablarme.
—Alex—llamó con tono suave. ¿Tienes un momento?
No estaba segura de si quería hablar con ella o no, pero las excusas no eran mi fuerte y si intentaba mentir seguro sería peor porque tampoco era buena mintiendo, por lo tanto, me resigné y asentí lento para acercarme a su escritorio.
—Toma asiento–ordenó
Me sentía intimidada porque no estaba acostumbrada a hablar con la maestra así de sorpresa, de hecho las únicas veces que ella hablaba conmigo era para darme felicitaciones por mis buenas calificaciones.
—Alex, quisiera saber si te ocurre algo. Esta mañana noté que estabas llorando y me preocupa que esté pasando una situación y yo no sepa—aseguró en tono maternal, yo bajé la cabeza mirando mis nudillos y en un murmullo únicamente respondí:
—Estoy bien—mentí por primera vez, y sé que ella no me creyó porque volvió a insistir.
—Cariño, si pasa algo puedes decirme—aclaró. Yo puedo ayudarte—avisó, apreté mis manos con fuerza y volví a negar tratando de zafarme de esa situación
—Todo está bien, ¿Puedo irme a almorzar?—pedí casi con voz de súplica, la maestra dudó, sin embargo, me permitió marcharme. Salí casi como una flecha del aula, mirando a todos lados para asegurarme de que no había nadie en el pasillo, y así pude respirar más tranquila.
Cuando llegué a la cafetería de la escuela, estaba abarrotada de personas, mi esperanza era pasar desapercibida en ese sitió y así fue como pude escurrirme en medio de las personas para poder hacer la fila y esperar mi almuerzo. Al tener mi charola avancé buscando una mesa vacía y encontré una la cual por fortuna estaba alejada de todos. Me disponía a pasar entre unas mesas y fue cuando sentí que alguien interpuso un pie para hacerme tropezar… Si hay algo en lo que yo era toda torpeza eso eran en mis reflejos y por supuesto que caí como estúpida sobre mi comida embarrando mi ropa de sopa, puré de papas y un pudin de postre.
Todos en el lugar empezaron a reír frenéticamente y al levantarme noté que el autor era ese mismo niño, el que me había avergonzado delante de mis compañeros y en ese instante delante de toda la escuela.
Me levanté tan rápido como pude y corrí saliendo de la cafetería, fui directo al baño para cerrar la puerta y al sentirme sola lloré amargamente como nunca lo había hecho antes, miré mi ropa llena de comida y mi rostro enrojecido por las lágrimas odiándome por ser una pequeña pecosa pelo de zanahoria. Sollocé de tristeza e impotencia porque no podía cambiar lo que era y mucho menos podía deshacerme del chico que me hizo cada una de esas cosas, solo anhelaba con todo mi corazón que ese día acabara y poder estar en la seguridad de mi hogar.